Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

El estilo de vida de los pulperos por Laura Cabrejas.

 

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D.N.D.A. Registro de autor 5.274.226

Pulperos y Pulperias de Buenos Aires 1740-1830 (I)

Carlos Mayo, Director

ISBN 937-9136-15-2

Capítulo 6

Estilo de Vida. (II)

Laura Cabrejas

«Tiene hoy la ciudad mas de inedia legua de largo yerma poca diferencia, otro tanto de ancho, sin admitir en esta cuenta las muchas quintas y granjas que la rodean (…) en breve tiempo, será tan grande que pueda competir con la corte de Lima».

 

Corría el año 1749, y Buenos Aires ya sorprendía, por su dinamismo, a un minucioso observador como el padre franciscano Parras (1). La ciudad había emprendido otra etapa de su desarrollo, y esto se advertía en su prestancia edilicia yen su comercio.

 El setecientos fue un tiempo de cambios. Fue el siglo de la integración territorial, cuya consecuencia fue la formación de importantes grupos económicos que, en Buenos Aires, a pesar de la austeridad de la gente y la sobriedad de sus exteriorizaciones, posibilitaron un destacado crecimiento que se plasmó en un estilo de vida particular.

Hacia 1806, otro viajero, el capitán Alexander Gillespie anota que las calles de Buenos Aires son «doce en número, corren con rumbo noroeste y (siendo) paralelas con el Plata (son) interceptadas  ocho veces en su curso en ángulo recto por otras tantas (…) tienen veredas anchas (…) y en las esquinas de casi todas (hay) pulperías y almacenes que venden licores, velas y otros artículos» (2).

 Sin lugar a dudas, el comercio fue de importancia capital para el desarrollo de Buenos Aires, y los comerciantes mayoristas constituyeron un elemento central en este floreciente escenario. Vivían en el centro comercial y político de la ciudad e invertían sus ganancias en propiedades urbanas. Compartían un modo de vida en común, gozando de poder y prestigio. Los más poderosos eran dueños de espaciosas casas, poseían esclavos, se vestían con lujo y ostentaban bienes suntuarios tales como relojes importados, porcelanas, joyas, libros, objetad de plata, carruajes y muebles de madera de jacarandá, en forma muy similar a los burócratas o militares más importantes (3).

 En este capítulo intentaré reconstruir el estilo de vida de los pulperos de Buenos Aires entre 1744 y 1830. Las fuentes utilizadas -testamentos y sucesiones – me permitieron relevar y valuar sus posesiones personales, recreando además, del  lugar donde vivían y donde comerciaban (4). La  tenencia de esclavos y su relación con ellos. El nivel de educación, la actitud ante la muerte y la relación con la religión y la iglesia fueron analizados, ya que en la devota sociedad colonial la participación religiosa brindaba un mayor reconocimiento social.

 El objetivo ha sido, por sobre todas las cosas, observar, estudiare interrogar a los pulperos del Buenos Aires colonial, para que ellos mismos nos develen su ignorado mundo, su vida cotidiana, su sensibilidad, sus temores y ambiciones.

 

Modos de habitar

 Hacia fines del siglo XVIII, la ciudad de Buenos Aires presentaba la variedad de viviendas y locales comerciales que podía encontrarse en otras ciudades de América, aunque carecía del boato y la ostentación de estos centros urbanos. En general, reflejaba una vida sobria y una arquitectura austera pensada simplemente para habitar.

 La ciudad de Buenos Aires agrupaba distintos tipos de viviendas que respondían a diferentes modos de vivir (5). En 1804, Don Diego de Alvear y Ponce de León declaraba que el único afán aparente de los arquitectos de Buenos Aires « había consistido en labrar, con fines de lucro, cuartos estrechos y viviendas pequeñas con puertas y ventanas a la calle, para ser ocupadas por tiendas o pulperías de las que estaba llena la ciudad(…)» (6).

 Un elemento característico de la arquitectura urbana del período colonial fue el pilar esquinero. Debido a la ausencia de ochava, las paredes se encontraban en las esquinas en ángulo recto: es allí donde se levantaba el pilar esquinero de mampostería que enmarcaba el local destinado a la tienda o pulpería y la doble puerta que hacía las veces de escaparate.

 En el interior de las viviendas se desarrollaba la vida familiar, lo íntimo y lo privado. Pero en el caso de los pulperos su vida pública, desplegada a través de la actividad mercantil, y su vida privada se representaban, en ocasiones, en el mismo escenario, y a veces vivían en el mismo local donde funcionaba su negocio, y en otros casas, una sencilla puerta separaba la pulpería del resto de la vivienda.

La información ofrecida por los testamentos y sucesiones permitió reconstruir el estilo de vida de los pulperos, comparándolo, al mismo tiempo, con el sofisticado estilo de los comerciantes mayoristas y el más modesto de los hacendados porteños. De un total de 105 pulperos, el 47 % declara ser dueño de la casa que habita (7).  Mientras que el valor promedio de las casas de los comerciantes mayoristas era de 16.222 pesos, el valor promedio para una muestra de 21 pulperos fue de 3.645 pesos (8).

 Para comprar o construir una casa era necesario tener un capital excedente, y sólo los pulperos más prósperos  podían contar con él. Invertir en una propiedad que no dejaba ganancias era un riesgo importante. Los comerciantes minoristas preferían contar con cierta liquidez, que les permitía enfrentar otros compromisos, como la posibilidad de realizar otras inversiones, agrandar el negocio o pagara un acreedor.

 Los comerciantes mayoristas adquirían o construían una casa después de haber hecho una fortuna y diversificado sus ganancias. Según John Kicza, más comerciantes minoristas que mayoristas se esforzaron al principio de sus carreras para adquirir una casa modesta pero cómoda que les ofrecía seguridad y mayor prestigio entre sus iguales (9).

