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Nuestra Señora del Rosario. Estancia de los Dominicos en la Magdalena (1796-1818)
Por Carlos A. Mayo y Diana A. Duart.
Hoy en Aportes ponemos a consideración de nuestros lectores una ponencia presentada en septiembre de 1995 para las V Jornadas Interescueslas de los Departamentos de Historia y las I Jornadas Rioplatenses Universitarias de Historia, que se desarrollaron en Monteviedo, en el Simposio: Iglesia, Estado y Sociedad y Economía en Amèrica Latina (Siglo XVI al XX). Hemos omitido las tablas y el estilo de las citas se han mantenido como el original.
Introducción
El estudio de unidades productivas rurales a partir de sus registros contables no solo ha permitido conocer mejor la elusiva evolución de sus ingresos y gastos sino también aspectos claves de la historia agraria del Río de la Plata colonial (1). En este trabajo analizamos los ingresos de la estancia de Nuestra Señora del Rosario que el Convento de Santo Domingo explotaba en el pago de la Magdalena y para los que existen datos continuos entre 1796 y 1818 (2). La importancia de la información que hemos recogido y elaborado en estas páginas apenas si puede exagerarse. En efecto, mientras el grueso de las unidades productivas estudiadas corresponde al período colonial, ésta que aquí examinamos se prolonga, desde fines del siglo XVIII hasta culminar casi la segunda década del siglo XIX, es decir cubre un período clave de nuestra temprana historia agraria, clave en varios sentidos. En primer lugar porque abarca la transición del orden colonial al período revolucionario donde se habrían producido cambios muy significativos en la economía rural -el libre comercio, una marcada expansión de la exportación de cueros y otros derivados de la ganadería, la aparición del saladero en la pampa y un desarrollo creciente del mercado urbano para la carne que ya venía desarrollándose desde fines del período colonial- y en segundo lugar porque nuestra información sobre el impacto que habrían tenido todas esas transformaciones sobre una unidad de producción concreta era virtualmente desconocida.
La economía, el pago, la estancia
Entre las dos últimas décadas del orden colonial y los primeros años del proceso revolucionario la economía agraria del Río de la Plata atravesó por un período de transición donde las transformaciones y las novedades no fueron para nada desdeñables. En primer lugar el crecimiento de la población urbana de Buenos Aires siguió su curso acelerado y con ella el crecimiento del mercado porteño para la carne. Así los 23.000 habitantes que Concolorcorvo estimó para la ciudad a principios de la década de 1770 eran ya unos 40.000 a principios del siglo XIX y 55.416 hacia 1822.
Ello, como decíamos, no pudo dejar de repercutir sobre la demanda de carne. En efecto si entre 1788 y 1792 el promedio de vacunos ingresados a la ciudad puerto era de unas 46.000 cabezas, hacia el período 1812-1816 aquel rondaba ya las 72.758 cabezas.(3) La exportación de cueros, alentada por la nueva política de libre comercio, también conoció un proceso de rápida expansión, así si en el período 1788-1796 se exportaron desde Buenos Aires un promedio de 340.000 cueros, en el quinquenio 1815-1820 aquellos rondaban los 676.000 cueros promedio por año, con una participación creciente de ese volumen de los cueros producidos en la campaña bonaerense.(4)
