Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

Capítulo Nº7: Siluetas y voces del pasado: El análisis de fuentes iconográficas y literarias por Daniel Virgili. Fuente II.

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Siluetas y voces del pasado:

El análisis de fuentes iconográficas y literarias.

Lic. Daniel Virgili. Grupo Sociedad y Estado, FH. UNMdP.

LEER INTRODUCCIÓN (VER LINK)

Fuente Literaria 2:

“…fue muy grande el regocijo de todos al saber que del día a la noche, y sin que se supiera muy bien cómo, se había levantado cerca del Médano de los Leones, un boliche regularmente surtido, cuyo dueño, que decía llamarse don Eufemio, era extranjero –lo que de sobra se conocía por su modo de hablar-, y parecía muy buen hombre.

No tardó la noticia en cundir de rancho en toldo, de toldo en cueva, y apenas amaneció, ya se amontonaron los caballos en el palenque; como paja voladora en un hueco, y , en el mostrador, los gauchos.

(…)Rechoncho, colorado, risueño, amable, don Eufemio era todo el tipo de pulpero de profesión, y nada más. No parecía que hubiera nada que no fuese natural en su modo de ser. Despachaba con actividad y destreza todo lo que se le pedía, ya a pesar de estar solo en el mostrador, detrás de la reja que lo separaba de los clientes, para todo se daba maña.

Ninguno, ese día, se atrevió a pedirle fiado; no hay que atropellar para que el pingo pare a mano; además, todos tenían plata, pues hacía tiempo que no venía ningún mercachifle; ni panadero siquiera. Sólo dos o tres gauchos trataron de aprovechar el momento en que don Eufemio, muy atareado, atendía a otros, para…olvidarse de pagar el gasto, deslizándose discretamente y sin llamar la atención. Pero dio la casualidad que en el momento de pisar el umbral no podían resistir las ganas de mirar a don Eufemio, y como si una mirada atrajese a la otra, se encontraban con su ojito risueño y burlón fijo en los suyos, de tal modo penetrante, que ya bajando la vista, tartamudeaban una excusa:

_ Caramba, me iba sin pagar.

O pedían:

_ Deme otra copa.

Y mansitos, se volvían a acercar al mostrador con la platita en la mano.  

Uno quiso hacerse el fuerte, y aunque medio turbado por la mirada aguda y socarrona del  pulpero, se apartó con decisión del mostrador, dispuesto a irse; pero había un clavo que salía de las tablas -¡todo había sido hecho tan deprisa!- y se agarró mal el chiripá, que al dar un paso se le rajó desde arriba abajo. Se tuvo que quedar a la fuerza hasta componerlo, mal que mal, y bastó esto para que le volviera la memoria y pagase lo que debía.(…)

¡Hombre confiado, por demás , don Eufemio y fácil, al parecer, de engañar! Como no tenía dependiente –decía que el negocio no le alcanzaba para tanto-, tenía, muchas veces, que dejar al cliente solo en el despacho, mientras iba a la trastienda a sacar el vino o la galleta que le habían pedido; y ya que la reja no llegaba hasta donde estaba la tienda, muy bien le hubieran podido robar algún poncho o alguna pieza de género. Pero dicen –cosa difícil de creer entre semejante vecindario de bandoleros y de matreros- que nunca le faltó nada. (…)

Una vez, sin embargo, le pasó a uno un chasco bastante lindo para quitarle por un tiempo las ganas de hacerse el gracioso. En un descuido de don Eufemio –había ese día mucha gente en la casa-, un gaucho se cazó un magnífico chambergo. Salió al patio; se lo probó, y como le iba a las mil maravillas, tiró el viejo que, por los agujeros que tenía, parecía espumadera, y volvió al mostrador. Apenas hubo entrado, todos lo miraron asombrados; él no sabía por qué y se le iba a enojar, cuando de repente, el sombrero se le entró hasta taparle toda la cara; llevaba la prenda un letrero con estas palabras: «Este sombrero no es mío».

La carcajada fue general.

_ ¡Bien se ve que no es tuyo!, decían, todos.

_ ¿Será de tu abuelo?

_ Pues amigo, los eliges grandes!

El pobre mozo, enceguecido, se debatía, sin podérselo quitar, y tuvo don Eufemio que acudir en su ayuda, volviéndole a poner en la cabeza el viejo compañero grasiento que, con tanta ingratitud, había tirado.

Fuera de estos pequeños incidentes sin importancia, andaba muy bien, al parecer, la pulpería de don Eufemio. La verdad es que el hombre no podía ser más simpático. Fiaba con mucha facilidad, no a todos, por supuesto, pero a todos los que se lo venían a pedir con intención de pagarle. Parecía que adivinaba, con sólo mirarlos, quiénes eran los buenos y quiénes los pícaros. Debía de tener mucho tino ese hombre pues nunca se equivocó. Y, cosa rara, bastaba que hubiera fiado a algún pobre que no tuviera con qué caerse muerto para que toda clase de buenas suerte le cayeran encima, poniéndolo pronto en condiciones de saldar su deuda.