 A diferencia de las elegantes residencias de los comerciantes, las casas de los pulperos no seguían un patrón uniforme de construcción .Los pulperos que se encontraban en una mejor posición económica trataron de imitare! estilo de vida de la élite.

Pero también, encontramos a aquellos que sólo contaban con un humilde rancho de adobe y techo de paja, sin ventanas ni revoque, cuyo valor oscilaba entre los 20 y 100 pesas al que se le agregaba «un armazón de mostrador, dos cajones (…), tablas y cañas, un tabique de ladrillo, un bastidor y una puerta interior»; elementos edilicios que salvaguardaban la intimidad del sargento pobre Sebastián Gon7ález, quien sumaba a su actividad militar el comercio al menudeo (10)

 Muchos carecían de vivienda propia, el 53 %- de una muestra de 105 pulperos-no eran dueños de las casas que habitaban. Alquilar viviendas fue, durante el virreinato sumamente habitual, sobre todo para los recién llegados. Tal es el caso de Don Pedro Márquez quien, en 1749, declaraba en su testamento la deuda de un año de alquiler de la casa que ocupaba, a razón de 13 pesos por mes. Márquez había invertido todo su capital en una pulpería instalada en la esquina de la propiedad de Don Juan Gregorio Zamudio, Proveedor General de Indias ( 11).

La mayoría de las casas, cuyo valor ronda el promedio, presentan una arquitectura típicamente colonial: muros sencillos de ladrillo, embostados y encalados, techos de tejas, pisos enladrillados, puertas con herrajes y ventanas vidriadas. Tras la entrada principal se encontraba el zaguán al cual daban las puertas

de las habitaciones ubicadas al frente,los aposentos, una cocina y una despensa. Estas viviendas organizadas para el aprovechamiento máximo del terreno, cuyas dimensiones oscilaba entre las 20 varas de frente y las 70 de fondo tenían, además, un pequeño patio, con su pozo de balde y su común (retrete) en el lugar más alejado. En general, no había elementos de lujo, pero contaban con lo indispensable. Las casas eran modestas pero sólidas.

 María de Posa declaró, en su testamento, que cuando contrajo segundas nupcias «le entregué al dicho mi marido la (…) pulpería, en la que ha permanecido y con el trabajo de ambos hemos adquirido la casa y ciclo de mi morada-(12) . Dicha casa ubicada «sobre la Barraca grande del Río mediando al Combento de las Catalinas» fue tasada por Don Francisco Montero en 3.894 pesos.

Doña Luisa Viñales, por su parte, lega a su esposo, en 1792, una «casa situada en el barrio de alto en la calle de San Francisco (que se compone) de dos quartos a la calle de alquiler con sus oficinas correspondientes (…) otro quarto a la calle donde esta la Pulpería (…) en el interior de dicho sitio, una sala vieja de dos tirantes, construida de adobe crudo, un dormitorio de media agua, una cosina, (…) un pasadizo, un pozo de valde para dicha vivienda y un orno de cocer pan» (13) . Esta casa valía 3.467 pesos, y los albañiles y peones que la construyeron cobraron 500 pesos por su trabajo. No todas las casas de la ciudad de Buenos Aires poseían «pozos de balde»; los más acabados tenían «pilares y arco» cuya construcción costaba alrededor de 30 pesos (14). Por lo general el agua de los pozos era salobre e inútil para casi todos los usos domésticos. En 5 sucesiones fueron tasados los pozos de balde utilizados para el suministro de agua y el valor promedio fue de 18 pesos. Sólo don Miguel  Bivaro contó con un aseado aljibe tasado en 200 pesos, además de los dos pozos de balde valuados en 42 pesos » (15).

 Las casas cuyos cuartos se comunicaban directamente con la calle tenían como destino el alquiler para el comercio. Los comerciantes más prósperos que vivían en el centro de la ciudad tenían por costumbre alquilar los cuartos del frente a un artesano con su familia o a un comerciante minorista. Los pulperos también contaron con este ingreso suplementario, en 9 sucesiones se menciona la existencia de cuartos de alquiler edificados al frente de la casa principal. Vemos entonces, que este tipo de vivienda indica la importancia de los bienes inmobiliarios como forma preferida de inversión local y que el alquiler constituía, en el Buenos Aires virreinal, una fuente de ingresos que, a veces, posibilitaba la financiación de otros proyectos, y que además, no era exclusivo de los grandes comerciantes. Así lo testimonia don José González, propietario de una casa valuada en 5.329 pesos y sus inquilinos, que en el momento de testar, le deben el alquiler de un cuarto, a razón de 8 pesos por mes (16).

También nos encontramos con pulperos cuyas casas podrían haber competido con las elegantes residencias de los comerciantes. Paredes sólidas de ladrillo blanqueadas a la cal, techos de tejas con canaletas de «oja de lata» para recoger el agua de la lluvia, pisos enladrillados y ventanas vidriadas protegidas por rejas de gruesos barrotes verticales. La distribución de las habitaciones seguía la tradicional disposición de la casa romana: los cuartos se ordenaban en torno al patio, espacio clave como lugar de reunión e intimidad. En éste se encontraban los fogones, el horno para cocer pan, los pozos de balde, y en algunos casos, los cuartos de los criados(17). Lo mejor del mobiliario se reunía en la sala principal, generalmente cerrada, porque si algo se rompía no era difícil  reponerlo. La familia se reunía en una austera habitación quedaba al patio principal (18). Cuando murió don Benito Revilla, su viuda y albacea pidió la tasación de todos los bienes. La casa valía 11.380 pesos y lo edificado comprendía una sala principal, un dormitorio, un cuarto almacén, un patio, la cocina y el cuarto de los criados, al frente dos cuartos de alquiler de reciente construcción.  Separada de la rasa una pulpería con su correspondiente altillo, su vereda de lajas contaba con un cordón de piedras que facilitaba la circulación de la clientela del  negocio, y la esquina estaba rodeada de 6 postes de madera de ñandubay utilizadas para el alumbrado público (19). Considerando el  lamentable estado de las calles de la ciudad, la presencia de una rudimentaria vereda justo en la entrada de la pulpería servía para atraer al público, que tratando de evitar el barro fijaría su atención en la mercadería que los pulperos ofrecían desde los escaparates y vidrieras.

