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Novedades conocidas; La formas societarias occidentales modernas en el siglo XVI. Parte II
por Carlos Van Hauvart.
Hoy en Aportes ponemos a consideración de los lectores la cita de autor de la obra de Carmen Sanz Ayán, Los Banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640, editada por Marcial Pons en el 2013 , junto al comentario de contratapa y el índice de la obra que nos permitirá abordar la cuestión del sistema financiero en la alta edad media y principios de la modernidad. La producción de Carmen Sanz Ayán se ha ampliado con el texto sobre Octavio Centurion, Un banquero en el siglo de oro, Octavio Centurión, el financiero de los Austrias publicado por la casa editorial La Esfera de los Libros, lo cual la convierte en una referencia ineludible y de primera mano. Estos temas son tratados por los manuales escolares muy limitadamente y sin continuidad. Entendemos que junto al comercio y la producción artesanal son los grandes temas económicos que nos permitirán comprender el sistema capitalista a mediados del siglo XVIII.
Los instrumentos: letras, compañías, ferias y plazas de cambio
El principal instrumento de crecimiento —económico, primero, y especulador, después— de los profesionales dedicados a actividades financieras en los albores de la época moderna fueron las letras de cambio. A pesar de que por varios motivos de naturaleza legal —entre ellos la legislación contra la usura que se desarrolló en toda Europa en la Edad Media—, la letra de cambio no debía girarse a terceros y sólo podía ser rescatada en su vencimiento natural, en Italia Reinhold Mueller ha demostrado que, al menos desde el siglo xlv, fue utilizada como un instrumento altamente especulativo. Oficialmente se transformó en negociable y se transfería libremente a mediados del siglo xv en distintas plazas europeas de modo que se convirtió en la forma más eficiente de transferir capitales sin mover monedas físicas.
Las letras denominadas «despachos de feria» requerían necesariamente un consenso sobre el precio de la moneda transferida y necesitaban la participación necesaria de al menos dos socios. En la plaza donde se originaba el documento, por ejemplo Madrid, se hallaba el librador, denominado tireur en Francia y en los Países Bajos. Era el gran hombre de negocios; una gran firma dotada de una amplia red de corresponsales y agentes que constituían sus verdaderas señas de identidad y de crédito. En la plaza donde debía llegar el dinero —por ejemplo Génova—, se hallaba el dador de la divisa. A él se le entregaba materialmente el documento en el que se prometía reintegrar el dinero en otro valor y otro lugar. El dador tenía una condición socio-profesional parecida a la del librador. Si el viaje de la divisa fuera al contrario, los roles podían intercambiar-se. El dador de la divisa, a su vez, tenía la posibilidad de enviarla a otro sujeto encargado finalmente de cobrarla; era el remesario.
La complejidad del sistema no se detenía aquí, ya que con frecuencia encontramos los contratos de «ricorsa»» que incluían la concatenación de muchas operaciones de cambio y recambio sucesivas que se prorrogaban de una feria a otra. En este caso, una operación de cambio que tenía vencimiento en una feria concreta se sustituía por otra en una feria sucesiva. Estas operaciones encade-nadas podían aplazar por mucho tiempo la conclusión del cambio, acrecentaban las ganancias de los hombres de negocios implicados —como puede apreciarse cuando se analiza la documentación generada por la quiebra de una compañía— y necesitaban que el sistema de ferias funcionara con fluidez.
Las ferias, situadas siempre en puntos nodales de las principales vías de comunicación del continente europeo, se desarrollaban en fechas precisas, a intervalos regulares en distintos lugares y funcionaban como cámaras de compensación del mercado internacional del crédito. Las primeras, creadas en la Champagne francesa (Troyes, Provins, Lagny, Bar sus Aube…), operaron al principio como ferias agrícolas auspiciadas por los gobiernos locales y con permiso de la autoridad nacional para, a partir del siglo XIII, transformarse en sedes privilegiadas de interacción de la actividad comercial y financiera. Más tarde, las ferias de Champagne fueron sobrepasadas en su actividad por las de Lyon, Medina del Campo y Besancon, y a partir de 1579 por la de Piacenza, controlada por cl crédito genovés. Estas ferias de cambio noritalianas, descritas últimamente en su funcionalidad por Claudio Marsilio», se celebraban con una frecuencia trimestral y en ellas se podían transferir importantes cantidades de dinero destinadas a los gastos de la Real Hacienda española. También se negociaban sumas menores que eran resultado de transacciones de naturaleza privada y comercial. Cada cita contaba con un reducido grupo de operadores financieros acreditados que regulaban y canalizaban las órdenes de pago que llegaban a la feria (libranzas) y las órdenes de cobro (remesas) que emanaban de ellas.