También hay que decir que, a sus clientes, don Eufemio siempre pagaba muy buen precio por los frutos que le traían; nadie les hubiera pagada más, sin contar que su balanza no era de esas que tienen secreto para aumentar el peso de la galleta o de la hierba que se entrega y mermar el de los frutos que se reciben. Era costumbre de él pesar no solamente lo justo sino con liberalidad, y no tenía la balanza de su mostrador, como la de tantas casas, una pesita en permanencia en uno de los platillos; no, y los dos platillos, bien iguales, bien limpios y vacíos, se balanceaban a la vista de todos, al menor soplo del viento

A pesar de ser el vecindario tan mal compuesto, y de ser frecuentes las reuniones en la pulpería de don Eufemio, raras veces había peleas importantes y nunca se oyó decir que hubiera tenido que intervenir la policía ni tampoco que hubiera habido muertes. Sin embargo, había entre todos los gauchos cada borracho que daba miedo, matones que eran verdaderas fieras. Pues, en medio de los peores barullos se metía don Eufemio, sonriente siempre, sereno, llamándolos al orden, despacio, con buenas palabras, y cuando se hubiera podido creer que el mundo se venía abajo, que todos los cuchillos y facones relucían amenazadores, acababa todo en pura gritería, sin que se vertiese una gota de sangre. A veces, había tajos, y bien dados, que parecía que iban a dejar uno finado y al otro…desgraciado, pero nunca, por singular suerte, pasaban de hacer la ropa trizas.

Una sola vez, don Eufemio corrió gran peligro. Quería separar a dos gauchos enfurecidos; con su modito de siempre, se les acercó, levantando las manos para detener los facones que ya chirriaban con rabia; pero eran ambos gauchos de mala ralea, y sin darle tiempo para nada le atracó uno una terrible puñalada, mientras el otro le disparaba a quemarropa dos tiros de revólver. Fue un grito en la concurrencia; lo creyeron muerto a don Eufemio, y como todos lo querían mucho, hubo un momento de cruel ansiedad. Por suerte…, o por quién sabe qué, no había nada. El gaucho de la puñalada estaba forcejeando para desclavar el facón, entrado hasta la ese en una tabla del mostrador, y el de los tiros contemplaba con asombro sin igual las dos balas hechas unas obleas, en la palma de su mano y también el cañón del revólver hecho una viruta.

    Los gritos de terror se resolvieron en carcajadas y todos los presentes armaron a los dos guapos un titeo de mi flor con el cual se tuvieron que conformar, reconciliándose.       

Don Eufemio nunca pensó en prohibir en su casa los juegos de azar. No había casi peligro, en pago tan apartado, de que vinieran a menudo comisiones de policía, y dejaba que se pelasen al choclón, a la taba, a lo que quisieran. De todos modos para él era lo mismo, ya que toda la plata, poco a poco, tendría que venir al cajón.(…)”

  (La pulpería modelo – “Las veladas del tropero” Godofredo Daireaux)

Fuente Literaria 3:

    “Pasamos la noche en una pulpería o tienda de bebidas. Un gran número de gauchos acude allí por la noche a beber licores espirituosos y a fumar. Su apariencia es chocante; son por lo regular altos y guapos, pero tienen impresos en su rostro todos los signos de su altivez y del desenfreno; usan a menudo el bigote y el pelo muy largos y éste formando bucles sobre la espalda. Sus trajes de brillantes colores, sus formidables espuelas sonando en sus talones, sus facones colocados en la faja a guisa de dagas, facones de los que hacen uso con gran frecuencia, les dan un aspecto por completo diferente del que podría hacer suponer su nombre de gauchos o simples campesinos. Son en extremo corteses; nunca beben una cosa sin invitaros a que los acompañéis; pero tanto que os hacen un gracioso saludo, puede decirse que se hallan dispuestos a acuchillaros si se presenta la ocasión.”

Charles Darwin (Viaje de un naturalista alrededor del mundo – 1840 )

 

BIBLIOGRAFÍA:

ARIËS, Phillippe: La Muerte en Occidente; Argos Bergara; Barcelona; 1984

DEL CARRIL, Bonifacio: El Gaucho; Emecé; San Pablo; 1993

DAIREAUX, Godofredo: Las veladas del tropero;  Emecé; Buenos Aires; 2000

DARWIN, Charles: Viaje de un naturalista alrededor del mundo; El Ateneo; Buenos Aires; 1942

MUNILLA LACASA, M. L.: “Siglo XIX: 1810 – 1870” En: BURUCUA, José E.  (Dir.): Nueva Historia Argentina. Arte, Sociedad y Política; Sudamericana; Buenos Aires; 1998

VIDAL, Emeric Essex: Buenos Aires y Montevideo; Emecé; Buenos Aires; 1999

PRIETO, Adolfo: Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina 1820 –  1850; Sudamericana; Buenos Aires; 1996

 

Publicado en:

Virgili, Daniel. “Siluetas y voces del pasado: El análisis de fuentes iconográficas y literarias.”  en: Mayo, Carlos. Director, Mostradores, clientes y fiados, fuentes para el estudio de las pulperías de Buenos Aires y La Pampa Siglo XIX. Ediciones Suarez. Grupo Sociedad y Estado “Prof. Ángela Fernandez”. 2007.  pp.:125:129.

Edición y corrección: Van Hauvart Duart, Maximiliano L. Estudiante de Letras. FH, UNMdP.

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