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Notas dispersas sobre Historia

Carta de Salvador María del Carril al General Juan Lavalle (1828)

Carta de Salvador María del Carril al General Juan Lavalle (1828)

Buenos Aires. 20 de diciembre de 1828

Mi querido general: Cuatro palabras sobre la muerte de Dorrego y no más: ella no pudo ser precedida de un juicio en forma: 19, porque no había jueces; 29, porque el juicio es necesario, para averiguar los crímenes y demostrarlos, y de los atentados de Dorrego se tenía más que juicio, opinión, de su evidencia existente y palpable, comprobada por muchas víctimas, por un número considerable de testigos espectadores y por su prisión misma. Sin embargo, vea usted cuál es mi duda. ¿No será conveniente dejar a los contemporáneos y a la posteridad, en los mismos esfuerzos que se hagan para suplir las formas, que no se han podido llenar o que eran innecesarias en el caso, una prueba viva del estado de la sociedad en que hemos te-nido, usted y yo, la desgracia de nacer, y de la clase del malvado, que se ha visto usted forzado a sacrificar a la tranquilidad? ¿Y un acta que contuviese el complot; por-que no quiero disminuir nada a la fuerza del término, de los jefes y comandantes de su di-visión; hombres de diferentes circunstancias, independientes muchos; dé sacrificar la cabeza de una facción desesperada, votando a unanimidad la muerte, no llenaría bien los dos objetos de mi pregunta anterior? Me hace fuerza la afirmativa, querido General.

Pero, por más fuerzas que tengan las reflexiones que quedan sentadas, no inducen la necesidad de conformarse con ellas, si no se podía contar con la unanimidad o la mayoría. Contando con ellas, me parece que es más que necesario, diestro y útil hacerlo: la necesidad, se deduce de consideraciones abstractas que he indicado; pero la destreza y la utilidad son prácticas, y así llamaré yo al compromiso de los jefes y coman-dantes en un asunto capital. Afeccionado muy especial-mente a usted, y sin perder de vista la utilidad del momento, no me ha sido posible dejar de insistir, con alguna tenacidad sobre este punto, de que se ha prescindido ya general y fácilmente. Por lo demás, querido general, incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la posteridad; persuadido como estoy de que esta gratuita atribución no es más que un consuelo engañoso de la inocencia, o una lisonja que se hace nuestro amor propio, o nuestro miedo, cierto como estoy, por último, por el testimonio que me da toda la historia, de que la posteridad consagra y recibe las deposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevivieron, y que sofoca los reclamos y las protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fue creído; juro y protesto que colocado en un puesto elevado como usted, no dejaría de hacer nada de útil por vanos’ temores. Al objeto, y si para llegar ‘siendo digno de un alma noble es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a loa vivos y  a los muertos según dice Maquiavelo; verdad es, que así se puede; hacer el bien y el mal; pero es por lo mismo que hay tan poco grande en las dos líneas. Los hombres son generalmente gobernados por ilusiones, como las llamas de los indios, por hilos colorados. General, a usted no le gusta fingir, ni a mí tampoco, y creo por ningún punto se aproxima tanto la conformidad de nuestros caracteres como por éste, y así que usted fusilando a Dorrego y yo escribiendo, decimos verdades que aunque nos puedan acreditar de verídicos, no querríamos que se nos aplicasen, ¡voto a Dios! de ninguna manera.

Todo se resuelve en las provincias. Salta, Tucumán, Catamarca, San Juan y Mendoza o hierven o fermentan por la organización general. Bustos y los demás están azogados; dentro de breve, ya no hallarán postura que les acomode; no podrán estar ni sentados ni de pie, y será necesario darles plomo y echarlos de barriga. A Bustos, le ha dado por engrandecerse y se ha declarado dictador. López se achicará a mi modo de ver, aunque hay allí algunos embrollones y pudieran tentarlo; lo dudo, sin embargo. No se le habrá escapado a usted mandar gente de cuenta a Santa Fe, a saber algo. Mansilla está allí y ya iba a aconsejarle que se sirviese de él, pero inmediatamente me he arrepentido y en penitencia, me he condenado a quemarme los dedos que han escrito su nombre.

