Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

Notas para el aula sobre «Resistencia y rebeliones en el mundo hispanocolonial» por Leandro Ezequiel Gutierrez.

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Resistencia y rebeliones en el mundo hispanocolonial

por Leandro Ezequiel Gutierrez

Introducción:

Hoy en Aportes presentamos el trabajo de Leandro Ezequiel Gutierrez, alumno de la Carrera del Profesorado de Historia del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades. Este gira en torno a dos cuestiones, las rebeliones y las resistencias en el mundo colonial hispanoamericano. El primero está compuesto de la elaboración de dos textos de producción propia en torno a los estudios de Taylor (1) y Stern (2). Con respecto a las resistencias, es una selección de párrafos de la obra de David Sweet y Gary Nash (3) que enfoca la vida de Diego Vasicuio. Este material fue pensado para los alumnos de segundo año del Colegio Técnico número tres de la ciudad de Mar del Plata, cuya profesora titular María Cattaneo cedió el curso para que el colega realizara sus prácticas docentes en torno a los requerimientos de la Cátedra de Didáctica y Practica de la Enseñanza de la Historia de nuestra Universidad, cuya Profesora Titular es la Profesora Silvia Zuppa.

Apertura temática:

Con la introducción hecha, se procederá la entrega de material de trabajo, un texto escrito por el docente:

Taylor, W., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas.

Tanto la rebelión como la insurrección son actos políticos violentos, pero las rebeliones son ataques masivos localizados, que generalmente se limitan a restablecer el equilibrio acostumbrado. No presentan nuevas ideas ni una visión de una nueva sociedad.

Las rebeliones del siglo XVIII revelan una estructura muy bien definida y una secuencia en su desarrollo. Casi todas eran brotes armados espontáneos de corta duración, que realizaban los miembros de determinada comunidad como reacción a las amenazas del exterior; eran levantamientos populares en los que la comunidad entera actuaba colectivamente y sin que se pudiera identificar al cabecilla. Las rebeliones eran actos de naturaleza muy agresiva y seguían pautas muy significativas, que se acentuaban por los insultos lanzados abiertamente, por las amenazas, por lo ataques y por un desahogo general de grandes emociones, en su mayoría se dirigían contra los representantes del Estado y contra los edificios de la localidad que simbolizaban la autoridad externa, destrucción total y pillaje. Las armas eran instrumentos caseros, aperos agrícolas, palos y piedras, hachas, machetes, varillas de hierro, cuchillos. Las rebeliones que duraban más de unas cuantas horas ponían en juego otras armas más especializadas, como arcos y flechas, sables, lanzas, jabalinas y caballos.

En las rebeliones locales, la comunidad entera se lanzaba a la calle. Los soldados que pedían las autoridades españolas para su protección era probable que se enfrentaran a las chusmas amenazadoras formadas por mujeres que empuñaban lanzas y cuchillos de cocina.

La cárcel era la víctima inanimada más frecuente de la ira del pueblo, y los vecinos la atacaban para poner en libertad a un hijo o a una hija indígenas, y luego la incendiaban. Era el símbolo más concreto y más odiado del gobierno de la ley extranjera. Los objetivos humanos de la violencia comunitaria eran los representantes locales del Estado. Si las víctimas no eran funcionarios del Estado, era probable que lo fueran los vecinos de una población rural, o de una cabecera política o de una población sometida.

La violencia no duraba un largo tiempo, a menos que se enviaran fuerzas militares, los ataques terminaban generalmente en un día o dos. Ocasionalmente el cura del pueblo o el alcalde mayor lograban persuadir a los vecinos para que entregaran sus armas, identificaban a los cabecillas y negociaban un arreglo. La violencia terminaba cuando los habitantes del pueblo lograban su propósito inmediato de arrojar a los invasores, sacar de la cárcel a sus compañeros o arrancar de las autoridades coloniales la promesa de que se atenderían sus quejas.

En la jurisdicción de Tulancingo (estado de Hidalgo), surgió en 1769 una impresionante sublevación regional, en la que participaron miles de campesinos indígenas de lugares como Meztitlán y Tenango, para unirse a un «Nuevo Salvador» acompañado por una mujer a quien se veneraba como la Virgen de Guadalupe, anunciando el fin del período colonial, y diciendo que los sacerdotes católicos estaban endemoniados, poner fin a los impuestos coloniales, perdonar la vida aquellos españoles que pagaran tributos a los indios y besar la mano del Nuevo Salvador, este era un carismático mesías indígena, era un anciano indio.