Junto a la acrecida demanda de carne para el abasto urbano y de cueros para el mercado externo, un nuevo sector surgía en la economía pecuaria bonaerense que acentuaría la demanda de vacunos: el saladero que en la pampa recién hizo su aparición en 1810 con el establecimiento de Roberto Staples y Juan Mc. Neile.(5)
Sin embargo la presión de la naciente industria de las carnes sobre la producción ganadera bonaerense recién se sentiría con vigor a partir de 1815 con la aparición de una serie de nuevos saladeros entre el Riachuelo y Ensenada en las afueras de Buenos Aires.(6)
En todo este período el pago de la Magdalena, situado al sur de la capital del virreinato, no dejaría de jugar un papel cada vez más protagónico en la producción ganadera de la futura provincia de Buenos Aires. En efecto, la temprana vocación pecuaria de este pago cuya población creciente determinó su sucesiva subdivisión en nuevos partidos -en 1784 se creó a expensas de su territorio el de San Vicente y, ya comenzado el siglo XIX, el de Chascomús -fue acentuándose progresivamente durante los últimos, lustros del período colonial hasta que en 1820 los diezmos de cuatropea de Magdalena superan a los de las dos zonas de predominio ganadero del norte, Areco y Arrecifes.(7) Ya para ese entonces y desde algunos años antes ese sur bonaerense se había convertido en la principal región proveedora de ganado en pie para el abasto de la ciudad de Buenos Aires, si atendemos a las cifras de ingreso de animales a los corrales de aquélla. (8)
Nuestra Señora del Rosario, era, a la sazón, el principal establecimiento ganadero de los dominicos en Magdalena. El inventario levantado en 1795 nos ofrece un fiel retrato de aquel. Con sus 2.994 varas de frente, la estancia contaba con un casco algo más elaborado que la del común de los estancieros del pago; en efecto, allí se levantaba una casa de ladrillo y teja con sus corredores, una sala de tres tirantes, un aposento y un cuarto que oficiaba de despensa. Había además dos cuartos pequeños para los esclavos -que eran seis- y un oratorio, que sí solía faltar en la mayoría de las estancias bonaerenses. La cocina funcionaba en un rancho y no lejos de ella había un galpón de paja. Además del infaltable corral de ñandubay y un trascorral, la estancia tenía un pozo de balde y toda la sombra que podían proporcionar dos ombúes y una higuera.
El mobiliario era tan sencillo como el de otras estancias del lugar. Dos mesas, tres catres, dos sillas y dos escaños eran las austeras comodidades que podían ofrecer los frailes a los visitantes. En la cocina no había más de cuatro ollas, dos fuentes de peltre, algunos platos y media docena de cubiertos y cuchillos de mesa.
No faltaban algunas herramientas -tres hachas y una barreta-un mortero, el típico asador y un palo cavador, mudo testimonio de una actividad agrícola que debió ser marginal y para el consumo interno de la unidad productiva. Finalmente el ganado; dos rodeos de vacunos de un total de 3.000 cabezas, siete manadas de caballos, seis burros hechores, una cría de yeguas y 38 bueyes mansos además de diez redomones.(9)
Los ingresos de la estancia
En los veintidós años estudiados, Nuestra Señora del Rosario registró un ingreso total de 20.069 pesos 4 reales. Su evolución conoció grandes altibajos pero presenta dos picos en que llegan a los niveles más altos, uno de esos momentos se dio a principios del siglo XIX (entre 1802 y 1805) y el otro después de la revolución en que comienzan a trepar hasta producirse una seguidilla de tres años (entre 1814 y 1817) en que los ingresos vuelven a superar con creces los mil pesos anuales.