 Don Miguel Bivaro, quien murió en 1821, dejó una casa valuada en 13.006 pesos, edificada en un terreno de 119 varas de frente y 319 varas de fondo y cubriendo un arca de 34.599 varas cuadradas. La casa principal fue hecha en barro y ladrillo, revocada con cal y arena y blanqueada a pincel, con techo de azotea, tirantes dela pacho y pisos de baldosas. Entre ésta y la casa de la esquina donde estaba instalada la pulpería había una quinta con naranjos, perales, higueras y otros árboles frutales, tasados en 374 pesos  (20). Los árboles frutales se distribuían ordenadamente en el terreno.  En 12 sucesiones fueron tasados y la valuación promedio fue de 105 pesos. Encontramos árboles  de naranjas, duraznos, manzanas, peras y guindas, sin olvidar los infaltables nogalcitos, olivos y parras. En algunos terrenos también había lugar para una pequeña huerta, como la que tuvo don Miguel Marco en el barrio de la Recoleta, con 100 plantas de alcauciles (21). En 1759, Don Juan Olivera y Doña Gregoria Balensuela testaban conjuntamente entre otros bienes, una quinta con 50.000 cebollas plantadas y 14.000 ajos (22).

 Todos estos elementos me permitieron visualizar, a través de la valuación y de los detalles arquitectónicos de las viviendas, la inexistencia de un patrón habitacional uniforme, confirmando, al mismo tiempo, la heterogeneidad del grupo y destacando además entre los pulperos pudientes, la tendencia a imitar, dentro de sus posibilidades, la lujosa vida de los comerciantes mayoristas.

El mobiliario

Si la vivienda de la mayoría de los dueños de pulpería no era sofisticada, sus muebles lo eran aún menos.

 Los hogares de los comerciantes estaban abundantemente amueblados con mesas, sillas, escritorios, cómodas, camas y aparadores hechos en madera de jacarandá importada de Brasil. Los más ricos poseían objetos suntuarios como pianofortes, relojes, alfombras, biombos, utensilios de porcelana, jarras de cristal, bandejas y cubiertos de plata.

La inversión promedio en muebles de un grupo de 21 pulperos fue de 186 peos. En general, se podría decir que el mobiliario de los pulperos de Buenos Aires era austero y cas i elemental: una cuja, una o dos mesas, seis sillas, una caja y un baúl para guardar ropa, algunos candeleros y un biombo. Seguramente los ambientes se veían espaciosos ante la ausencia de mobiliario. Los muebles de mayor valuación eran los de madera de jacarandá: cómodas y cujas cuyo tasación oscilaba entre los 20 y los 35 peos. Pero eran humildes muebles en comparación con la cuja de jacarandá con pilares salomónicos de Doña Flora Azcuénaga, valuada, para integrar su dote, en 400 pesos (23).

 En el Buenos Aires colonial las casas principales contaban con un estrado de origen y usanza árabes, esto era una tarima alfombrada, sobre la que se distribuían, alrededor del infaltable brasero, sillas y pequeñas mesas. En cate lugar, los dueños de casa recibían a las visitas de importancia. El único pulpero que podía distinguir a sus visitantes con la invitación a «subir al estrado», era Don Juan Olivera, quien en su testamento mencionaba la existencia, «de una tarima nueva de 4 varas de largo y un poco más de ancho»(24), ubicada en la sala principal de la casa.

 En relación a la vajilla sabemos que en la austera sociedad colonial ésta era escasa y de difícil reposición, debido a que el monopolio comercial encarecía la manufactura europea. No siempre existió correlación entre los bienes materiales y la vajilla poseída, tal es así que hasta en los hogares ricos era costumbre pedir prestado entre los amigos alguna pieza para ofrecer una gran comida. Si las familias más pudientes invirtieron entre 40 y 80 pesos en vajilla vemos que la batería de cocina del pulpero se compone, en general, de una olla de hierro, una chocolatera, algunos platos de loza de piedra, una fuente de estaño, pocos cubiertos y el infaltable mate, todo esto de muy poco valor.  La alacena de don José Canal era la excepción, ya que en ella se podía ver «una docena y media de platillos de café, media de tazas y media de platos de loza azules (…) dos fuentes de dicha loza, una sopera, tres ollas, un sartén, cinco vasos de varios tamaños (…) cucharas, cucharitas y tenedores de plata» y en otro lugar de la cocina «cinco planchas, un asador, una caldera, un mortero y dos candeleros de metal». Además de todos estos artículos el tasador don Juan Domingo Banegas incluyó en el inventario del pulpero Cazal una tina y dos escupideras de lata( 25).

La vestimenta

Hacia 1870, José. Antonio Wilde describía al pulpero del  Buenos Aires colonial, como un hombre de “baja esfera» que durante el verano se ponía tras el mostrador, «en mangas de camisa, sin chaleco, con calzoncillos anchos de flecos; sin pantalón, con chiripá (…) medias (algunas veces) y chancletas» (26).

