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Notas dispersas sobre Historia

Con el destino en las manos. Los juegos de envite y azar en Buenos Aires y la campaña bonaerense por Vanesa Velich y Daniel Virgili

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Edición revisada para esta publicación online

CON EL DESTINO EN LAS MANOS.

Los juegos de envite y azar en Buenos Aires y la campaña bonaerense.

por Velich, Vanesa Lanina y Virgili, Daniel Alberto.

Comentario a la presente edición online.

Hace casi 20 años, Carlos Mayo y los miembros del Grupo Sociedad y Estado  nos adentramos en indagar la relación entre el juego, la sociedad y el estado en Buenos Aires a lo largo del siglo que transcurrió entre 1730 y 1830. Dicho objetivo se plasmó en un proyecto de investigación, que recibió un subsidio de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Así al cabo de dos años de trabajo grupal, la pesquisa finalizó en la publicación de un libro (impreso en la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata), que condensó ideas, debates, documentos y bibliografía que ratificaron o rectificaron los presupuestos previos que orientaban a la investigación. Como señalaba nuestro maestro, “… este trabajo quiere escapar de esa tradición historiográfica que reparaba en el juego y no en los jugadores. … queremos por el contrario, hacer hincapié en la sociedad que juega y se divierte y en el estado que vigila…” En esta oportunidad, deseamos acercar aquellos textos revisados y corregidos para el interés y la curiosidad de los lectores.  Diana A. Duart.

Sobre el Buenos Aires colonial, se ha levantado la mañana sin el permiso de sus moradores, dando inicio a un nuevo día en esta ciudad surcada por polvorientas calles. El ritmo de la urbe, con aires pueblerinos para los extranjeros que la visitan, parece tomar el ritmo cotidiano, que les permite a sus habitantes echarse una jugadita en alguno de sus rincones. Y al fin y al cabo de eso se trata, del ocio y de cómo sobrellevarlo. De poder sortear lo llano del paisaje, la monocromía de la ciudad.

Pareciera que desde el primer minuto posterior a la conquista que alguien echó a rodar un par de dados o tiró unos naipes sobre alguna mesa improvisada. Al menos así surge desde la inmensa normativa que sobre el tema se promulgó, tanto desde España como desde los gobiernos locales. Nuestra aproximación a la cuestión del juego en la ciudad de Buenos Aires en el período colonial, será precisamente desde allí; es decir, a través de documentación de origen oficial, tales como Bandos del Cabildo, Acuerdos del Extinto Cabildo y Expedientes Judiciales.

 Son muchas las preguntas que conforman nuestra curiosidad acerca de cómo se divertía estas gentes, a qué jugaban, con qué frecuencia, dónde y cuál era la participación de las clases sociales son algunas de ellas. Previamente haremos una aclaración, pues aquí nos referiremos sólo a un tipo de diversión. Sabemos que tal como había sido costumbre en la España de aquellos tiempos, existían distracciones tales como las comedias, carnavales, juegos de caña, corridas de toro, etc., que podríamos calificarlas como aquellas con una participación colectiva y en donde la actitud o intervención en el juego era mayormente de espectador, y de la misma forma fueron trasladadas del viejo al nuevo continente. No serán estos divertimentos materia que nos ocupe, nos referiremos preferentemente a aquellos que, si bien congregaban a unos cuantos fisgones, en el entremés del juego se disputaban unos pocos y que su esencia estaba en la de unas pocas jugadas y priman en él el envite y el azar, centrando nuestro análisis especialmente en los juegos de naipes.

 Anticipamos que la búsqueda y hallazgo de la documentación necesaria para la realización de este trabajo ha presentado diversas dificultades porque las mismas mencionan sólo los juegos, pero la descripciones -de los mismos- que en ellas se encuentran son frecuentemente sucintas; pudiendo encontrarnos con lacónicas referencias como aquélla que en ocasión de iniciarse los autos criminales por la muerte de Cayetano Orellana en contra de Antonio Toledo, se declara el reo como aficionado a los naipes y que se hallaba al momento jugando al paso(1).

 Los juegos con barajas son en su mayoría el tipo de juego mencionado en los documentos del Juzgado del Crimen. Que sean los naipes y no otros los juegos que allí se manifiestan se debe no sólo a lo asiduo de nuestras gentes a practicarlos sino que sobre ellos se habían redactado ya reiteradas prohibiciones, ya sea contra la práctica de los mismos o los lugares donde se realizaban, entre otros. Es interesante sin embargo, que a diferencia de lo mencionado en el trabajo de Angel López Cantos (2), donde aparentemente el juego de dados estaba casi tan difundido como el de naipes y al cual las autoridades daban tanta importancia, son muy poco significativos los casos que hemos encontrado para esta región de la América Hispana(3).

En 1771, el monarca Carlos III dictó una pragmática conteniendo una nómina de juegos prohibidos dada la particular naturaleza azarosa de los juegos de suerte y azar. Si observamos los juegos enumerados en dicho documento nos encontraremos con un listado tan numeroso como variado de juegos entre ellos: banca o faraón, baceta, carteta, banca fallida, sacanete, parar, treinta y cuarenta, cacho, flor, quince y treinta y una envidada (4).  Todo ello ya nos está dando una idea del amplio universo lúdico en materia de juegos de azar que imperaba en estas latitudes.

Como ya lo aclaramos más arriba, en la documentación que hemos trabajado, no siempre se hace mención expresa del tipo de juego. Con cierta frecuencia en los expedientes sólo se dejaba asentado que los participantes se hallaban jugando juegos de emvite y azar, otras veces se indicaba, sencillamente, que se trataba de juegos de naipes o barajas, pero de todos modos hemos podido identificar los siguientes juegos, a saber: biscambra; primera; monte; paro; décima; basiga y el truquiflor.

Para comprender la dinámica de algunos de estos juegos, acercamos las siguientes descripciones o definiciones que hemos podido hallar y que nos indican cómo se jugaban los mismos.
El juego de primera era aquel juego de naipes en el que se daba cuatro cartas a cada jugador, y en el que el siete valía 21 puntos, el seis 18, el as 16, el dos 12, el tres 18, el cuatro 14, el cinco 15 y la figura 10. La mejor suerte, con que se ganaba todo, era el flux, que era cuatro cartas de un palo’.
Por su parte el juego del paro consistía en que sacar una carta para los «puntos» y otra para el banquero o «la banca», y de ellas ganaba la primera que hacía pareja con las restantes que se iban extrayendo del mazo (6).

Otra variable estaba representada por la biscambra, en la cual se daban cinco cartas por jugador y se colocaba una descubierta con el palo de triunfo (7).