Las entradas en concepto de venta de vacunos fueron, de lejos, las más importantes entre las registradas en la estancia conventual; representaron en promedio el 88.76 % del total de los ingresos de todo el período estudiado (ver tabla.2). En no menos 11 de 12 años los ingresos producidos por la enajenación de vacunos superaron el 90 % de las entradas y en seis de esos doce años aquellos constituyeron el 100 % de estas. Si algo revela estas cifras es el peso abrumador, aún después de la revolución, del vacuno en la composición de los ingresos de la estancia, peso que ya era dominante en las entradas de otros establecimientos rurales bonaerenses en las últimas décadas del siglo XVIII. En efecto, en la estancia de Lopez Osornio, también ubicada en Magdalena, los ingresos derivados de la venta de vacunos llegaron a representar, entre 1785 y 1795, el 71.7 % del total de aquellos y en la de Arrecifes, de la Orden Betlemita, el 48.63 % del total de las entradas registradas entre 1780 y 1800. (10)
La venta de novillos fue sin duda decisiva en la conformación de lo ingresado por la enajenación de ganado vacuno en Nuestra Señora del Rosario (osciló entre el 29.7 % en 1817 y el 100 % en 1802), pero no deja de llamar la atención la recurrencia con que el establecimiento de los dominicos se desprende también de vacas y vaquillonas. La venta de vacunos se exacerba en 1817 cuando se enajenan 934 cabezas de ganado entre novillos y otro tipo de reses. Ese año, en efecto el libro de cuentas contabiliza la venta de 133 novillos y de 804 «cabezas de ganado», seguramente vacuno, aunque no se dan más datos, reportando a la estancia un ingreso de 1930 pesos y cuatro reales el segundo más alto de todo el período estudiado. Este récord de venta de vacunos no puede sorprendernos; 1817 es el año de la crisis y el sonado conflicto del abastecimiento de carne en Buenos Aires que llevó al director Pueyrredón a la clausura de los saladeros, a cuya demanda se atribuía la escasez y carestía de la carne. Ese año, en efecto, el precio promedio del novillo pagado a la estancia de los dominicos fue el más alto de los registrados hasta entonces en el libro de cuentas, 4 pesos, 4 reales. No es extraño pues que el establecimiento haya aprovechado la coyuntura para vender un récord nunca superado de vacunos y que haya obtenido uno de sus niveles de ingresos más altos de todo el período considerado. Fue un buen año para los criadores por lo visto y seguramente también para los quejosos abastecedores. Es evidente pues que la acrecida demanda de carne para el abasto urbano y los saladeros, cuya presión compradora habría comenzado a sentirse después desde mediados de la década se dejaron sentir sobre la estancia dominica obligándola, en 1817, casi a liquidar su stock (al año siguiente sólo vendió 56 novillos a pesar de recibir por ellos el precio más alto, 6 pesos por cabeza). Es seguro que el abigarrado y desusadamente grande lote de ganado vendido entonces había vacas de vientre o cría pero ese fenómeno ya se había presentado aún antes de producirse la demanda agregada de saladero de manera que desde comienzos de siglo, cuando comienzan a enajenar vacas, los dominicos tenían dificultades para satisfacer la creciente demanda de novillos gordos del mercado urbano.
Don Antonio Millan, el abastacedor que fue vocero del sector contrario a los saladeristas en la disputa de 1817 no parecía estar tan errado, pues, cuando aseguraba que el proceso anual de las haciendas no cubría el número de reses que demandaba el abasto de la ciudad y pueblos circunvecinos.» El movimiento de los precios promedio de estos que registra el libro de cuentas de la estancia que estamos estudiando exhibe una baja a partir de 1799 que se prolonga casi sin variantes hasta 1810, baja en que el precio promedio pagado por los novillos de la estancia se sitúa por debajo de los tres pesos. A partir de 1811 se revierte la tendencia, el precio promedio sube y pega un salto en los tres últimos años del período estudiado llegando a cotizarse en seis pesos por cabeza en 1818.
Una vez más es difícil no ver en ese aumento de los precios del novillo el efecto de la doble demanda, ya señalada, del mercado urbano para la carne y el saladero. Además de vacunos, la estancia de los dominicos ha vendido cueros. Lo ha hecho en forma muy aislada antes de 1809 y más regularmente después. Pero no obstante el aumento registrado en la exportación de cueros, sobre todo después de 1815, las entradas por dicho concepto van bastante a la zaga de los ingresos aportados por el vacuno en pie en este campo del sur bonaerense. Las entradas por la enajenación de cueros representaron un 8.23 % de los ingresos totales y tuvieron su pico en 1818 (42.7%) que fue un año en que se recuperaron los precios y las exportaciones de Cueros,» después de la baja registrada en el año anterior.