 Segú n Wilde, a las pulperías no concurría la gente «decente»; por tal motivo, esa indumentaria estaba acorde con la clase de parroquianos que entraban al negocio. Sin embargo, algunas veces, «cuando (los pulperos) estaban desocupados, salían a lucirla a la puerta, paseándose por la vereda» (27)

Aunque no sabemos si este personaje descripto por Wilde, y producto de los recuerdos de su infancia, corresponde  con la del pulpero dueño del comercio, o bien con la del mozo que estaba al frente del negocio, podríamos corroborar que, en general, la indumentaria de estos comerciantes era sencilla.

 En sólo 12 sucesiones fue tasada la ropa.  Las prendas estaban confeccionadas con telas baratas ye! valor promedio era de 78 pesos. El guardarropa de un pulpero consistía en un par de calzones, un pantalón, varias chaquetas, chalecos, algunas camisas, un sombrero  y una capa o capote. En tres casos se reemplazó el capote por un poncho balandrán. Los zapatos y botas de cuero eran poco comunes. Don Marcos Silva, fue uno de los pocos pulperos que lució en su cabeza una bella peluca blanca con coleta. Su guardarropa era poco común: 5 camisas, 4 pares de calzoncillos, 2 pares de pantalones azules, varios calzones de pana azul, 8 pares de medias de algodón, chalecos, chaquetas de lana negra, 2 capotes, 4 ponchos, tiradores, sombrero y un par de zapatos. También fue excepcional el guardarropa de don José Cazal que consistía en un par de fraques (uno negro y el otro azul), una levita, 5 calzones, calzoncillos, tiradores, chalecos, medias negras, un sombrero de pelo de seda y un par de botas.  Cazal era propietario dedos pulperías, pero estaba retirado de la atención del negocio. Una de ellas estaba a cargo de su administrador don Juan González y en la otra estaba al frente de mostrador el mozo a sueldo Antonio Fonseca (28).

 El guardarropa femenino era más escaso y pobre. Faldas sencillas y camisas de bretaña muy usadas. Encontramos polleras de bayeta o tafetán, enaguas de lino y corpiños de bretaña de escaso valor. Las pulperas no conocieron los vestidos con adornos de encaje ni los zapatos de seda, y menos aún los peinetones  y mantillas que lucían en la iglesia las esposas de los comerciantes mayoristas.

No es común encontrar joyas o artículos suntuarios de uso personal. En sólo 13 sucesiones fueron tasados objetos de plata, con un valor promedio de 62 pesos . Las mates y bombillas de plata se destacaron en los inventarios como artículos de lujo. También encontramos estribos, espuelas, hebillas, charnecas, broches ya veces, la empuñadura de una espada. En general, no poseían cubiertos o fuentes de plata. Sólo el potentado Don Benito Revilla podía ostentar 40 onzas de oro valuadas en 691 pesos. Cuando Don Mariano Vilches falleció, sus herederos no solo recibieron una importante casa y la administración de una pulpería, sino además una «estancia situada en el Partido de los Quilmes » con algunas cabezas de w nado, y un hermoso «reloj con llave de topacio» valuado en 25 pesos (29).

Sin embargo, no era extraño encontrar entre los bienes personales o entre los efectos de pulpería, una guitarra. La presencia de este instrumento había sorprendido al incansable viajero Emeric Essex Vidal, quien en sus relatos, comparó a las pulperías porteñas con las tabernas españolas (30). También era común encontraren los inventarios de la pulperías bordonas de plata y cuerdas para guitarra, algunas veces de procedencia chilena (31).

 Evidentemente los pulperos no poseían ropa, muebles o artículos de uso personal lujosos, observándose cierta homogeneidad en este tipo de inversiones.

 Excepcionalmente un solo pulpero -de la muestra de 105 testamentos y sucesiones – declaró la posesión de joyas. Don Pedro Colen testó el 14 de enero de 1782, y en aquella oportunidad le declaró al distinguido Escribano Núñez, que en el momento de testar, ya había entregado a su segunda esposa Doña Paula Ros  «cuatro pares de anillos de diamantes, una joya de topacios con diamantes, tres sortijas, dos de diamantes y la otra de topacios, un rosario de oro, un par de hebillas y una cadena de lo mismo (de oro), cuatro hilos de perlas (…) y una pileta de agua bendita de plata». A pesar de estar debiendo 1.150 pesos de la compra de una casa, Coleo se comportó, con este costoso presente, como un amantísimo esposo. Esta actitud no era inusual en él, ya que en el funeral y entierro de su primera esposa había gastado la importante suma de 565 pesos (32).

 Por lo que hemos visto, algunos pulperos prosperaron, dejando a sus hijos una herencia significativa, aunque era más común (según la información brindada por las sucesiones) que el patrimonio de un pulpero se redujera a sólo a unos cuantos pocos bienes, incluyendo deudas que -según Kicza podían no ser cobradas nunca»(33).

Educación y participación religiosa

Los estancieros del período colonial, en comparación con la culta élite porteña, tenían una limitada educación (34).

 De una muestra de 74 testamentos de pulperos, sólo el 24% declara no saber firmar. Los documentos son rubricados por 35 de ellos, mientras que otros 15 no lo hacen por no estaren buenas condiciones físicas.  Suponiendo que los 15 enfermos sepan escribir, tendríamos 50 pulperos analfabetos o semianalfabetos, representando el 68%de la muestra. De todas maneras, que firmaran sus nombres en los testamentos no determina que supieran realmente leer. y escribir. Pero la existencia de libros de cuentas prueba que, aunque rudimentariamente, sabían leer, escribir. y contar. En los libros de fiados, cada raya representaba un real, yel crucero en la parte superior de cada octava real identificaba los pesos. Según Wilde, estos libres eran simples apuntes con «una letra y una ortografía poco envidiables» (35).