 Pero indudablemente el que resultara más popular y con algunas variantes superviviera hasta nuestros días: el clásico truquiflor. Dicho nombre se debe a que el mismo derivaba de una fusión sufrida entre el juego del truque y el de flor. Ambos muy populares en la Península. El truque admitía dos, cuatro o más jugadores, repartiéndose tres cartas para cada uno y ganado quien echara la carta mayor. El valor de las mismas en orden de importancia era como sigue: el tres, el dos, el ás, el rey, el caballo, etc., exceptuando los cinco y los cuatro que se separaban. «En este juego hai envites de tantos de tres en tres, diciendo truco, tres mas, tres mas nueve, y juego fuera, que es doce piedras; número que suele ser la talla del juego.(8)  El juego de flor consistía en repartir tres cartas a cada jugador, para posteriormente hacer los envites y revites. Se hacía flor con tres cartas del mismo palo, pero en el caso de que se presentara otro juego ganaba el que obtuviese mayor puntaje y en caso de empate era superior el que fuese mano. Cuando en una partida no se lograba ninguna flor ganaba el que sumara mayor puntaje en una o dos cartas. El valor de los naipes era el siguiente: el dos valía doce, el as once, las figuras y el cinco diez, el tres nueve, el cuatro ocho y el siete y seis su propio valor. Estos son, pues, las fuentes de nuestro vigente truco (9).

Finalmente haremos mención del juego de bolas o bolos, denominaciones -ambas- que se emplean indistintamente en la documentación consultada, pero que presentaba diversas variantes, especialmente para lo que las autoridades consideraran como destreza o azar.

El origen de este juego puede rastrearse en un particular entretenimiento indígena «A buena distancia clavan en el suelo una ala de avestruz: ésta les sirve de blanco; y el que más acierta o pone las bolas más cerca, ese gana»(10).

 En términos generales podemos decir que el juego de bolos se practicaba en canchas (pistas lisas de tierra similares a las empleadas para las actuales bochas) que admitía diversas variables según el ámbito o época. Por las descripciones parciales que nos acercan las fuentes y el análisis de litografías de la época, los jugadores (dos) se ubicaban dentro de un rectángulo – la cancha- cuyos límites se hallaban marcados por gruesos troncos de madera y cada uno por turnos se encargaban de golpear una bola o bocha con un palo o vara tratando de guiarla hacia un aro enterrado en el extremo opuesto de la cancha. Ganaba quien pudiera lograr hacer pasar la bola por el aro.

 Por su parte, las autoridades habían permitido sólo la modalidad del Real de Bolos que es aquél en que ganaba quien derribaba primero cincuenta u otro número determinado de ellos; pero la preferencia popular estaba dirigida hacia el modo que consistía en ganar el juego en cada tiro por ser par o impar el número de los que cayesen.

Este último era considerado abusivo, puesto que las autoridades pretendían preponderar la habilidad del jugador y por consiguiente reducir lo puramente azaroso del juego(11).

 Otra variedad mencionada es el de bolas barras mencionada en un bando (12) pero de la cual no tenemos referencias para describirla.

 Todos los juegos hasta aquí mencionados tenían sus jugadores o participantes, por lo tanto cabe preguntarse quiénes eran éstos. Al respecto, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que nadie permaneció indiferente a este tipo de juegos, cualquiera fuera su clase social, sexo y aún su edad. No sólo las fuentes judiciales (juicios) nos dan esta pauta, sino también y especialmente la normativa de la época (bandos-cédulas).

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As de Espadas. Baraja francesa. Archivo de Simancas.

En el análisis de las causas judiciales los participantes en dichos juegos suelen ser en su mayoría artesanos urbanos y dependientes o aprendices en diferentes oficios. Esto era algo cotidiano. Observemos por ejemplo, lo que ocurría todos los días a la oración, a una cuadra de la cerca del Convento de Mercedes, en la pulpería del catalán Juan Buñuelo, quien declaraba que «… con motivo de tener varios vecinos todos de oficio entablaba tertulia para pasar el rato de la noche jugando…».  En efecto, era común encontrar reunidos allí a Juan Luis Bordón, maestro herrero; Marcos Rondón, maestro sillero; Pedro de la Rosa, oficial zapatero y Pedro La Buena, maestro zapatero, entre otros. Como lo declaran los propios participantes, se reunían allí para divertirse y pasar el rato entre amigos. «para hacer tiempo fuese hora de retirarse a donde tiene su familia, pasaba a divertirse jugando a los naypes una corta cantidad con varios amigos todos de oficio», otro indicaba que se acercaba hasta el lugar «en algunas noches por pasar el rato hasta ser hora de recogerse, trataba de irse a divertir” (13).

 Cuando el juego se ha desarrollado en el ámbito rural indudablemente son los peones y demás empleados en las estancias quienes se juntan a jugar. Escenas como la anteriormente descripta también se reproducían de ordinario en las pulperías rurales. Si por ejemplo observamos la pulpería bolante de Manuel Borda en ocasión de estar ubicada en la estancia de Obligado (Ranchos), Pantaleón Gómez, jornalero casado, de 30 años y natural de Santiago del Estero se reunía a jugar con Nicario Lagosta, natural de Buenos Aires, soltero, de 29 años de edad y cuya ocupación era nada menos que capataz de la estancia (14). Por otra parte, en la estancia de Don Pascual Muñoz ubicada en la Guardia de Salto, participaban de unas partidas de basiga y primera: Pascual Noriega de 35 años, desertor del regimiento de Húsares- cuya madre se encuentra viviendo en la estancia-, Juan José Muñoz, sobrino del dueño de la estancia y hermano del Teniente Alcalde Don Benancio Muñoz (quien encabeza los autos procesales del caso); Florencio Lastra, agregado de la estancia de 30 años de edad, Ignacio Benítez, peón, José Santos Sepúlveda, de 28 años, casado, capataz de la estancia y los sobrinos del estanciero: Francisco Muñoz, peón de 28 casado; Sebastián, soltero, jornalero y José, estos últimos pertenecientes a la estancia de Don Benancio Muñoz.(15)

 Aparte de algún desertor, como aparece en el caso arriba mencionado, eventualmente podemos hallar algún soldado u oficial del ejército. A este respecto las órdenes generales para el fuerte de Luján indicaban, entre otras restricciones, que estaba vedado a los soldados «jugar juegos prohibidos de embite (como naipes, dados,taba), so pea de perder el dinero y ser castigado» (16). Los viajeros indican en sus relatos la afición del juego entre los militares «El coronel era un gran jugador de cartas, haciendo conmigo numerosas partidas» (17)

 El clero tampoco se hallaba ajeno a esta realidad. Atendiendo a los libros de visitas podemos ver las advertencias y denuncias de los prelados que inspeccionaban los conventos de las diversas órdenes religiosas, en los cuales ponen de manifiesto las conductas licenciosas de aquellos religiosos que habían caído en la tentación del juego. Si tomamos por caso el convento mercedario de Buenos Aires, se reiteran, por parte de los visitadores, las prohibiciones con respecto al juego de naipes entre los religiosos, el consumo de bebidas espirituosas y la cría de gallos de riña (18).