Otra sublevación se dio en 1756 en la jurisdicción de Actopan, no lejos de Tulancingo. La ocasión de la violencia fue otra leva de trabajadores con el propósito de desaguar las minas de Pachuca, se quejaban de lo peligroso que era su trabajo, se reunieron en la plaza cerca de 2000 personas entre hombres y mujeres indígenas, se enfrentaron con las autoridades, en los tres día que duró el conflicto dejó un saldo de ocho españoles muertos o heridos y las propiedades quedaron seriamente dañadas. Se llegó a una tregua entre los indios y los sacerdotes que actuaron como intermediadores.

Las sublevaciones campesinas en el centro de México y en Oaxaca durante el siglo XVIII muestran que los pueblos eran capaces de generar una violencia popular espontánea.

Stern, S., Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX

Entre 1720 y 1790, las poblaciones andinas nativas del Perú y Bolivia a veces acompañados o dirigidos por castas o blancos disidentes, se levantaron más de cien veces en violento desafío a las autoridades coloniales. Dos momentos importantes se destacan, el primero: la insurrección desatada en 1742 por Juan Santos Atahualpa (un serrano descendiente del asesinado Inca Atahualpa) desde las zonas selváticas limítrofes con la sierra central del Perú. Anunciando la inminente reconquista del reino del Perú, Santos guió a poblaciones selvícolas y migrantes serranos descontentos en sucesivas incursiones militares que expulsaron a los colonizadores de la montaña subtropical ubicada en las estribaciones orientales de los Andes. El Estado colonial tras años de derrotas, construyó una red de fortificaciones militares destinadas a impedir la expansión de la insurrección hacia la sierra. El nuevo Inca Rey, educado por los jesuitas, y enviado por Dios para enderezar el mundo, dividía a éste en tres reinos soberanos: España para los españoles,

África para los africanos, y América para «sus hijos los indios y mestizos». El nuevo orden liberaría a los indios de sus opresiones y traería prosperidad a los vasallos americanos del Inca.

Las autoridades coloniales en la sierra central enfrentaron una genuina amenaza en la sierra de Huarochirí, en las alturas de Lima, revueltas que estallaron en 1750, 1758 y en 1783, donde las tres sobrepasaron las tensiones locales. Las dos primeras estuvieron relacionadas con conspiraciones para destruir el dominio español en la propia Lima; la rebelión de 1783 levantó tardíamente las banderas de Túpac Amaru II. La revuelta de 1750 estalló con posterioridad a una redada de conspiradores indígenas en Lima, con el objetivo de devolver el Perú indígena a sus dueños legítimos.

El segundo momento fue la más grande guerra civil que abarcó los amplios territorios serranos del sur del Perú y Bolivia entre 1780 y 1782. Los insurrectos fueron inspirados y por un tiempo conducidos por José Condorcanqui (tomó el nombre de Túpac Amaru como descendiente de los Incas), Tomás Katari y Julián Apasa.

Ambos movimientos reclamaban su legítima soberanía sobre el Tawantinsuyu y la liberación de sus seguidores de la onerosa opresión colonial.

Estos dos momentos definen una era que podemos llamar la Era de la Insurrección Andina. Durante los años 1742-1782, las autoridades coloniales confrontaban la amenaza o realidad más inmediata de una guerra civil en gran escala, que desafiaba la estructura más general del gobierno y los privilegios coloniales.

 

Con el material de trabajo en posesión, se procederá a realizar las siguientes actividades:

  • Caracterizar las rebeliones del siglo XVIII en Nueva España.
  • Identificar que se entiende por insurrección y rebelión siguiendo al historiador Taylor.
  • ¿Cómo se lograba terminar con la violencia de las rebeliones?
  • Identificar cuál era el objetivo del levantamiento de Juan Santos Atahualpa.

. ¿Qué fue la Era de la Insurrección Andina según el autor Stern?

Finalizadas las consignas se procederá a la corrección en el aula. 15 minutos

 

Segunda parte:

En esta segunda hora, se trabajará con un extracto de la reconstrucción de la vida de Diego Vasicuio extraída del libro «Lucha por la supervivencia en la América colonial » de Gary Nash y Sweet. Con esta fuente se pretende trabajar lo mencionado a comienzo de la clase, donde la resistencia no siempre se realizaba con actos violentos o mediante rebeliones.