 Los comerciantes mayoristas tenían importantes bibliotecas privadas en sus casas. Algunos pulperos -muy pocos al parecer- que tenían verdadero gusto por la lectura dejaron al morir algunos libros. Los encontramos inventariados en 4 sucesiones. Estos eran de naturaleza religiosa con títulos como «Entre lo terrenal y lo eterno» o «Los gritos del  Purgatorio». Entre las posesiones de algunos pulperos  podía encontrarse también un ejemplar de un diccionario de portugués-español, algún compendio de historia y «Las aventuras de Gil Blas».

La sociedad colonial era profundamente devota , y la religión ocupaba un lugar relevante en la vida pública. Comerciantes, pulperos y estancieros fueron activos practicantes del culto. En general el fervor religioso quedó demostrado con la cantidad de cofradías y hermandades que se fundaron en los principales templos.

 Según Susan  Socolow, la institución religiosa de la Tercera Orden surgió como medio principal de afiliación religiosa, especialmente entre los comerciantes de status medio y alto (36). La pertenencia a una orden les ofrecía una serie de derechos tales como el entierro en la capilla de la orden con el hábito tradicional del grupo religioso. De una muestra de 91 pulperos, el 54 % declara ser Hermano de una Tercera Orden. La del «Nuestro venerable Padre San Francisco» era la más popular entre los comerciantes mayoristas, y manteniéndose esta preferencia entre los pulperos, el 63 % declara pertenecer a ella. Le siguen los hermanos de la Tercer Orden de la Merced y luego los de Santo Domingo. Este último tenía reputación de ser uno de los grupos religiosos más exigentes.

Otra organización laica en el mundo colonial era la cofradía – hermandad religiosa-dedicada a promover el culto a través de misas y rezos públicos. En el siglo XVII, las cofradías eran una parte importante de la vida religiosa colonial, pero hacia fine del XVIII, éstas habían perdido todo su atractivo debido a la presencia de negros en muchas hermandades. Hacia 1780, menos del 8% de los comerciantes de la ciudad eran de una cofradía (37). Entre los pulperos contamos con sólo 5 casos que declaran su pertenencia a una de ellas: por ejemplo don Domingo Suárez y don Gómez Acevedo pertenecían al grupo de Nuestra Señora del Carmen, mientras que Doña Paula Gonzalez  se vinculaba religiosa y socialmente a través de la cofradía de la Animas (38).

Sabemos que hubo muchas formas de brindar apoyo financiero a la Iglesia. Las capellanías eran subsidios para las iglesias, instituciones religiosas o sacerdotes y los comerciantes mayoristas tuvieron predilección por ellas. Pero entre los pulperos no ocurría lo mismo. Solamente 13 pulperos fundaron capellanías, y en 7 casos lo hicieron para solventar la carrera religiosa de algún hijo o sobrino. Por lo general, los solteros y los matrimonios que testan conjuntamente y no poseen descendencia fueron más generosos en las contribuciones religiosas. Por ejemplo, el matrimonio Escalera-Femández  fundó una capellanía a favor de los padres de la Iglesia de San Francisco. Don Bernardo Fresco y Doña Bernarda Guerreros lo hicieron «en valor de la casa (…) para que esta la hayan en servir los religiosos del convento de Nuestra Señora de la Merced con la previcion de desir cien misas en los días feriados»( 39).

 Ambos matrimonios revelaron tener una vida muy religiosa. Escalera hizo construir, en una de sus estancias que tenía «en la otra vanda de este Río», una capilla en honor a Nuestra Señora de los Dolores, cedida como parroquia al pueblo. Don Bernardo Fresco testa, a favor de los mercedarios, la suma de 800 pesos «que se impondrán a censo sobre la finca sierta  y segura, para que con el redito del cinco por ciento que haze cuarenta pesos al año se hayude a bazer la fiesta del Patrocinio del Señor San José, que se  selebra en la Parroquia del San Nicolás de Bari.»

Al igual que los comerciantes, los pulperos dieron apoyo económico a la Iglesia durante su vida y después de muertos a través de contribuciones para misas, pago de funerales y donaciones a las «mandas forzosas». Las mandas eran una serie de impuestos que se pagaban con el quinto del patrimonio del muerto y en general no eran grandes contribuciones, oscilando desde los 2 reales hasta los 20 pesos. Los pulperos más pudientes determinaron mandas por valor de 3 a 5 reales. La mayoría de los comerciantes dejaron instrucciones detalladas sobre su funeral, especificando el número develas o candelabros, las misas y recordatorios por su alma. Estas prácticas no eran habituales entre los pulperos, ya que sólo uno de ellos, Don José Rivas exigió ser sepultado con el hábito de San Francisco en la Parroquia de San Nicolás, «siendo su cadáver conducido por cuatro negros «(40). En 10 sucesiones hay información sobre gastos por entierro y funeral, siendo el promedio de 222 pesos.

 A pesar de colaborar con las distintas instituciones religiosas, los pulperos, como los estancieros, no ocuparon puestos administrativos en la Iglesia; su bajo prestigio social, escasos capitales y falta de relaciones influyentes les impidieron ejercer tales funciones (41).

Los esclavos

 La tenencia de esclavos puede parecer privativa de los grupos  socioeconómicos encumbrados, sin embargo podemos encontrarlos entre los pulperos. A pesar del miedo y la desconfianza que los españoles siempre sintieron por la gente de color, los comerciantes invirtieron importantes sumas en esclavos. Considerados corno bienes comerciales y suntuarios, en ocasiones, valían más que una vivienda en la ciudad o una pequeña estancia en la campaña.  John Kicza asegura que la posición social de una familia se basaba en la cantidad de esclavos que tenía, y que durante el siglo XVIII fue común la adquisición de ellos para diversas tareas, además de los servicios domésticos, podía llegar a ser artesanos, arrieros o carreteros (42).

