Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

El General Tomás de Iriarte y su sueño sobre el fusilamiento de Dorrego relatado en sus memorias .

 

Hoy en Aportes compartimos con ustedes un fragmento de las Memorias del General Tomás de Iriarte sobre el fusilamiento del Coronel Dorrego en manos del General Lavalle en Navarro.  Ponemos a disposición una corta pero reveladora Biografia (1) realizada en la Enciclopedia Libre  Wikipedia, que traza algunos razgos que creemos importantes sobre Tomas de Iriarte, esperamos que esta cita de sus Memorias puedan ser utilizadas y compartidas en el aula.

 

“…Dorrego y Rosas, y otros muchos jefes, debieron su salvación a la fuga. Tomaron la dirección de Santa Fe; pero Dorrego que sentía abandonar la provincia de su mando a su adversario fue a incorporarse al Regimiento de Húsares acantonado en el Salto, acompañado de su hermano don Luis, un estanciero. Este regimiento estaba mandado por el coronel Pacheco, a quien Dorrego había conferido este destino, porque, con razón, dudaba de la fidelidad de los Húsares, cuyos jefes de escuadrón, Escribano y Acha, le eran adversos; pertenecían al círculo unitario. Era éste un motivo para que no se presentase en el cantón de aquel regimiento y mucho menos después de una derrota; pero Dorrego tenía entera confianza en Pacheco.

Se ha dicho que Rosas trató de disuadirlo a Dorrego de la aventura y peligrosa resolución de presentarse en el Salto, que le aconsejó de continuar la fuga hasta Santa Fe; otros, por el contrario, aseguran que Dorrego fue al Salto por las insinuaciones de Rosas, que conocía el mal recibimiento que se le haría, que corría un gran riesgo y en fin que deseaba ver desaparecer a Dorrego de la escena, como el único hombre que pudiera disputarle la supremacía a que desde mucho tiempo aspiraba el malvado y ambicioso gaucho. No sabemos lo cierto, pero si hemos de estar a la conducta ulterior de Rosas, esto último tiene más apariencia de verdad.

 Como era de esperar, Acha y Escribano, haciendo uso de la popularidad que habían adquirido por su antigüedad en el regimiento, prendieron al coronel Pacheco y a los dos Dorrego. Pacheco no tuvo bastante entereza para hacerse matar antes que entregarse a sus jefes subalternos. Los jefes sublevados entregaron a Dorrego, se lo enviaron con segura escolta a Lavalle, que lo recibió en el mismo teatro del desastre, en el pueblo de Navarro. Desde que esto se supo en Buenos Aires, fuimos muchos los que vimos inevitable la muerte de Dorrego. En Navarro estuvo incomunicado, allí estaba acampado Lavalle con su ejército: lo acompañaba el general don Martín Rodríguez, que aunque no tenía destino militar marchaba al lado de Lavalle, para auxiliarlo con el conocimiento práctico que tenía del terreno y de los habitantes de la campaña: era una especie de baqueano.

 Parece indudable que el general Rodríguez fue el que más influyó con Lavalle para que se deshiciese de Dorrego. Este fue condenado a muerte, sin proceso, sin juicio previo, por sólo una orden de Lavalle: es decir que fue vilmente asesinado.

 He dicho que desde que supe que Dorrego estaba en poder de Lavalle no dudé un momento de que éste lo fusilaría, y como una prueba de esta convicción, haré mención de un sueño que tuve en la noche del 13 al 14: bien que no soy hombre que crea en sueños. Dorrego fue fusilado en la tarde del 13 al frente del ejército en una estancia inmediata a Navarro; pues bien, yo soñé esto mismo y mi imaginación ocupada de esta escena mientras estaba despierto, me la representó muy al vivo mientras dormía, de modo que por la mañana comuniqué el sueño a varios individuos de mi familia y varios  amigos de confianza. Por la tarde cuando llegó la noticia del infame asesinato, no me sorprendí lo más mínimo; y al primero que me la comunicó, le contesté lo que había soñado. La cosa era muy natural, cuando el ánimo está preocupado y excitado con gran interés en un objeto, en un desenlace probable de algún suceso, las ideas se repiten durante el sueño. Un padre, por ejemplo, que tiene un hijo embarcado teme a cada momento que una borrasca se trague el bajel, que su querido hijo perezca. Sucede así en efecto por causas bien naturales, y tal vez al despertarse se encuentra con la infausta nueva: entonces si es un hombre vulgar, dice al instante: «Mi corazón es muy noble no podía engañarme, mis presentimientos no fallan, son infalibles, anoche lo había soñado y ha sucedido al pie de la letra», y otras vulgaridades  semejantes., que no son sino ausencia de buen juicio. El hijo estando embarcado estaba en peligro o en ocasión de ahogarse y se ahogó, en efecto, nada más natural, más posible y entre tanto el buen hombre está muy creído que por inspiración de lo alto ha profetizado.

Lavalle, botarate sin igual, queriendo hacer el papel de paladín de la Edad Media, creyendo dar un buen golpe y aumentar su importancia, cargó con toda la responsabilidad de este horroroso atentado de este aleve asesinato. En una nota al gobierno delegado, decía que había fusilado a Dorrego de su orden, en obsequio de la tranquilidad pública, que él solo era responsable de la ejecución de Dorrego y que aceptaba todas las consecuencias; que era un sacrificio que algún día el pueblo de Buenos Aires sabría apreciar y otras crueles y sanguinarias inepcias de este tenor.