Estoy de acuerdo con usted en que es necesario trabajar un poco en Buenos Aires. Sí, general, y mucho. Entiendo por esto, organizar la campa-ña: asegurarse de todos los regimientos de milicia y darles la efectividad de que carecen. Poner movibles 500 de caballería de línea, en jaque sobre los indios. Venir a la  capital; recibir el ejército; llamar lo que resta; hacer efectivos 3.000 hombres en un mes; asegurar la capital y hacer marchar 2.000 ó 2.500 que consigan un triunfo antes del segundo mes. Su Gobierno Provisorio que para todo esto se habrá regularizado en la manera mejor posible, hará entonces, después del primer suceso, la convocación de la provincia para elegir los representantes. Los representantes infaliblemente imbuidos del espíritu del triunfo, y de las circunstancias en que se les habría puesto, seguirían y secundarían un torrente que no podrían resistir; sancionarían sus inspiraciones y todo lo que conviniese, para llevar adelante la carrera comenzada, y entonces y sólo así, se pondría usted en aptitud de tapar con sucesos, y con los grandes sucesos de que es el seguro anuncio la fusilación de Dorrego, toda la catástrofe de una revolución y de sacar de este acontecimiento la base de un orden nuevo que sería legítimo en la cabeza de todos, porque no tendría relaciones inmediatas con el orden destruido. Todo esto, algo semejante o mejor, puede usted hacer; disponerlo y prepararlo en tres meses y realizarlo en doce, ¿y lo creerá usted? Esto sólo es bastante para hacer un héroe del que lo ejecute. Un héroe no es otra cosa, que el hombre que concibe un gran acontecimiento y lo realiza en la mayor parte o en todas sus consecuencias ulteriores.

Dos líneas y no más, querido general.

 Si usted pudiera en un instante volar al Salto, Areco, Rojas, san Nicolas y Lujan, dar la mano a todos los paisanos y rascarles la espalda con  el lomo del cuchillo, haría usted una gran cosa; pero si usted pudiera, multiplicándose, estar  en la capital, haría una cosa soberana. Es necesario que vuele, que quiera usted que se le haga una entrada bulliciosa y militar; porque la imaginación móvil de este pueblo, necesita ser distraída de la muerte de Dorrego, y para esto basta bulla, ruido, cohetes, músicas y cañonazos. Por otra parte, el gobierno necesita ya más regularidad, y las ranas empiezan a treparse sobre el Rey de palo, o el frasco de esencia a disiparse. En estos primeros momentos no se debe perder oportunidad de hablar a la imaginación, y la rapidez de los movimientos del que manda habla muy alto en las orejas de los que le temen en todas partes.

 Mucha gentuza a las honras de Dorrego; litografías de sus cartas y retratos; luego se trovará la carta del desgraciado en las pulperías, como las de todos los desgraciados que se cantan en las tabernas. Esto es bueno; porque así el padre de los pobres será payado con el capitán Juan Quiroga y los demás forajidos de su calaña. ¡Qué suerte vivir y morir indignamente y siempre con la canalla! Un amigo del general A. [Alvear] le decía el otro día en sociedad: «el general Lavalle descubre en sus partes un buen talento, grandeza de alma, elevación en sus sentimientos, y un carácter convenientemente firme y reposado…» ¡hombre! respondió él; ¿también usted se engaña con palabras? No: se le contestó; arrojar a Dorrego, batirlo y fusilarlo son palabras, que en su caso, no querría usted recibirlas ni por cumplimiento. Usted se ha engañado, general, sobre el carácter y capacidad de L. [Lavalle] y le demostró; se le encargó que tuviera juicio, y que se cuidara mucho de habérselas con un hombre, que había hecho algo más que mandar escribir el Liberal que no es más que palabras. Me parece que se ha de aprovechar del consejo porque ha sido encarecido. Sé que se lo ha dado también G. [Gallardo] y Vázquez. Basta por hoy; veremos otro día si hay que charlar. General: no crea usted que exigiese que perdiera su tiempo en contestarme; es bajo de este pie, que me había tomado la confianza de escribirle e importunarlo, y en esta inteligencia que usaré de la libertad que usted me da de continuar escribiéndole. Deseo que tenga usted una vehemencia tenaz en la obra comenzada. Salud y fortuna. Adiós, querido general.

  1. S. M. con atención su afectísimo amigo y servidor. Salvador María del Carril  (1)

Cita:

(1)Carranza, Angel, El General Lavalle ante la justicia póstuma, Buenos Aires. Editorial Igon, 1886, pp.57:63

 

Edición: Maximiliano Van Hauvart, estudiante UNMdP.

 

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Carlos-2

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