 En este capítulo sólo me dedicaré a tratar de reconstruir, a partir de la información brindada por los testamentos y sucesiones, las relaciones que los pulperos mantenían con los esclavos, los propios y los ajenos.

 De u n total de 105 pulperos apenas el 40% de ellos fueron propietarios de esclavos.

 Entre las muestras podemos observar que la mayoría de los pulperos poseían sólo un esclavo y que este bajo promedio está directamente relacionado con la actividad económica que éstos desempeñaban.  Los pulperos no necesitaban de esclavos ya que podían contar con algún dependiente-administrador o mozo- para desplegar la actividad comercial. Los pulperos que poseían 5, 6, 7 o más esclavos, en ocasiones eran dueños de quintas, bienes rurales y ganado justificando así también su inversión en esclavos. De una muestra de 35 esclavos, tomados de las sucesiones, se estimó que el valor promedio de un esclavo era de 225 pesos, oscilando entre los 60 y los 400 pesos, según la edad, el sexo, la salud y las habilidades (43).

 Los comerciantes tenían sirvientes que no eran esclavos. Socolow asegura que de un grupo de 145 comerciantes, 35 de ellos (el 24 %) tenían por lo menos un  sirviente libre. En relación a los pulperos, para el censo de 1778 registramos 10 casos de pulperos con criados libres.

En la Recopilación de las Leyes de Indias (1680), el título XVIII del libro VIII que trata los derechos de los esclavos determina que la condición de esclavo es vitalicia y hereditaria. Un siglo más tarde, por Real Cédula de 1789, conocida como el «Código Negrero» fija por primera vez la posibilidad de obtenerla libertad por manumisión en dinero o con servicios.

Entre 1776 y 1810 las manumisiones se triplicaron respecto de períodos anteriores. Los amos de Buenos Aires también solían manumitir a sus esclavos al igual que el resto de Hispanoamérica  (44).

 Según Socolow, de 45 comerciantes, el 11% concedió la libertad total a uno o más esclavos desde el día siguiente de su muerte, y el 36% la otorgó después de cumplir con ciertas condiciones. La liberación en vida del dueño era poco común. La manumisión de un esclavo se podía vincularon la prosperidad económica del comerciante o como un premio especial por un buen servicio.

De un grupo de 78 pulperos, cuyos testamentos he estudiado, sólo 6 de ellos otorgaron libertad total a un esclavo desde el día siguiente de su muerte. En otros dos casos la obtendrían después del cumplimiento de póstumas condiciones. La mulata María, esclava del pulpero Francisco Requejo, debía esperar diez años después de la muerte de su dueño para obtener su libertad (45). Don Juan de la Cruz determinó en su testamento que «mientras su esposa viva le servirá el negro Pablo, a menos que quiera ser vendido o manumitido», pero si ésta decide contraer nuevamente matrimonio se le otorgará carta de libertad «en atención de sus buenos servicios» (46). De la Cruz aseguraba, de esta manera, el servicio doméstico a los miembros de la familia que le sobrevivieran.

En 1811, doña María de Posa legaba la suma de 50 pesos para contribuir a la manumisión de su esclava María Dolores, y unos años antes, Don Marcos Piñeiro pedía que al negro Juan, su esclavo talabartero, se le otorgara carta de libertad «por su fidelidad y buenos servicios» (47). Juan había sido alquilado a don Antonio José Escalada a razón de 4 pesos diarios y en el momento de testar la deuda, por los servicios del negro talabartero, ascendía a 384 pesos. En todos los casos que se otorgó libertad a un esclavo se destacó la fidelidad y los buenos servidos que éstos prodigaron a sus amos.

Pero, a pesar de estos casos, no podemos conocer la relación que existía entre pulperos y esclavos. Con los esclavos ajenos, aquellos que concurría n a las pulperías a comprar lo necesario para la casa del amo, la relación fue más compleja. Los documentos de la  ¿poca describen a la pulpería como un lugar de perdición donde esclavos y conchabados malgastaban su tiempo y algunos reales en un vaso de  aguardiente.  «Quantos pulperos han sido depositarios del dinero que los esclavos defraudaban a sus Amos para tener conque libertarse?» -se preguntaba el Síndico procurador del Cabildo don Francisco Ignacio de Ugarte en respuesta al alegato que el Procurador Almeira hiciera por el edicto del 14 de febrero de 1788 que obligaba a colocar mostradores en la puertas de las pulperías (48).

 El pulpero es visto como un comerciante con pocos escrúpulos que engaña a los esclavos incitándolos al vicio y al descontrol. Pero podía ocurrir, a veces, que el pulpero «burlador» fuera burlado; como en el caso de don Ramón de la Torre que después de albergaren su pulpería a un negro esclavo, fue víctima de un robo de 800 pesos.

 Juegos, bebidas excitantes y guitarras son los elementos infaltables en toda pulpería, y es en este ambiente donde trabaja y hasta a veces donde vive nuestro pulpero. Identificados con el ocio, el robo o el fraude, la documentación los describe como embaucadores de pobres esclavos que dejan, por un trago de aguardiente, hasta el último real ahorrado para comprar alguna vez, su libertad. Pero conscientes de que la investigación histórica avanza siempre contra conocimientos previos, tratamos de desmitificar imágenes, desarticulando o desarmando el objeto de estudio, intentando conocerlo sin prejuicios. Al llegar a esta instancia, la pregunta se hace inevitable: hasta qué punto esta imagen negativa describe con justeza  la personalidad y la sensibilidad de los pulperos del Buenos Aires colonial? Sin duda, pulperos así no faltaron, pero ello no agota la caracterización de su sensibilidad y sus hábitos.