 Aquel hombre cuya cabeza era muy pobre quería singularizarse, y cuando el medio es la sangre de sus semejantes, es preciso conceder que tales propensiones son sólo dignas de un verdugo, de un hombre sin corazón: no se juega así con la vida de los hombres, ni aun cuando éstos se encuentren en la más humilde esfera. Si hemos calificado de asesinato la ejecución de Dorrego es porque no tiene otra clasificación, desde que no hubo un juicio, una sentencia legal, ni más que la voluntad de un hombre que tenía a sus órdenes un ejército demasiado devoto. Un asesinato infame, aleve, tanto como el de clavar a otro un cuchillo por la espalda, o mientras está dormido. Fue un abuso cruel de la fuerza: ¿a dónde iríamos a parar si el jefe de un ejército, si el magistrado supremo tuviera las amplias facultades?, esto sólo se veía en los siglos de barbarie: el mundo sería una carnicería si tales actos tuviesen la sanción de la opinión pública. Pero, ¡oh fanatismo de los partidos!, este hecho escandaloso, que debió erizar los cabellos de todos los habitantes de Buenos Aires, fue calificado por el círculo unitario (y algunos lo sostienen todavía) como un rasgo heroico, lleno de nobleza, como la más sublime abnegación por parte de Lavalle. Preciso es haber olvidado, en el delirio y exaltación de las guerras intestinas, las nociones de lo justo para atreverse a asignar una tal clasificación, a un hecho indigno que cubrió de eterno oprobio a su autor, y que, como veremos más adelante, cual gusano roedor asediaba incesantemente su conciencia.

 Dorrego antes de morir escribió varias cartas a algunos de sus amigos, y una muy tierna despedida a su esposa (…) quiso hablar con su verdugo —con Lavalle— se lo pidió con instancia, pero esta última petición le fue negada. Después salió al patíbulo con paso firme, y murió como un valiente, con la misma serenidad que se había admirado en él en los campos de batalla, tanto en la guerra de la independencia como en la civil.

Dorrego tenía entonces cuarenta y dos años y sus facultades intelectuales eran muy aventajadas. Tenía más que mediana instrucción, y un poder de actividad poco común, una perseverancia admirable: como lo acreditó siendo jefe de la oposición, y después como cabeza y director exclusivo de la administración que llevó su nombre cuando fue gobernador de Buenos Aires, y encargado por las provincias de la dirección de la guerra, paz y relaciones exteriores. Durante su carrera militar adoleció con demasía de un espíritu anárquico, díscolo e insubordinado: era fogoso y precipitado, pero la edad y los negocios habían notablemente mejorado su carácter, y esta es una justicia que sus enemigos mismos le han hecho. Ellos creyeron, hicieron lo posible por precipitarlo, porque por sus antecedentes tumultuarios lo creían, no sin fundamento, el hombre de los desafueros; pero sufrieron la pena de esperanza engañada, Dorrego se había hecho más filósofo de lo que aquéllos tenían motivo para esperar: conoció la tendencia, las miras de sus adversarios, y tuvo bastante cordura, bastante sangre fría para contenerse dentro de la esfera constitucional; no consiguieron que traspasase los límites legales; y en el tiempo de su mando, tanto como en la época decantada del partido unitario, ninguna garantía social fue violada, por más que sus enemigos trabajaron para precipitarlo irritándolo.

 Después del asesinato de Dorrego desembarcó en Buenos Aires el general Paz con la división que, según el tratado preliminar, debía ocupar la nueva República Oriental, hasta tanto que las tropas brasileñas que ocupaban a Montevideo y la Colonia evacuasen definitivamente estas plazas. Fue una violación del tratado que debió redundar en perjuicio de la República Argentina, y muy especialmente contra los intereses e independencia del Estado Oriental, si el gobierno imperial hubiera obrado de mala fe. Pero Lavalle necesitaba de aquellas fuerzas y las llamó. El general Paz aplaudió el movimiento del 1″ de diciembre y el asesinato de Dorrego: les prestó su beneplácito desde que admitió la cartera de ministro de Guerra y Marina de un gobierno intruso y desaforado… “ (1)

Citas:

(1)  Dosse, Francois, La apuesta biográfica, Escribir una vida, PUV, Valencia, 2007, pag.440. Dice el autor: “…Escribir la vida sigue siendo un horizonte inalcanzable, y sin embargo ha estimulado desde siempre el deseo de contar y entender. Todas las generaciones han respondido al desafío biográfico. Una tras otra ha movilizado el conjunto de herramienta de análisis que tenían a su alcance. Sin embargo, las mismas vidas se reescriben sin cesar, las mismas figuras vuelven a estar de actualidad, pues no dejan de aparecer vacíos documentales, nuevos cuestionamientos y nuevos enfoques. La biografía, como la historia, se escribe primero en presente, en una relación de implicación tanto más fuerte cuanto que la empatía del que escribe se ve siempre interpelada…” (p.11).  “…El carácter hibrido del género biográfico, la dificultad de clasificarlo dentro de una u otra disciplina organizada, el desmembramiento sufrido entre tentaciones contradictorias, como la vocación novelesca, la voluntad de erudición, el sostenimiento de un discurso moral de ejemplaridad, lo han convertido en un subgénero durante mucho tiempo digno de oprobio y víctima de un déficit de reflexión. Despreciado por el mundo erudito de los universitarios, el género biográfico no ha dejado por ellos de alcanzar un reconocimiento público que nunca se ha desmentido, demostrando que responde a un público que nunca se ha desmentido, demostrando que responde a un deseo que va más allá de las fluctuaciones de la moda…” (13).

(2)De Iriarte, Tomás, Memórias. Juan Manuel de Rosas y la desorganización nacional, Estudio preliminar de Enrique de Gandía, Ediciones Argentina “S.I.A.”, Buenos Aires, 1946, pp.127:133

Edición: Maximiliano Van Hauvart, estudiante UNMdP.

 

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Carlos-2

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