Se procederá a la lectura en voz alta del siguiente texto:

Diego Vasicuio; sacerdote nativo. (Perú, siglo XVII) 

(…)Desde el principio del periodo colonial, el intento de los españoles por convertir a los indios del Perú en católicos sinceros y practicantes se había frustrado por la tenaz supervivencia de las creencias y las practicas indígenas, que los sacerdotes llamaban «idolatría». La Iglesia esperaba terminar con esta resistencia mediante la influencia omnipresente del clero misionero y secular, promulgando la asistencia obligatoria a la misa y el catecismo, introduciendo un nuevo conjunto de imágenes para inspirar a los devotos e imponiendo el calendario de las fiestas cristianas. Pero a pesar de ese esfuerzo, las creencias y ceremonias religiosas prehispánicas habían sobrevivido en una escala muy amplia al nivel de la comunidad o ayllu. Diego Vasicuio y cientos como él eran los elementos clave de esta perpetuación del pensamiento religioso tradicional. (…)

 Los padres y abuelos de Diego le habían confiado la imagen pétrea del dios Sorimana, y le habían enseñado a recitar las plegarias correctas y a realizar las ceremonias específicas de su culto. (…) Diego tenía más de noventa años cuando se presentó ante el padre De Prado para responder a los cargos de herejía. (…)

 Como muchos otros, Diego Vasicuio había abandonado temporalmente su pueblo nativo en varias ocasiones para cumplir su turno en la mita o para encontrar un trabajo remunerativo para poder pagar el tributo.(…) Cumplido sus varios periodos como mitayo, Diego Vasicuio debe de haber percibido las claras ventajas de emigrar definitivamente de Salamanca. Pero siempre volvía al pueblo donde vivía su familia y se recordaba a sus antepasados. Además de los vínculos de parentesco y los derechos hereditarios a tierras y mano de obra le ataban allí fuertes lazos espirituales, en especial a una pequeña cueva en la ladera de Cantuea. Durante la mayor parte de su vida adulta, Diego había sido sacerdote principal y custodio del Dios Sorimana, además de promotor entusiasta de su culto. La estrecha relación entre el Dios, la sagrada guaca de piedra que le servía de representación física y el lugar donde ejercía sus poderes especiales era lo que más ligaba a Diego con su pueblo natal. (…)

 Ya entrado el siglo XVII, a más de ochenta años de la conquista española, el culto a Sorimana florecía de nuevo en Salamanca. Una devota anciana, Angelina Vancuipa, había remplazado las ropas del ídolo perdidas a lo largo de los años; y adornado la guaca con una hermosa tela blanca aumentando bastante la popularidad de Sorimana. Un número cada vez mayor de indios, incluyendo a Pedro Ninacori, sacristán de la iglesia católica, denunciado y encarcelado más tarde durante una visita eclesiástica, había empezado a participar en las ceremonias que Diego Vasicuio dirigía cerca de la cueva de Cantuea. (…)

En la boca de la cueva de Sorimana, Diego bañaba cuidadosamente la guaca de piedra con chicha, y entonces ofrecía los tradicionales sacrificios con más chicha, hojas de coca, maíz y paja. Mientras los granos ardían, le hablaba primero y luego rezaba al dios. Sus oraciones eran siempre publicas y siempre las mismas: plegarias tradicionales reformadas para expresar la dura realidad de la vida de las comunidades andinas bajo el sistema colonial: «Tu eres el dador. El Creador de la Tierra. Mírame. Soy pobre. Dame fuerza, dame comida. Ten piedad de mí. Dame maíz. No tengo anda.

 

Describir cómo era el culto a Sorimana.

  • ¿Identificas en este hecho de resistencia algún acto violento por parte de los nativos? ¿Y por parte de los opresores?
  • ¿Crees que este medio de resistencia fue «exitoso»? Fundamenta.

Finalizadas las consignas se procederá a corregirlas en voz alta.

Cierre de la clase: Se propondrá una puesta en común de lo trabajado en clase. Luego se pasará a la explicación del examen escrito de la siguiente clase.

Bibliografía de los estudiantes:

  1. VV: Material redactado por el docente utilizando los estudios de Stern, S. En: Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX. Y los estudios de Taylor, W. En: Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas.

Extracto de recontruccion de biografia extra ido de: David Sweet y Gary Nash. Lucha por la supervivencia en la América colonial. Mexico 1987.

Bibliografía del docente:

Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, F.C.E., 1987, pag.221.

Stern, Steve (comp.) Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes (Siglos XVIII al XX), IEP Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1990, pag.290.

Wightman, Ann M., Dioego Vascuio: «Sacerdote nativo (Perú, siglo XVIII) «, en; Sweet, David G. y Nash, Gary B., Lucha por la supervivencia en la América Colonial, Mexico, F.C.E., 1987, pp.37:44.

Citas:

(1) Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, F.C.E., 1987, pag.221.

(2) Stern, Steve (comp.) Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes (Siglos XVIII al XX), IEP Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1990, pag.290.

(3) Wightman, Ann M., Dioego Vascuio: «Sacerdote nativo (Perú, siglo XVIII) «, en; Sweet, David G. y Nash, Gary B., Lucha por la supervivencia en la América Colonial, Mexico, F.C.E., 1987, pp.37:44.

 

Edición: Maximiliano Van Hauvart, estudiante UNMdP.

 

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