 Es decir, que más allá de algún tahur profesional o «vago» que viviera del juego, en su mayoría los jugadores eran personas del lugar, con oficio conocido y de buena reputación. Dada la particularidad de estas fuentes ciertos grupos sociales no son manifestados, pero observando la normativa de la época (bandos) nos encontramos con referencias concretas. En un bando del cabildo de Luján encontramos la siguiente disposición: «Item que en ninguna cancha de Bolas, se permita jugar a Hijo de familia; ni esclavo;…; Item que los comisionados de esta Jurisdizion vigilen los juegos ócultos, que suelen aconteser en los campos, assi entre peones, como otras Gentes…» ( 19).

 Al respecto Mariluz Urquijo observa que lo que se condenaba de los juegos de bolos (que estaban permitidos, observando las modalidades ya comentadas) debido principalmente al tipo de juntas a que daban lugar y el pernicioso efecto que resultaba de ello al reunirse los hijos de familia con vagabundos.(20)

 La diferenciación también queda establecida en la enumeración y distinción de las penas aplicables a aquellos que desobedecieren las ordenanzas, según se traten de hombres de baja esfera, españoles, esclavos u otra condición.

Que personas de toda clase y condición participaran en los juegos «prohibidos» de envite y azar puede presentarse como algo lógico; que se puede intuir. Pero una vez más la realidad supera toda imaginación, puesto que inclusive las autoridades llegan a participar, tal como lo demuestra lo ocurrido una noche de junio en la casa de trucos que administraba Salvador Vivanco en la calle Thompson, y atrás del local, en un cuarto de media agua se hallaron jugando a los naipes y puestos de pie alrededor de una mesa a numerosas personas. En el informe judicial se redactó una lista oficial de los participantes conteniendo trece nombres -todos masculinos-, pero se aclaraba la existencia de otra lista «secreta». La nómina mantenida en reserva estaba integrada por: el Sr. Juaquin Stephani de Banti: Capitán de Dragones; el Sr. Zabala: Alférez de Dragones; Federico Aruda de Camara de su Exa. (sic) y Don Fco. Paula Castellano: un cadete sobrino del Teniente Gobernador.(21)  En otro caso, en donde se había formado una numerosa rueda para jugar al monte, las autoridades intervinientes redactaron tres listas con los jugadores detenidos. En la primera se mencionaban a los «morenos esclavos», los cuales sumaban siete en total; en la segunda lista se nombra a dos negros libres y finalmente la última nómina destinada a los blancos estaba integrada por tres hombres, uno de los cuales era Raimundo Cavallero, el teniente Alcalde del Cuartel N°20 de la ciudad de Buenos Aires (22).

El sexo tampoco era un impedimento para participar en estas prácticas lúdicas. La presencia de las mujeres en los mismos se evidencia desde un comienzo (S.XVI), llegando el caso, como lo afirman algunos viajeros «que era normal que las esposas rompieran la timidez de sus maridos, siendo las primeras que se aproximaban a las mesas de juego;….;como todas las mujeres de todo el mundo cuando se entregan a un vicio, son más resueltas que los hombres.» (23).

 Esta situación se pone de manifiesto si observamos lo que ocurría en la Pulpería de Juan Planes ubicada en Ranchos de la Frontera, en donde se hallaban muchos lugareños acompañados por sus familias. Mientras en la parte delantera la gente se divertía bebiendo algún trago, en el mostrador o compartiendo algunos dulces o golosinas en las mesas, en la parte posterior del local se encontraban  «jugando naipes tres mujeres y tres hombres tras de un mojinete de la casa» (24), lo cual nos da la pauta de que las mujeres no jugaban solamente entre sí, sino que también se armaban partidas mixtas.

También Antonia Medina parece tener apego al juego, o las ganancias que de este pudieran resultar, pues fueron los vecinos quienes la denunciaron por realizar en su casa reuniones y juegos de embite y azar. Al irrumpir las autoridades en su morada la encontraron  junto a otras dos mujeres y un hombre alrededor de la mesa en la que estaban proyectando una partida» (25).

Aunque por lo general era aceptada la participación de las mujeres en el juego no todos veían esta mezcla con agrado, ya que algunos jugadores ponen énfasis en aclarar que ellos «no juegan con mujeres» (26).

Por todo lo arriba expuesto, resultan bastante curiosas las observaciones que realizara un viajero al respecto: «Existe mucha propensión al juego en Buenos Aires, pero entre los hombres únicamente. Los vicios de las damas elegantes de Londres en este respecto no son imitados por las hermosas habitantes del Río de la Plata” (27).

La edad de los participantes oscila entre los 16 años hasta los 70, pero predomina el grupo de edades que va entre los 30 a 35 años, seguidos por la franja de edad entre los 21 y 29 años.

 De todos modos, los más jóvenes también se veían tentados a participar de estos divertimentos prohibidos; tal como lo muestra el caso de Tejera, pardo libre que se hallaba jugando con menores en la calle al juego de décima y fue sorprendido por las autoridades (28). Pero se trataba de salvaguardar a la juventud de todo aquello que pudiera iniciarla en el vicio, por lo tanto no se permitía su participación, aún en aquellos juegos que estaban permitidos) como lo era el juego de bolas y que ya hemos comentado más arriba. Pero el juego estaba tanto en la pulpería como en la calle y cualquier transeúnte sin importar su edad podía tentar suerte. Un viajero inglés observaba:»Hasta los chicos de Buenos Aires sienten inclinación por el juego; sobre todo los lecheritos que suelen volver a su casa sin la ganancia del día.» (29).

Como estamos viendo, en los casos ya citados, los lugares donde se desarrollaban estos juegos podían pertenecer tanto al ámbito público como lo eran los comercios de despachos de bebidas, cafés, calles, plazas públicas y cruce de caminos, o privado tales como casas particulares, estancias, o algún otro paraje en el campo.

 En la ciudad de Buenos Aires los lugares preferidos por el común de las gentes eran las pulperías y los lugares de reunión o concentración como lo eran las plazas, las cuales eran aglutinantes de personas al funcionar como parador de tropas de carretas o como mercados. Allí detrás de una carreta o aún bajo alguno de los arcos de la Recova se reunían los troperos con la gente que frecuentaba el lugar (esclavos, libertos, dependientes, indios, etc.) y rápidamente se armaba una partida de naipes. El juego que concentraba más personas era el monte, formando rueda podían juntarse hasta doce personas o más. Resulta bastante demostrativo el caso del vendedor de carne Mauricio Córdoba, quien fue remitido a las autoridades «por haber estado tayando al monte en la Plazoleta de los Corrales en cuya reunión estaban cerca de cincuenta personas» (30).

