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Los juegos y el azar en la sociedad colonial I | Daniel Virgili | Cap 53 | Historias coloniales
Guion por Daniel Virgili
Dentro del acotado universo de entretenimientos que tenía la población colonial se encuentra una categoría muy especial: “los juegos de envite y azar”.
Con su solo nombre ya les antecedía una mala fama: dicha denominación hace referencia a dos aspectos definitorios de su naturaleza. Por un lado no requiere de habilidades físicas ni intelectuales por parte de sus participantes, sino que el azar es la condición dominante (salvo la inteligencia requerida para engañar al oponente) y por otra parte el envite nos está indicando que es condición intrínseca la presencia de apuestas. En ambos sentidos tanto el Estado como la Iglesia los condenarán.
En el período en que Buenos Aires es erigida como capital del nuevo virreinato (a partir de 1776) su población se incrementará notoriamente lo mismo que su vida social, aumentando la presencia de los lugares de reunión y esparcimiento donde se ejercían este tipo de juegos. En el ámbito privado, el sitio por excelencia será la Tertulia (en la casa de los miembros de la élite porteña); en el espacio público: la plaza-mercado (en Bs As será la Pza de Mayo) es el punto principal como espacio de sociabilidad en todas las ciudades coloniales y como ámbito semi-público citaremos a las pulperías. Tengamos en cuenta que en estos tiempos no existían clubes, casinos, billares, bares o café.
De acuerdo al lugar u horario podremos ir observando una gran heterogeneidad en quienes participan de estos entretenimientos, con una asiduidad propia de cualquier otra actividad. Sin distinción de género ni estrato social. En las fuentes consultadas nos encontramos con edades que van desde los 16 hasta los 70 años. Se pueden ver los mulatillos en la Plaza Mayor, que con algunas pocas monedas que les haya quedado de algún cambio juegan detrás de un carro de algún vendedor ambulante; pasando por artesanos urbanos, oficiales del fuerte o incluso algunos funcionarios del Cabildo reunidos en la trastienda de las pulperías hasta llegar a lo más encumbrado de la sociedad en la Tertulias, donde podríamos encontrar empresarios, representantes mercantiles extranjeros y autoridades de alto rango.
Los juegos de naipes locales replican los mismos que se juegan en la Península, pero de la docena que se suelen mencionar solamente dos han sobrevivido hasta nuestros días: el monte y el truquiflor (en un ppio eran 2 juegos separados: truque y flor).
Decíamos al inicio que las apuestas marcan la naturaleza de estos juegos y si bien en los espacios públicos las mismas eran de monto insignificante, solían llevar a sospechas, riñas y disturbios entre los participantes; con todo tipo de consecuencias (de simples contusiones y gritería generalizada a un homicidio). Es obvio que este tipo de situaciones hacen que el Estado pretenda tener los juegos bajo control; pero también le preocupa que en momentos de mayor necesidad de mano de obra (concretamente el período conocido como de las sementeras: siembra y cosecha) los peones no se distraigan de su labor cumpliendo los horarios y sin ausentarse; a tal fin el Cabildo enviará inspectores al campo para controlar que no haya presencia de pulperías volantes. (Estas consistían en carretas surtidas con todo tipo de artículos para intercambiar con la población rural, pero lo que preocupaba era el abasto de aguardiente y naipes).
Cabe aclarar sin embargo que la Corona tendrá el – estanco de tabaco y naipes -. Es decir el monopolio en la venta y distribución por todo el territorio virreinal, de este tipo de bienes, lo que ya nos está marcando una suerte de contradicción (por un lado vigila, controla y por el otro estimula porque le representa un importante ingreso)… podríamos decir que también se trata una conducta que pervivirá en el tiempo
Edición
Maximiliano Van Hauvart, FCSYTS-UNMDP
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