 Nos sorprendernos cuando encontrarnos en la documentación frases de afecto hacia sus esposas e hijos o de reconocimiento hacia sus esclavos o dependientes. Don Miguel Parra, que era un hombre sensible, declaraba en su testamento como «tutora, curadora y administradora» de los bienes y las personas de sus pequeños hijos, a su esposa  quien corno madre legítima mimará y atenderá con el Amor de tal y como lo ha hecho hasta el presente» (49).

 Don Ben tardo Fresco y de doña Bernarda Guerreros no tuvieron hijos durante su matrimonio, pero criaron a un niño llamado Gavino «hijo de buenos padres conocidos y reputados por españoles». En su testamento encomiendan a sus albaceas que se le entrege a Gavino la suma de 200 pesos aclarando que dicha «manda la bordemos por el amor que le tenemos» (50) . Don Luis Garcia declaraba que  «en la venta de la pulpería (…)sea preferido a quedarse con ella mi dependiente don Francisco Aldao (…) más que algún extraño en atención al buen concepto que de él tengo formado» (51).  El pobre Gaspar Santos, quien se halla enfermo en cama como consecuencia de una «herida (que le han hecho) en el pecho» perdona «al que (lo) ha agraviado y puesto en este estado» (52).

Todos estos testimonios nos sirven para confirmar, una vez más, la complejidad que presentaba el grupo social de los pulperos. Hemos conservado la imagen del administrador, dependiente o mozo que estaba al frente del mostrador pero no tuvimos en cuenta que, a veces, en la trastienda, vivía el pulpero, el dueño del negocio ya retirado de la actividad mercantil, y que aunque sin prestigio ni linaje trató de imitar, dentro de sus posibilidades económicas, el estilo de vida de la élite.

Conclusiones

 Los pulperos de Buenos Aires no conformaron una clase homogénea, sino por el contrario se presentaron como un grupo heterogéneo e interiormente estratificado, y al igual que los hacendados coloniales, su estilo de vida se vinculó en gran medida con sus ingresos. Los pulperos, dueños de fortunas mayores que el promedio, trataron de imitar in poder igualar, el estilo de vida de los comerciantes mayoristas, aunque ninguno logró la sofisticación, lujo y poder de éstos.

A diferencia de las elegantes residencias de los comerciantes mayoristas, las casas de los pulperos no contaron con un patrón uniforme de construcción. Los pudientes intentaron imitar, dentro de sus posibilidades, la lujosa vida de la élite, pero la mayoría carecía de vivienda propia.

El mobiliario era austero y casi elemental. Su indumentaria era escasa, sencilla y en general, muy usada.

Tenían una educación limitada. Semianalfabetos, sabían, aunque rudimentariamente, leer, escribir y contar. Fueron devotos practicantes del culto, ya pesar de estar relacionados con distintas instituciones religiosas como la Tercera  orden, no ocuparon puestos administrativos en la Iglesia.

 Los pulperos también tenían esclavos. La mayoría poseía sólo un esclavo. Los esclavos hombres no participaron en la actividad mercantil.

 Pulperos embaucadores o calculadores no faltaron. Esta es la imagen negativa que frecuenta la documentación. Pero ella no agota la caracterización de su sensibilidad, por eso nos sorprendió encontramos con expresiones de afecto o de consideración hacia sus esposas, hijos o dependientes. También se mostraron reconocidos con sus esclavos. Todos los testimonios nos sirvieron para confirmar la complejidad que presentaba el grupo social de los pulperos.

Hemos observado a lo largo de este trabajo que los pulperos compartían un estilo de vida que no iba más allá de lo que la actividad comercial les permitía, es decir, había una relación directa entre una y otra. Tras esta aparente homogeneidad se encerraba un mundo de diversidades en la experiencia de vida individual que caracterizó al grupo de los pulperos del Buenos Aires colonial.

