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Franceses y Hurones | Carlos Van Hauvart | Cap 28 | Historias coloniales
Guion por Carlos Van Hauvart y Diana Duart
Tanto los colonizadores, comerciantes y religiosos franceses dependieron de su habilidad para aprender y adaptarse a las costumbres de las primeras naciones que habitaban la región del Ontario. Debieron aprender las relaciones sociales, políticas y económicas tanto de los hurones, algonquinos y los iroqueses, y especialmente que unía a estas sociedades, el comercio y que los separaba, la guerra.
Es muy importante el rol de los comerciantes y religiosos como antropólogos inocentes en el siglo XVII. Las descripciones detalladas que nos han dejado nos permiten una aproximación bastante exacta de estas sociedades.
Los hurones formaban una confederación y estaba la tribu del oso, la tribu de la cuerda, la tribu del ciervo y por último la tribu de la roca y tenían un trato relativamente cordial con sus vecinos algonquinos, petunes o neutrales. Los hurones fueron tempranos pobladores de la región del Ontario.
Como productores eran hábiles agricultores tarea realizada por las mujeres, salvo por la limpieza de los campos que estaba en manos de los hombres cuya labor consistía en la caza y la pesca como la exploración de nuevos territorios.
Lo que los hurones no pudieron producir en su territorio lo adquirieron comerciando con tribus vecinas o lejanas. Una red de senderos o caminos de tierra firme conectaban las aldeas huronas a una distancia de más de 3oo kilómetros. Más allá de los límites de Huronia se conectaron con numerosas sociedades como los Susquehannocks en Pennsylvania. Este tráfico comercial sorprende por el volumen y lo que demandaban.
Los hurones vendían sus propios productos (maíz dulce, redes y cuerdas) a los pueblos vecinos, pero también actuaban como intermediarios. El pedernal, el tabaco y las pieles de ardilla negra se compraban a los neutrales, eries y petunes, que se revendían a los pueblos algonquinos del norte. Los hurones comerciaban además con pieles, frutos secos, esteras de caña y medicinas del norte. Durante sus viajes, los hurones encontraban la comida que necesitaban cazando y pescando. Además dejaban reservas de comida a lo largo de su ruta y llevaban consigo harina de maíz tostada conocida como sagamita, una especie de alimento concentrado listo para comer.
Entonces lo que más llamó la atención a los franceses era la red comercial de Huronia y se decidieron a usarla. Este intercambio era entre los hurones y como dijimos excedía este marco al alcanzar a los algonquinos y otras sociedades. Pero decir que los hurones comerciaban con los algonquinos es una enorme simplificación. Los algonquinos comerciaban tanto con la tribu de la roca, el oso, la cuerda o del ciervo, eso sería lo más correcto. Esto fue lo primero que comprendieron los franceses: uno podía negociar con los hurones, pero debía entender que los tratados eran diferentes según se firmara con la roca, el oso, la cuerda o el ciervo. Una maraña diplomática a la cual prestaron mucha atención.
Quien abriera una ruta tenía su exclusividad y las otras tribus debían pedir permiso para transitarla. Eran los jóvenes quienes, en verano, realizaban expediciones para encontrar nuevos territorios. La roca tuvo al principio el monopolio del comercio con los franceses ya que fueron los primeros que establecieron relaciones con estos y luego lo compartieron con la tribu del oso.
Esta especialización en el comercio tuvo, en muchos aspectos, una influencia en el funcionamiento interno de la sociedad hurona.
Aunque la igualdad siempre había sido la regla con respecto a los productos de la agricultura, la recolección, la caza y la pesca entre los hurones de las tribus de la roca, la cuerda, el oso o el ciervo. Esto no sucedía con los derechos de propiedad sobre las rutas comerciales ya que sólo beneficiaba a los propietarios de dichas rutas. La costumbre hurona concedía al descubridor de una nueva ruta comercial derechos sobre ella para él y su linaje. Sólo el descubridor tenía derecho a usar la ruta, y cualquier otro debía obtener su permiso para hacerlo. Este permiso se daba a cambio de regalos valiosos.
Los hurones adquirieron prestigio social de dos maneras, primero por su capacidad de comerciar y segundo por su habilidad para mostrar coraje en la guerra. Aparte de la cuestión del prestigio, sin embargo, otros signos de desigualdad simbólica aparecieron en las relaciones entre los hurones mismos y otras sociedades cuando practicaban el comercio. Por ejemplo, los hurones se casaban con mujeres algonquinas para sellar alianzas comerciales, pero no al revés. Los intercambios comerciales también se caracterizaban por numerosas fiestas. Cuando eran invitados por los hurones, los algonquinos comían la comida ofrecida por sus anfitriones, pero cuando los algonquinos eran los anfitriones, los hurones traían su propia comida.
Por último, la lengua hurón era la lengua del comercio. Algunas tribus algonquinas, como los nipones que invernaban en Huronia, eran bilingües, mientras que los hurones nunca lo fueron.
Los hurones sólo tenían relaciones comerciales con las tribus con las que estaban en paz y, por lo tanto, no podían comerciar con enemigos o extraños. El comercio se concebía como una relación exclusiva con una colectividad asociada. Eran los representantes de una tribu los que se reunían, no los individuos. Las alianzas entre socios comerciales eran requisitos indispensables para el comercio y siempre se replanteaban de forma ritual (regalos, discursos y danzas) antes de que se produjera el intercambio comercial propiamente dicho.
El comercio también se practicaba en zonas peligrosas fuera del control de los hurones, donde la guerra y la paz eran factores impredecibles. En estas condiciones, el comercio tenía que adoptar formas que disiparan cualquier incertidumbre y amenaza de hostilidad. ¿Cómo podía uno asegurarse de que su socio comercial tenía buenas intenciones? básicamente, la respuesta estaba en la exhibición de la generosidad recíproca. Los tipos de cambio eran estables, fijados por la costumbre, y parte del acuerdo comercial. Nunca se planteó la cuestión del regateo o de la mezquindad. Esto habría revelado intenciones sospechosas. El comercio, por lo tanto, tenía lugar en una atmósfera de generosidad. A hizo una muestra de prodigalidad, poniendo así a B en deuda. B devolvió el regalo cien veces, poniendo así a A en la posición de deudor. A su vez, «A» se vio obligado a mostrar gran generosidad a «B», y así sucesivamente. Dar más era demostrar la amistad y la voluntad de mantener buenas relaciones.
Edición
Ihan Quiroz, estudiante CNAUI (UNMdP)
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