Durante todo el siglo XVI estuvieron dominadas por financieros genoveses. Allí era donde negociaban las letras de cambio y se efectuaban pagos en metálico. Su apogeo se registra tras el traslado de la feria a Besancon en 1535, aunque sólo después de su afortunado alojamiento en Piacenza (1580-1595) el volumen del negocio de cambios se multiplicó de manera exponencial. Entre 1596 y 1610, en la misma ciudad emiliana, los operadores financieros genoveses y sus colegas florentinos, milaneses, boloñeses y venecianos se encargaron de la compra-venta de letras de cambio que procedían de casi todas las plazas comerciales europeas. Llegaron a tratar un volumen estimado de 20 a 25 millones de escudos de oro por cada encuentro, lo que significa unos 100 millones anuales. En el quinquenio 1615-1619, el volumen de estas transacciones inició una fase decreciente ininterrumpida hasta alcanzar su valor mínimo en el periodo 1630-1634, con tan sólo unos 2,5 millones de escudos por encuentro.
No significa que las transacciones internacionales descendieran hasta esos extremos, sino que, dadas las dificultades generadas por el nuevo periodo de guerra abierto en Europa con el comienzo de la Guerra de los Treinta Años, los hombres de negocios se inclina-ron por hacer los cambios en otros lugares, ya fuera en puertos de costa bien comunicados o en sus cercanías. Gracias a la continua afluencia de comerciantes y mercancías a esos lugares, estos puertos y algunas ciudades del interior con fuerte peso político comenzaron a operar como plazas de cambio permanentes. Aun así las ferias de Italia no estaban extinguidas en la década de 1640 tal y como, en muchos momentos se ha creído. Desde 1621 y desde luego a fines de los años cuarenta, la actividad de Piacenga se trasladó a Novi, si bien el nivel de cambios alcanzado era equivalente a una décima parte del que se registró en los años noventa del siglo precedente. Aun con todo este descenso relativo de actividad, cuando las ferias no se celebraban en los periodos acordados o incluso se suspendían, generaban gran desorden e inestabilidad en el sistema y producían crisis coyunturales que podían convertirse en endémicas.
La creciente complejidad de las transacciones crediticias protagonizadas por los hombres de negocios exigió también una paulatina adaptación de las «compañías» que debían afrontarlas. De la antigua sociedad dominante en el periodo del Imperio romano, la «societas», se evolucionó a nuevas estructuras como la «fraterna», la «compagnia» y la «commenda» o «colleganza». Las innovaciones principales contenidas en estos nuevos tipos de contrato fueron la duración limitada en el tiempo y una mayor distribución del riesgo entre los participantes.
La «fraterna», de amplio uso en Venecia aunque practicada también por otros grupos de hombres de negocios, consistía en la administración común del patrimonio familiar y la gestión del mismo con fines comerciales por parte de dos o más hermanos. La «compagnia», propiamente dicha, constituía un tipo de sociedad más flexible: la responsabilidad de los partícipes quedaba limitada a la suma invertida por cada socio y a la duración de la asociación.
Pero entre todas las formas de sociedad financiero-comercial existentes en este periodo, la que gozó de mayor éxito y estuvo más difundida en los años que nos ocupan fue la «commenda», conocida en los reinos peninsulares como «comandita». Era un tipo de contrato muy flexible que comportaba la creación de una sociedad por un tiempo limitado entre un socio activo (commendatorius), normalmente un hombre de negocios que viajaba y dirigía los tratos en nombre de los socios, y un socio pasivo (commendator), que se limitaba a invertir el capital en una específica transacción financiera o comercial a cambio de un porcentaje sobre los beneficios que se pagaban al completar la operación. Para el inversor, la «commenda» representaba la oportunidad de poder invertir capitales sin estar activamente envuelto en la operación comercial y sin incurrir en el «pecado» de usura ante la Iglesia, que se salvaba por el riesgo intrínseco que siempre comportaban estas operaciones y que justificaba la generación de intereses. Las sociedades de genoveses de-dicadas a afrontar asientos tuvieron con frecuencia esta estructura, que extendieron a otros colectivos, ya que se demostró siempre más funcional en las grandes operaciones comerciales y financieras que requerían ingentes capitales. (1)
Comentario de contratapa:
El objetivo de estas páginas es intentar dilucidar el papel que desempeñaron los grandes financieros en la grave crisis política que atravesó la Monarquía Hispánica en la década de 1640 y delimitar su grado de responsabilidad por acción u omisión en la evolución política de tan extrema coyuntura, con los movimientos secesionistas de Cataluña y Portugal, la prolongación del conflicto en los Países Bajos y la Guerra con Francia en pleno auge.