NOTAS

  1. Parras, Pedro José de, Diario y derrotero de sus viajes 1749-1753: España, Río de la Plata, Paraguay, Buenos Aires, Solar, 1943.
  2. Gillespie, Alexander, Buenos Aires y el interior, Buenos Aires, Hyspanoamérica, 1986, p.72.
  3. Véase el trabajo de Susan Socolow, ob. cit., 1991. A partir de la información cualitativa y cuantitativa, ofrecida por los testamentos y sucesiones, Socolow reconstruye el estilo de vida de los comerciantes del Buenos Aires colonial. Excluyó de su trabajo a los mercaderes y pulperos por considerar que estos pertenecían a un grupo social y ocupacional claramente diferente del de los comerciantes.
  4. Debo aclarar que tanto los testamentos como las sucesiones reflejan mejor a las capas alta y media de la población. En esta muestra de 105 pulperos sobresalen aquellos que ostentan una posición social y económica más acomodada aunque he detectado casos de pulperos de menores recursos.
  5. AGN. Sucesiones N° 7386.
  6. AGN. Sucesiones. N°8735.
  7. Véase a N.R. Porro – J.E. Astiz- M.M. Rospide, Vida cotidiana en el virreinato, Colección del IV Centenario de Buenos Aires, Buenos Aires, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1982, p. 269.
  8. AGN. Sucesiones N° 8606.
  9. AGN. Sucesiones N° 5906. Véase el trabajo de Lyman Johnson y Susan Socolow, «Población y espacio en el Buenos Aires del siglo XVIII”  en: Desarrollo Económico, N°79, vol. 20 (octubre-diciembre 1980).
  10. la diferencia entre las casas de los pulperos más prósperos y los comerciantes radicaba en b cantidad de patios y habitaciones que éstas poseían. El número promedio de habitaciones en la residencia del comerciante era de 16, con un ocupante por aposento. Los comerciantes ricos albergaban en sus viviendas a empleados, aprendices, agregados y huérfanos. Con el pulpero solo vivía su familia sanguínea más los esclavos domésticos. En las casas de los comerciantes la cocina y las dependencias de la servidumbre ocupaban el tercer patio, que a veces se extendía en una huerta y una cochera para carruajes.
  11. Sánchez de Thompson, Mariquita, Recuerdos del Buenos Aires virreinal, Buenos Aires, 1953.
  12. AGN. Sucesiones N° 5806.
  13. AG N. Sucesiones No 8606.
  14. AGN. Sucesiones N° 6778.
  15. AGN. Protocolos. Registro 5. Año 1759. Testamentaria de don Juan Olivera y de doña Gregoria Balensuela.
  16. Socolow, ob. cit., p. 221.Veáse ejemplos de muebles coloniales en: Torre Reveló, José, «La casa y el mobiliario en el Buenos Aires colonial» en: Revista de Universidad Nacional de Buenos Aires, N°3, 1945, pp.59-74, 285-300.
  17. AGN. Protocolos. Registro N° 5. Año 1759. Testamentaria de don Juan Olivera y de doña Gregoria Balensuela.
  18. AGN. Sucesiones N°4838.
  1. Wilde, José Antonio, Buenos Aires, desde setenta años atrás (1810-1880), Buenos Aires, EUDEBA, 1966, p. 238.
  2. Ibidem, p. 239.
  3. AGN. Sucesiones N°4838 y N° 7815.
  4. AGN. Sucesiones N° 5806 y 8605.
  5. Vidal, Emeric Essex, «Ilustraciones pintorescas de Buenos Aires y Montevideo«, en Colección de viajeros y memorias geográficas, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Científicas, T. I., 1732-1820, Buenos Aires, Peuser, 1923, p. 188.
  6. Porro-Astiz-Rospide, op. cit. p. 114.
  7. AGN. Protocolos. Registro 1. Año 1782, fs.11-13. Testamentaria de don Pedro Colen.
  8. Kicza, op. cit. p. 132.
  9. Mayo, op. cit., p. 60.
  10. Wilde, op. cit. p. 239.
  11. La Tercera Orden, organización laica ligada a establecimientos conventuales de órdenes. mendicantes como los dominicos y franciscanos nos era una instancia para la satisfacción de las obligaciones piadosas y la administración de la caridad. Véase en Hoberman , Louise y Socolow, Susan (comp.), Ciudades y sociedades en Latinoamérica colonial, Buenos Aires, Fondo  de Cultura Económica. 1993.
  12. Véase Socolow, op.cit. ,p.113.
  13. AGN. Protocolos. Registro 1. Año 1804. Testamentaria de don Domingo Suarez, AGN. Sucesiones N° 5901 y N° 5905.
  14. AGN. Protocolos. Registro 1. Año 1782, fs 140v-142.
  15. AGN. Protocolos. Registro 5. Años 1800-1801.
  16. Véase Socolow, ob. cit. p. 113 y Mayo, op. cit. capítulo III.
  17. Kicza, op. cit., p. 19.
  18. El valor más bajo – 60 pesos – correspondió al pequeño Matías de 1 año y medio, sin viruela, esclavo de don Juan de Silva. AGN. Sucesiones N°8413. El valor más alto fue el de Francisco, de 30 años, sano, de buena conducta. Este esclavo valía 400 pesos y era propiedad de doña Ceferina Celestina Rodríguez AGN. Protocolos. Registro 3. Año 1804. Ana Francisca, la criolla parda de 24 años, que sabía lavar y planchar, propiedad de doña María Sierra fue tasada en 300 pesos. AGN. Sucesiones N°8142.
  19. Véase a Mellafe, Rolando, La esclavitud en Hispanoamérica, Buenos Aires, EUDEBA, 1984. 45. AGN. Protocolos. Registro 2. Año 1802, fs. 25-27v.
  20. AGN. Protocolos. Registro 6. Año 1805, fs 15-17.
  21. AGN. Sucesiones N°7383 y Protocolos. Registro 2. Año 1804, fs 46v-62. Testamento de don Marcos Piñeiro.
  22. AGN. Interior. Sala IX, 30-4-2. Este expediente se refiere al famoso pleito de los mostradores y fue consultado y citado antes que nosotros por Bossio y Kinsbruner.
  23. AGN. Protocolos. Registro 5. Año 1794, fs. 258-260v.
  24. AGN. Protocolos. Registro 1. Año 1782, fs. 140v-142. 51. AGN. Protocolos. Registro 6. Año 1806. 52. AGN. Protocolos. Registro 6. Año 1806, fs. 233-236v.
  25. AGN. Protocolos. Registro 5. Año 1794, Fs.258-260v.
  26. AGN. Protocolos. Registro 6. Año 1806.
  27. AGN, Protocolos. Registro 6. Año 1806, fs.233-236v.

(I)  Mayo, Carlos A. (Director), Pulperos y Pulperías de Buenos Aires 1740-1830, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata, Impreso en Departamento de Servicios Gráficos de la UNMdP, 1996, p.153.

(II) Cabrejas, Laura; Estilo de vida, en:  Mayo, Carlos A. (Director), Pulperos y Pulperías de Buenos Aires 1740-1830, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata, Impreso en Departamento de Servicios Gráficos de la UNMdP, 1996, pp.113:128.

(*) Se ha respetado el estilo de cita elegido por el autor para la edición de galera y la cantidad de citas de la obra original.

Edición: Maximiliano Van Hauvart, Estudiante (UNMdP).

 

 

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