Pero entre los lugares públicos también deberemos citar a la Real Cárcel del Cabildo. Resulta curioso el caso de Tadeo Mazar (31) quien organiza una partida al truquiflor con sus eventuales compañeros de celda, la cual termina en una riña porque Salazar interrumpe el tercer juego (luego de haber ganado los dos primeros) cuando ve que la suerte comienza a serle adversa.

En el ámbito rural, algún punto de encuentro al costado del camino podía convertirse rápidamente en lugar de juego. Es así como detrás de un rancho que se halla a la vera del camino de San Isidro se ubicaron en rueda, agachados o sentados algunos jugadores ocasionales. Los participantes eran en su mayoría mulatos conchabados en la chacra de un tal Alvarez y pasaban el rato jugando al paso (32).

 En las tertulias que se daban en las casas de las grandes familias tampoco faltaban los entretenimientos de todo tipo, pero éstos permanecían fuera del radio de la mirada de la autoridad.

Otros, en cambio no aprovechaban sólo las reuniones para armar alguna partida de naipes, sino que directamente habían convertido a sus moradas en garitos, en donde se jugaba «de día y de noche». Algunos jugadores que se acercaban a jugar de día llegaban a pernoctar en el lugar para no perder la continuidad de las jugadas y generalmente buscando la revancha para recuperar las ganancias perdidas solían quedarse lo que considerasen necesario, como el caso de un tal Muñoz que estuvo jugando dos días y medio en la casa de un tal González en la Villa de Luján (33).

El testimonio de un viajero nos acerca la siguiente escena ocurrida en Buenos Aires: «No existen casa destinadas públicamente al juego; el gobierno las ha prohibido: pero ¿quién puede contener al jugador empedernido? Pocas noches después de mi llegada visité una casa de juego y en la mesa se jugaba una partida semejante a las nuestras. Llegó la policía. Creí que todos terminaríamos en la cárcel, según la costumbre inglesa; pero fueron más considerados y sólo arrestaron a los dirigentes: varios ingleses entre ellos.» (34).

 Todo lugar de reunión se consideraba oportuno para practicar algún tipo de juego, incluso un velorio. Las referencias al tipo de festejos que rodeaban los velorios de angelitos (niños pequeños) son muchos y generalmente basados en los comentarios del ingeniero Beaumont (35), quien recorriera estas tierras en representación del gobierno inglés. El mismo hace hincapié en los bailes que se organizaban; pero es otro viajero H. Armaignac, quien nos indica la presencia del juego de naipes en dicho ámbito, y al respecto señalaba:»…Al aproximarme, observé sobre la cama el cadáver de un niño, muerto en la víspera. En la pieza como en la cocina, que estaban juntas, una docena de personas, hombres y mujeres, estaban ocupadas en jugar a la baraja, en tomar mate, ginebra, vino o cognac. Otras hacían pasteles y los jóvenes bailaban el gato o el triunfo, al son de una mala guitarra» (36); costumbre, ésta, que con sus variantes se extendió hasta el presente siglo (37).

Como estamos observando, todo lugar era bueno para jugar y también lo era todo momento o época del año. No existía un tiempo determinado para armar juego.

Tanto en los meses cálidos como en los fríos los hombres podían reunirse para un rato de diversión, aunque si observamos la fecha en que son dictados los bandos destinados a la prohibición de los juegos de envite y azar, los mismos predominan en los períodos de cosecha o de siembra. El virrey Vértiz mandaba: «…que ninguna persona salga de esta ciudad con pulpería durante dicha siega por los desórdenes que de ello se sigue;…; Los dueños de sementeras no permitan tipo de juego en sus chacras…»38). Por su parte, para el mismo período del año, desde el cabildo de Luján se recomendaba «…que los comisionarios de esta jurisdicción vigilen los juegos que suelen acontecer en los campos asi entre los peones como otras gentes…» (39).

Podemos observar en las disposiciones restrictivas emanadas del cabildo que se emiten los bandos especialmente en los meses de enero y agosto (período de sementeras). Es durante ese lapso en que se hace hincapié, pero esto no es excluyente. El panorama es bastante universalizado si tomamos en cuenta los datos aportados por las fuentes judiciales (ver cuadro). Las mismas nos presentan un panorama que escapa a lo netamente estacional Encontramos a aquellos tempranos pobladores bonaerenses jugando en toda época del año.

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Como se ha estado señalando todos los horarios del día tenían sus jugadores, pero de todos modos, el anochecer al final de la jornada, cuando los hombres deciden relajarse de las faenas diarias, acercándose a alguna pulpería para beber algún trago en compañía de otros parroquianos, era el momento preferido por los pobladores; así encontramos que a partir de las nueve de la noche en la pulpería del señor Buñuelo (ya mencionada) se reunían los zapateros, herreros y otros artesanos del barrio a diario, donde aprovechaban para jugar al truqui-flor; biscambra; paro; monte y basiga.

Durante los días domingos, desde horas tempranas, la gente podía reunirse para recrearse durante el ocio de ese permitido descanso. Pero con algunas salvedades, para que no se desvirtúe el sentido dominical.  A tal fin las autoridades destacaban: » Que ninguna [persona] tenga tabla de juego; y que nadie juegue naypes, dados ni otros juegos prohibidos ni jueguen Bolas Barras ni otros juegos licitos, antes de la Missa  Mayor ni en dias de travajo  ni de fiesta…” (40)

Claro, que en aquellas circunstancias, las jugadas no dejaban de estar acompañadas por la ingesta de bebidas espirituosas, las que ayudaban a ganar el clima de distensión y divertimento, pero que también alteraban los ánimos, al punto que si se sucedía algún desentendimiento durante el desarrollo del juego no tardaba en producirse un altercado entre los participantes -ahora convertidos en contendientes-y en general provocando consecuencias fatales. Todos los juegos de naipes que hemos estado mencionando se realizaban con naipes del tipo español, pero existía una variedad en cuanto a sus calidades o manufacturas.

El estanco de tabaco y naipes era el encargado de proveer de las partidas y éstas provenían de la fábrica de Macharaviaya (41),  las cuales eran transportadas hasta el puerto de Montevideo, de allí se las destinaba en gran parte a los Almacenes generales en Buenos Aires donde eran estibadas, para su posterior distribución y venta en la ciudad y en el interior del virreinato.

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Prueba de impresión de Naipes. Archivo de Simancas.

 Los aficionados al juego contaban con una cierta variedad en las calidades, presentándose las siguientes clases: ordinarias; revesino; recogidas; blancas; cascarela; finas y superfinas.