Conocer las actuaciones concretas que los hombres de negocios protagonizaron en materia de crédito, aclarar la naturaleza de las ganancias que obtuvieron en el desarrollo de su actividad, entender el contexto global en el que se desenvolvieron e intentar determinar la naturaleza de las relaciones que mantuvieron con el poder, puede ayudar a analizar bajo un nuevo prisma la caída del conde-duque de Olivares y la continuidad de su programa a través de la supervivencia de sus hechuras políticas.
INDICE:
INTRODUCCIÓN 13
CAPÍTULO L EL SISTEMA CREDITICIO 23
Los CONCEPTOS: «CUANDO LOS NOMBRES NO SON ACASO» 23
Las operaciones de crédito 23
Los instrumentos: letras, compañías, ferias y plazas de cambio 30
Los ASENTISTAS: «DOMÉSTICOS QUE NO LO SON» 34
Genoveses: «tratar y ganar con su dinero 36
Portugueses: «caudal pronto y crédito puntual 40
Los BENEFICIOS: «ACABARSE POR CONSERVARSE» 60
Las consignaciones 61
Rentas, servicios y gracias: el sostén del crédito 63
El arbitrio «estrella»: la Media Anata de juros 65
Las alteraciones del vellón: «el susto de cada día» 68
La plata de Indias: el mito y la primera globalización 73
La alteración legal de la moneda de plata 90
Ganancias complementarias 94
Las cláusulas de reciprocidad 95
Coberturas legales del comercio ilegal: licencias de comercio y permisos de contrabando 95 Saca legal e ilegal de metales preciosos 105
Composiciones y perdones por fraudes 108
Convertir vellón en plata 112
Cambiar para ganar: las modificaciones en los términos de los asientos 116
CAPÍTULO II. LA EVOLUCIÓN DEL CRÉDITO 119
Los CONDICIONANTES Y LAS CIFRAS 119
ACTITUD Y RESPUESTA DE LOS AGENTES DEL GRAN CRÉDITO 122
1639-1640. El retraimiento de los genoveses 122
1641-1642. Los portugueses en cabeza: «contraveneno o veneno» 130
La inflexión de 1643. Caída del valido y del crédito 144
1644-1646. Tiempo de prueba 163
La suspensión de pagos de 1647. Un gesto de «buen gobierno» , 177
Modelo, causas y afectados 178
Consecuencias institucionales y jurisdiccionales 192
El crédito tras de la suspensión. «Resmas de papel y humo de pajas» 208
La «eminencia gris» olivarista: José González de Uzqueta y la presidencia de Hacienda (1647-1651) 221
CAPÍTULO III. LOS PROTAGONISTAS 227
«TRATANTES EN GRUESO HASTA EN EL DISCURRIR» 227
Jorge de Paz Silveira (1580-1647) 228
Duarte Fernández de Acosta (1580-1649) 239
Francisco María y Andrea Piquinoti 247
LAS NUEVAS INCORPORACIONES DEL CRÉDITO LUSO 252
Duarte Brandón (Brandao) Suárez 252
Fernando Tinoco 254
Duarte Díaz de Olivares y Juan de Silva de Lisboa 259
Salvador Báez Martínez Dorta 261
Los GENOVESES «TRADICIONALES» 262
Lelio y Juan Esteban Imbrea 262
Alejandro Palavesín 263
Joseph Strata 266
ALTERNATIVAS EN LOS AÑOS FINALES DE OLIVARES 268
Luis Rugero Clarisse: el capital flamenco 268
Benjamín Ruit (Wright): el negocio inglés 275
El Monte de Piedad de Florencia: el dinero toscano 278
Los PORTUGUESES TRAS LA SUSPENSIÓN DE 1647 O EL INICIO DE LA CONTINUIDAD 283
Felipe Denis Pachecho 283
Manuel Cortizos y Ventura Donis 284
CAPÍTULO IV. HOMBRES DE NEGOCIOS, ¿LOS ÁRBITROS DE TODO? 287
LA REMUNERACIÓN SIMBÓLICA: CLAVES PARA LA TRANSFORMACIÓN DEL CAPITAL ECONÓMICO EN CAPITAL SOCIAL 288
LA SOSPECHA DE «PECADO SOCIAL» Y LAS CLAVES PARA SU REDENCIÓN 299
UNA INTERPRETACIÓN A LA PARADOJA DE LA «GRAN COMPLICIDAD» 310 NUEVA ARISTOCRACIA, VIEJOS PRINCIPIOS 322
EPÍLOGO 331
BIBLIOGRAFÍA 341
OBRAS CITADAS ANTERIORES A 1900 341
OBRAS CITADAS POSTERIORES A 1900 344
ÍNDICE DE NOMBRES 363
Cita:
(1) Sanz Ayán, Carmen, Los Banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640, Marcial Pons (Historia), Madrid, 2013, pp. 30:34