 La presunción que tenían los funcionarios de la corona a la hora de establecer el estanco (organizado en 1778) era que los pobladores del Río de la Plata estaban acostumbrados a jugar con barajas de calidad inferior y a precios ínfimos (42). Pero los «consumidores», dejaron en claro sus preferencias por el tipo de barajas que deseaban adquirir. Sus expectativas se centralizaban en la calidad de la vitela, es decir del tipo de papel o cartulina con que estaban confeccionadas; además para que fueran consistentes y duraderas debían estar bien engrudadas para que durasen el mayor tiempo posible. Por otra parte eran cuidadosos en observar que el reverso de los naipes estuviese bien pintado para evitar que las mismas se marcaran con el uso o fuesen marcadas intencionalmente por algún jugador poco escrupuloso. En ocasión en que fueron enviadas por la fábrica barajas que tenían el reverso blanco, contaron con el repudio generalizado y para poder vender buena parte de la remesa las autoridades debieron reducir considerablemente su costo (43).

Otro aspecto que tampoco era dejado de lado era la calidad del diseño o estampado de las figuras, prefiriendo que cada naipe contara en su esquina con el número que le correspondía y la identificaba (algo poco común en la época; lo acostumbrado era identificar cada carta por medio de las figuras representadas).

 Naipes que sumaran todas estas características eran las del tipo superfino de 48 cartas cada mazo pero pocas veces se hallaban en los Almacenes. A veces, las mismas pasaban tanto tiempo depositadas durante largos meses y aún años que con la humedad se estropeaban, resultando muy difícil poder despegar unas de otras. También se estropeaban por problemas de envío, siendo dañadas al empacarlas o a veces, los fabricantes las envolvían con la pintura aún fresca, o eran perforadas por los clavos del embalaje. Por todo ello se les requirió a los fabricantes que no empaquetaran los naipes hasta que la pintura de los mismos no se hubiera secado completamente, puesto que resultaba imposible despegarlas o eran muy dañadas al intentarlo.

Un mazo de las superfinas costaba alrededor de 6 r. para la jurisdicción de la ciudad de Buenos Aires y 8r. para el resto del virreinato; así que las autoridades para poder atraer a los compradores hacia las otras de menor calidad el precio de estas últimas oscilaba entre los 3r. y 21/2r. (44)  medida que contaba con cierta aceptación. Pero para aquellos que no se conformaban con lo ofrecido por el real estanco, tenían

la alternativa, como en tantos otros rubros, de adquirir la calidad que buscaban fuera del comercio legal u oficial. Entre las barajas «prohibidas» que circulaban se hallaban las genovesas, portuguesas, madrileñas y barcelonesas. Esta situación llevó a las autoridades a realizar «señales ocultas» en los naipes para poder controlar en los lugares de venta la procedencia del material en cuestión. Por otra parte les sugirieron a los fabricantes seguir el modelo de las barcelonesas para poder satisfacer el gusto de la población (los numerosos consumidores que la conformaban) y así poder oponer un producto de aceptación frente al material de contrabando y también estimular los ingresos (45).

 Implementando marcas en los naipes trataban de evitar la venta ilegal por parte de los propios particulares que los transportaban; pero también puede hallarse algún funcionario que intentara obtener frutos del negocio. Juan José Osorio, gallego de 46 años y avecindado en Maldonado y de oficio comerciante, había estado a cargo del estanco y contaba con una cierta cantidad de barajas que ofrecía a la venta en diferentes pulperías de la vecina orilla del Plata. Las vendía a 4r. y se trataba de unos naipes muy especiales, porque los mismos estaban marcados «la banda de afuera cada cuatro cartas por distinto estilo con una raya de pintura azul «; como también participaba en  juegos con dichos naipes finalmente fue descubierto por los jugadores defraudados. Osorio fue condenado a pagar 50 pesos por el fraude cometido, mientras que el dueño de la pulpería en 60 pesos por permitir el juego y a cada participante se los sancionó con 30 pesos.(46)

 En 1788 fueron vendidas aproximadamente 32.000 barajas (mazos) de las cuales 8.000 se destinaron a  Buenos Aires  y las restantes 24.000 fueron hacia el interior del virreinato (47). Estas cifras evidencian en proporción la importancia que representaba el consumo exclusivo en esta ciudad  con respecto al resto del virreinato. El consumo de naipes fue aumentando año a año; desde los 32.000 mazos para el año 1788, pasando por los 55.000 en 1799, hasta los 150.000 para 1808, [cantidades para todo el virreinato] (48).

 Debido, en parte, a la gran demanda como por los diversos problemas presentados por el transporte marítimo (ataques de corsarios) y las partidas inutilizadas por un mal estivaje hacían solicitar constantemente nuevas remesas a España, demandas que no siempre podían ser satisfechas. Por ejemplo, en 1806 los jugadores debían seguir usando los sobados mazos de preguerra pues, a la Dirección General de Tabacos y Naipes se le acabó la provisión de barajas y la real fábrica de Macharabiaya no podía efectuar nuevas remesas debido a las hostilidades marítimas; por lo que debieron recurrir a comprarlas en Chile (49). De todos modos, siempre que pudieron, los consumidores se inclinaron por la calidad y evaluaron los precios en relación al tiempo de utilidad de las barajas.

Otro aspecto que resulta interesante destacar es el tipo de apuestas que se realizaban en las diferentes partidas.

 Generalmente por mano no se apostaban más de un par de reales, pudiendo sumarse al final de una o varias partidas algunos pesos. Por lo tanto nos encontramos con casos en que los reales apostados no llegan a sumar un peso (50) y otros en que se llegan a contabilizar unas cuantas decenas de pesos y aún superando la centena.

 Algunos se jugaban absolutamente todo lo que traían, tal el caso de Arambulo, jugador «eventual» que aprovechaba echarse alguna partida cada vez que viajaba hacia Buenos Aires a vender cueros y comprar mercaderías. Según declara su esposa Ursula Astorga «la primera vez perdió hasta la ropa que llevaba»; en febrero de 1803, de regreso de la Gran Aldea y llegando a Luján, se detuvo una vez más en la casa de Manuel González, quien junto con su mujer organizaban partidas de naipes con quienes pasaran por allí y desearan tentar suerte. En esta ocasión Arambulo perdería todo lo que llevaba, incluso hasta el carretón alquilado en que se condujera, el dinero de los artículos que hasta allí había vendido y el resto de los géneros de abasto que aún le quedaban, lo cual se estimó en unos 21 Op. 21/2r. en varios efectos de pulpería que había sacado fiados de Buenos Aires con destino a su venta en la campaña y en la Villa de Luján. Como este desafortunado comerciante-jugador  no había jugado ni efectuado gastos mayores durante su viaje hasta la casa de juego se supuso que llevaba dinero en efectivo por un total de 55 pesos. Más allá de los dueños de casa, a otros jugadores que se hallaban presentes también la fortuna les había sonreído, como le sucediera a Don Manuel Muñoz que había entrado a jugar con 2pesos. y se retiró con  10  de ganancia.(51)

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Juan Camaña. Soldados de Rosas jugando a los Naipes.

 Otro caso de jugador compulsivo, que cometió la indolencia de apostar fuertes sumas de dinero que no le pertenecían es el de Ramón Mendoza quien se ocupaba de comprar las cantidades de trigo que le encargaran aquellos que le encomendasen sus servicios. Por tal motivo Don Fernando Fuentes le había dado 250 pesos a Mendoza para que le comprara 18 fanegas de trigo. Este se dirigió al café de la Plaza Nueva y allí en sucesivas partidas en el juego de monte perdió hasta el último real que le habían dado, precisamente para otros fines.  Según comentara el propio Mendoza en sólo dos noches había perdido en ese café más de 500 pesos, dinero que le habían consignado para la compra de trigo (52).

 Las sumas apostadas en el caso anteriormente descripto no son corrientes. En general, dados los montos que se acostumbraban a manejar entre el común de la gente (artesanos, peones), las grandes pérdidas en el juego no ocurrían en sólo un par de noches, sino a lo largo de un cierto período, como lo manifestara un maestro herrero que declaraba haber perdido como cincuenta y tantos pesos en el término de un mes y medio (53).

También nos encontramos con casos extremos de sujetos que apelan a cualquier método para hacerse de dinero para jugar; por ejemplo el paisano Antonio Carosa fue hallado culpable de conducir a la prostitución a su mujer para poder tener con qué apostar en el juego (54).

 Claro está que a la hora de pagar la apuesta, a falta de metálico y para asegurarse el cobro inmediato de la misma, eran aceptadas todo tipo de prendas. En oportunidad de encontrarse jugando al paro en una calle de Buenos Aires, el carpintero Pablo Benítez junto a un albañil de nombre Baptista y un indio, el mencionado Benítez ganó y obtuvo de los otros jugadores 12 reales de uno y unos calzones tripe colorado, con botones negros de aspa del otro (55).

 Este tipo de situaciones era denunciada en un bando, en el cual se indicaba: «…en los días de trabajo se juntan a jugar los sujetos que deben acudir al trabajo diario;…; enviciados en el juego suelen jugar hasta la ropa de su uso y la de sus mujeres…» (56).

 Todos apostaban algún valor, o se las ingeniaban para encontrar algo con qué hacerlo; incluso aquellos que tenían muy poco que ofrecer como sin duda lo eran los presidiarios de la Real Cárcel del Cabildo. Allí podemos encontrarlos en una de las derruidas celdas jugando al truquiflor «a quartillo cada juego», tratándose en este caso de un cuartillo de cigarrillos de papel (57). Por otra parte se hace referencia a los presos confinados en la isla Martín García, los cuales eran tan aficionados al juego del paro que se jugaban las ropas a falta de dinero (58).

 Como ya mencionáramos, las sumas apostadas en cada partida no eran, por lo general, de montos considerables. Se puede ver con frecuencia a los jugadores que se encuentran en una pulpería echar una mano de naipes por «un real de gasto». El Alcalde Ordinario Joseph Andonaegui observaba que «…tienen por cosa común jugar la viscambra para el gasto;…; a pesar del bando con el aumento en las penas continúan en ese mal abuso” (59).

 Dicha cuestión no fue desatendida por las autoridades. En febrero de 1764 se expresaron por tal motivo, de la siguiente manera: «Que por ningún titulo ni motivo, admitan los Dueños de tiendas, 6 Pulperias Juegos de gasto, Dados, niotros, prohividos,…»(60). A fines de enero de 1779 recalcaban: «…Item mando que en ninguna Tienda o pulpería sean osados sus dueños con el pretexto de que juegan gasto echen baraja para juego alguno…”(61).

 Las fuentes son oscuras y no aportan elementos para poder precisar el concepto del gasto; pero podemos suponer que el mismo hacía referencia al gasto diario en la pulpería, es decir que se estaba jugando por el o los insumos diarios. También podríamos pensar que el que perdiera debería aportar la suma apostada a favor de la cuenta que el ganador tenía en libro de gastos de la pulpería, a la sazón cliente del establecimiento. Razón esta última o ambas que interesaban al comerciante, de allí que se entienda la advertencia de los bandos.

 Por otra parte, resulta notorio observar que muchos de los participantes en estos juegos de envite, a la hora de tener que realizar sus declaraciones (cuando se realizan los autos criminales o las averiguaciones sobre alguna infracción a las normativas para el juego) se declaran como simples espectadores de la partida en cuestión, a modo de excusa; pero más allá de la coartada que estos sujetos intentaran esgrimir para disminuir su grado de responsabilidad, la verdad es que el juego no sólo constaba de los jugadores, ya que tan importante como éstos son sus espectadores que se agolpan alrededor de la mesa para animar a los contrincantes, acercar un vaso de vino a fin de que no se pierda el hilo de la jugada o hacer señas para auxiliar a algún amigo en apuros.

En la plaza Nueva, una tarde de sábado, allá por 1786, mientras se armaba una partida de naipes tras una carreta entre Phelipe, mulatillo esclavo y Raya, peón [aprendiz] de una zapatería, son rodeados para observar el juego por Castro, mozo costero, el esclavo Asencio y un soldado -entre otros- (62). Asencio, que se hallaba mirando el juego, solicitó un real a los participantes.

 Este tipo de solicitud era una práctica que se acostumbraba, pero que no era por todos aceptada; veamos por ejemplo lo sucedido el domingo 2 de diciembre de 1821, en la pulpería de Manuel Donato Camino, en San Vicente (Cuartel de San Borombón). Allí se hallaba Juan José Santa Ana, peón de campo jugando «barajas» junto a tres parroquianos más, rodeados por un nutrido grupo expectante de las sucesivas partidas, entre los mirones se hallaba José Herrera de 30 años de edad. Este decidió acercarse a Santa Ana que estaba ganado, pasando por una buena racha, razón por la cual le pide «un real de barato», pero el jugador se niega a darle nada aduciendo que estaba perdiendo. Ofuscado, Herrera le increpa: «nunca los capilleros me dieron un real porque son unos pijoteros», lo cual genera un altercado que es sofocado por la intervención del padre de Santa Ana que también se hallaba presente. De todos modos arreglarían cuentas más tarde fuera de la pulpería. (63)

La costumbre del barato es lejana y parte misma del juego. López Cantos señala que el juego se encuentra lleno de supersticiones y fetichismo.  Así el amuleto de un jugador era el barato. Los jugadores ligaban su suerte a alguno de los observadores del juego, debiendo recompensarlos por su bendición, de eso se trataba el barato. Una especie de propina o comisión que se llevaba aquél que el jugador cree que le está dando suerte. Ya convertida en costumbre, esta gracia solía ser solicitada por el observador al jugador, así como lo hicieran los fisgones citados.

También se ponía en juego el prestigio del jugador de acuerdo a lo mucho o poco generoso que se comportara dando el barato.

Por otra parte debemos tener en cuenta la siguiente distinción. En otros ámbitos, como suelen ser las casas de trucos o las canchas de bolas, se entiende por barato una suma establecida que cobraba el dueño del establecimiento a cada participante como derecho de admisión.

Consideraciones finales

Ante este panorama que se nos presenta podemos afirmar que, los juegos de envite y azar -especialmente los de naipes- habían penetrado en todos los estamentos sociales (grupos e instituciones) y que nadie permaneció ajeno a los mismos participando, el que menos, en alguna velada de unas partidas, y por supuesto, cada jugada requería un mínimo de apuesta. Era inconcebible jugar por nada, casi una falta tan grave como lo sería no respetar las reglas básicas de la convivencia.

Toda ocasión era propicia para armar alguna partida de naipes. En el ámbito rural, la oportunidad se podía presentar durante algún alto en las tareas diarias o al pasar por el cruce de algún camino. Mientras que si se estaba en la ciudad se podía tomar partido al acercarse a alguna plaza, para comprar o vender algún producto; al ir de paso ocasionalmente por alguna callejuela de la ciudad o aprovechando el arribo a la pulpería para adquirir algunos víveres o apurar un trago durante la jornada. Las barajas estaban allí. Mucho más prácticas que los bolos u otros juegos de azar. Es decir, que no era necesario esperar el anochecer, una vez finalizada la jornada de trabajo, o durante los días festivos para intervenir en la práctica de dichos juegos. Ni siquiera era necesario estar en algún local o casa particular. Y como ya hemos visto, los participantes eran de toda condición en cuanto a sexo, edad y sector social.

Todos aquellos que con la práctica cotidiana se transforman en aficionados en la práctica de algún tipo de entretenimiento u ocupación lúdica, comienzan a perfeccionarse y ser más exigentes en la calidad o tipo de elementos empleados para la práctica del mismo. En el caso que nos ocupa, se evidencia la preocupación de la población que participa en los juegos, se manifiesta ávida de las calidades de los naipes para poder emplearlos de la mejor manera en sus juegos de azar. Sólo sus preferencias o exigencias se amenguaban por una cuestión de costos.

 El elemento del juego fue tomado por muchos observadores de la sociedad rioplatense (relatos de viajeros) como un elemento más que serviría de indicador de la indolencia de los habitantes de estas pampas, tan indiferentes a toda expresión de cultura y progreso. Resultan por demás elocuentes los comentarios que Azara hiciera al respecto: «Para jugar a naipes a que son muy aficionados, se sientan sobre los talones, pisando las riendas del caballo para que no se lo roben, y a veces con el cuchillo o puñal clavado a su lado en la tierra; prontos a matar al que se figuran que les hace trampas; sin que por esto dejen ellos de hacerlas siempre que pueden. Aprecian poco el dinero, y cuando lo han perdido todo, muchas veces poniéndolo a una sola carta, se juegan la ropa que llevan puesta, siendo frecuente quedarse en cueros, si el que ganó no le da algo de la suya, si es peor que la del que perdió.» (64). Se pueden apreciar en esta magistral descripción muchos de los elementos encontrados y resaltados a lo largo de nuestro análisis, pero es evidente el prejuicio que subyace en la particular visión de este extranjero, lo cual queda definido en otros casos con una sencilla conceptualización: «El paisano rehúye todo trabajo cuyo éxito dependa del trascurso del tiempo;…; es hombre moroso y su vida transcurre en un eterno mañana;…;Su diversión principal consiste en jugar a las cartas y es un experto jugador.» (65)

 Sin embargo, otros -los menos- marcaban la diferencia con las clases bajas de Europa, considerando a los americanos como mucho más recatados en su participación y manifestaciones. En fin, puntos de vista que sirvieron para estigmatizar a un sector de nuestra población, aquella que se encuentra tan presente en nuestras fuentes judiciales, pero como lo indicáramos toda la sociedad participaba en un grado tal que a veces es inocultable en las mismas fuentes la participación de personajes encumbrados.

Como se destacara en la Pragmática de 1771 emitida por Carlos III, la amplia gama y variedad de juegos de envite y azar enumerada nos está describiendo el

panorama general de la Corona y sus colonias. Como en toda sociedad estamental se harán las distinciones a la hora de establecer las penas para aquellos que incurriesen en los juegos prohibidos, pero ello nos da la pauta de que las gentes de toda condición participaba en la práctica de los mismos.

 En definitiva, este tipo de juegos eran un desahogo ante la monotonía y una vía de sociabilidad para los hombres y mujeres de aquella época; pero dicha función -suponemos-cobraría una dimensión mayor tratándose del ámbito rural. Aquellos sufridos habitantes que eran tan mal juzgados en sus modos de vida tanto por los eventuales observadores extranjeros, como por las autoridades, pero que en definitiva desarrollaban las estrategias de supervivencia como los de cualquier otro ámbito. Tal vez la confesión que hiciese el pardo Miguel Achar estuviera resumiendo la situación en general que ofrecía el ámbito y los hombres:

 «Que siendo el único entretenimiento y desahogo en la campaña las pulperías concurre como todos, que jamás se ha embriagado en extremo, ni jugado cosa mayor, ni tampoco es vicioso en el uno ni otra cosa»(66).

 

Citas y notas para esta edición revisada:

(1) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-66.29 (1789)

(2) Lopez Cantos, Ángel ; Juegos, fiestas y diversiones en la América española, Barcelona, Mapfre, 1992.

(3) Sobre 42 expedientes judiciales, solo uno menciona el juego de dados.

(4) Real pragmática Carlos III, en Furlong, G.: Historia Social y Cultural del Rio de la Plata, Buenos Aires, Bajel, 1963, pag. 400.

(5) Ver Furlong, G.: Historia Social y Cultural del Rio de la Plata y Mariluz Urquijo, José, M.,: El virreinato del Río de la Plata en la época del marqués de Avilés (1799-1801) Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1964.

(6) Ver Mariluz Urquijo, José, M.: Virreinato… y Paez, J.: Del truquiflor a la rayuela Buenos Aires, CEAL, 1971.

(7) Paez, J.: Del truquiflor….; p.19.

(8) Diccionario de Autoridades Madrid, Editorial Gredos, 1947.

(9) Para el período en estudio la denominación del truco hace referencia a un antiguo juego precursor del billar, que consiste en dar con la bola propia a la del contrario y echarla por alguna de las troneras o por encima de la barandilla.

(10) En Furlong, G.: Historia social y Cultural …, ob.cit. p.391

(11) Mariluz Urquijo, José M.,: El virreinato…, ob.cit. pp. 369:3671.

(12) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Lujan, Bandos, f.82-83, La Plata, Talleres Impresores Oficiales dictado en abril de 1765 por el Sargento Mayor de Milicia y Alcalde Ordinario Don Manuel Pinazo.

(13)  A.H.P.B.A. Real Audiencia 34-2-31-70 (1808).

(14)  A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 5-5-72-20 (1829).

(15) A.H.P.B.A.  Real Audiencia 5-5-79-46  (1823).

(16)  Mayo, Carlos y Latrubesse, Amalia; Terratenientes, soldados y cautivos, la frontera (1736-1815), Colegio Nacional Arturo U.Illia, Grupo Sociedad y Estado, UNMdP, 1986.

(17)  Armaignac, H.: Viaje por las Pampas de la República Argentina, La Plata, M.E.P.B.A., 1965, p.51.

(18) Mayo, Carlos A.: Los Betlemitas en Buenos Aires: Convento, economía y sociedad; Sevilla, Diputación Provincial, 1991, p.61.

(19) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Lujan, Bandos, f.80-81 (1764), La Plata, Talleres Impresores.

(20) Mariluz Urquijo, José M.,: El Virreynato del Río de la Plata, ob.cit. p.369.

(21) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-4-35 (1786)

(22) A:G.N. Contaduría de la Policía. Multas X-36-1-5 (1826)

(23) Lopez Cantos, Ángel: Juegos, Fiestas, cit.

(24) A.G.N. Juzgado del Crimen 5.5.67.75 (1823)

(25) A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 34-4-73-73 (1827).

(26) A.H.P.B.A. Real Audiencia 4-2-28 (1803)

(27) Un Inglés: Cinco años en Buenos Aires, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985; Cap. V, p.88.

(28) A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 34-3-61-30 (1823).

(29) Un Inglés: Cinco años en Buenos Aires 1820 -1825.; Buenos Aires, Solar.Hachette, 1962, Cap. V, p.89.

(30) A.G.N. Contaduría de la Policía, multas; X-36-1-5 (1826).

(31) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-68-21 (1792) Tadeo Salazar es reo por haber reincidido en numerosas oportunidades en la práctica de juegos de naipes, aunque él mismo se declare de oficio labrador. A.H.P.B.A. , Real Audiencia 5-5-68-21 (1792).

(32) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-66-29 (1789).

(33) A.H.P.B.A. Real Audiencia 4-2-28-1 (1803).

(34) Un Inglés: cinco años, ob.cit. Cap. V, p.89.

(35) Beaumomnt J.A.B.,, Viajes (1826-1827), Buenos Aires, Hyspamérica, 12985, p.232. Ver además, Slatta, R.W.: El gaucho y el ocaso de la frontera, Editorial Sudamericana, Argentina, 1985, pag. 366 y Páez, J., Del truquiflor, ob.cit.

(36 ) Armaignac, H.: Viaje por las Pampas, ob.cit., p.37

(37) Ver Páez, ob.cit.

(38) A.G.N. Bandos LIX; f.223 (20 de dic.1771)

(39) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Luján, Bandos, f.346-347, La Plata, Talleres Impresores Oficiales dictado el 16 de febrero de 1775 por el Alcalde Ordinario Juan Antonio Leguizamón.

(40) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Luján, Bandos, f.82-83, La Plata, Talleres Impresores Oficiales dictado en abril de 1765 por el Sargento Mayor de Milicia y Alcalde Ordinario Don Manuel Pinazo.

(41) Nos referimos a la Real Fábrica de la Villa de Macharaliaga, en la jurisdicción de Málaga, los cuales por su calidad eran despreciadas por los habitantes de estas latitudes. En 1779 para poder vender las de clase superfina envidas por esta fábrica, las autoridades debieron reducir su precio de 6r. a 3r.

(42) Arias Divito, Juan C.,: “La renta de los naipes en Buenos Aires”, en: Res Gesta (26); Buenos Aires, U.C.A., Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia, Julio-Diciembre 1989, p.25, cita nº 8.

(43) Ibíd, p.35

(44) Estos valores son estimaciones generales para el período 1780-1803/1812 en base a los datos procesados por Arias Divito en “el estanco de naipes…”. Debemos tener en cuenta que el precio se reduce drásticamente para el período 1803-1812.

(45) Dada la endémica escasez de metálico entre los consumidores de algunas jurisdicciones del interior (Corrientes-Paraguay) se autorizó recibir en parte de pago productos de la tierra como tabaco, algodón o pabilo.

(46) A.H.P.B.A. 34-2-31-70, Real Audiencia (1808).

(47) Arias Divito, Juan C.,: “El estanco…”, ob.cit., pp.40-41.

(48) Ibíd.

(49) Mariluz Urquijo, José M.,: El Virreinato… ob.cit., p.369.

(50) Siete Reales = un peso.

(51) A.H.P.B.A. Real Audiencia 34-2-28-1 (1803).

(52) A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 34-4-73-16 (1827).

(53) A.H.P.B.A. Real Audiencia 34-2-31-70- (1803).

(54) A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 34-2-30-26.

(55) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-79-6 (1791).

(56) A.G.N. Bandos IX L.2 1741.63; fol. 262-3.

(57) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-68-21 (1792)

(58) Mariluz Urquijo, José M.,: El virreinato…, ob.cit. p.369.

(59) A.G.N. Bandos, L.2 f. 120-21.

(60) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Luján, Bandos, f. 80-81 (1764), La Plata, Talleres Impresores. Promulgación del 19 de febrero de 1764 a cargo de Fco. Alvares, Alcalde Ordinario de Luján.

(61) Acuerdo del Extinguido Cabildo de Luján, Bandos, f.330-31 (1779), La Plata, Talleres Impresores. Dictado por Alonso Gonzalez Alcalde Ordinario el 30 de enero de 1779.

(62) A.H.P.B.A. Real Audiencia 5-5-72-27 (1786).

(63) A.G.N. Juzgado del Crimen, 5-5-67-42 (1822)

(64) De Azara, Felix: Descripción e Historia…, ob.cit. p.201.

(65) Mac Cann, William: Viaje a Caballo por las Provincias Argentinas, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985; Cap. VII, p.117.

(66) A.H.P.B.A. Juzgado del Crimen 5-5-74-26 (1823).

 

Edición: Maximiliano Van Hauvart, Estudiante UNMdP.

Revisión y corrección: Carlos Van Hauvart, Grupo Sociedad y Estado, Cehís, FH, Depto. Historia, UnMdP.

(*) Se ha corregido y completado el estilo de cita elegido por el autor para la edición de galera .

 

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