Mucho más esporádicamente la estancia conventual ha vendido mulas, ovino y sebo. La venta de mulas se interrumpe en 1801 y no vuelve a registrarse hasta 1818. Sin duda, entre los factores que podrían explicar esta larga interrupción en la venta y seguramente la producción del híbrido esta la pérdida del Alto Perú después de la revolución aunque esta razón no explica la ausencia de ventas antes de la ruptura del orden colonial. En todo caso la cantidad de mulas vendidas por la estancia ha sido muy reducida. En total el porcentaje de los ingresos producido por la venta de éstas, y los ovinos no significó más que el 1.13 % del total.
La venta de sebo, por su parte representó el 1.64 % de los ingresos entre 1796 y 1818. Sólo en 1806 los ingresos aportados por el sebo alcanzaron un porcentaje relevante; el 46.5 % de las entradas de ese año.
Si la estancia produjo trigo, la verdad es que no lo ofertó en el mercado pues en todos los años estudiados no se registra su venta en la fuente consultada.
La estancia de los dominicos en perspectiva
Una vez más se impone contestar la pregunta acerca de la representatividad de la estancia estudiada. Era diferente de otras estancias de la Iglesia? Si y no. El patrimonio rústico de las órdenes religiosas en la pampa no presenta un cuadro uniforme. Algunas familias religiosas -como los Jesuitas y los Betlemitas- explotaron extensas propiedades rurales, sus estancias se encontraban entre las más grandes de sus respectivos pagos. En este sentido Nuestra Señora de los Remedios, por sus dimensiones más reducidas, se diferencia de aquellas, pero no demasiado del fundo ganadero que los mercedarios poseían también en Magdalena. Esta última era aún más modesta y sus instalaciones, comodidades y utillaje no parecen muy diferentes de la de sus vecinos, los Dominicos, aunque estos duplican el número de ganado vacuno de la estancia mercedaria.(13)Como las demás Ordenes los Dominicos no han dejado de recurrir al trabajo esclavo, lujo que buena parte de los hacendados laicos del pago de la Magdalena no podía darse.
Qué asemejaba y qué separaba la estancia de los dominicos de aquellos? Por sus dimensiones la estancia de los dominicos se encontraba por encima de ese 80 % de estancieros seglares que según el censo de hacendados de 1789 tenían menos de una suerte de estancia. En su pago, sólo las de los hacendados acomodados, aunque no los pocos verdaderamente ricos como Januario Fernandez o de mejor pasar como Don Clemente Lopez, podían compararsele en superficie explotada, y tamaño de su stock ganadero.
Si comparamos la composición de los ingresos de la estancia de los dominicos con la de Lopez Osornio, cuyos datos cubren los diez años inmediatamente anteriores a los de nuestra serie, comprobamos, de inmediato, su marcada similitud. También en la estancia del abuelo materno de Rosas las ventas de ganado vacuno se llevan la parte del león de los ingresos totales, según hemos visto. También ella vende, más esporádicamente que la de los Dominicos, es cierto, cueros, sebo, y algunas mulas.
Consideraciones finales
La evolución de los ingresos de Nuestra Señora del Rosario en los años claves estudiados, claves en la historia agraria rioplatense, revelan que los cambios registrados por esta y que habrían redundado en un aumento tanto de la demanda interna como externa de los productos pecuarios no sólo no alteró las tendencias observadas en la producción ganadera y los ingresos reportados a las estancias del pago por la venta de aquella sino que las profundizó aún más. El crecimiento del mercado urbano de la carne y la aparición del saladero en esta margen del Río de la Plata afirmaron aún más el peso de la producción y la venta de novillos en la economía de la estancia, y lo hicieron -si es que este caso se revelara representativo- hasta el límite mismo de su capacidad productiva. Los dominicos se vieron obligados a desprenderse de vacas y vaquillonas para satisfacer la demanda de carne. El período posterior a la revolución reportó a la estancia no sólo una crecida demanda para sus vacunos sino también, y por ello mismo, precios más altos para los mismos. Los aumentos registrados en las exportaciones de cueros no lograron en cambio alterar el peso que las ventas de ganado en pie tuvieron en los ingresos de la estancia en favor de los producidos por la enajenación de cueros.
En cambio si algo hizo la revolución fue desactivar la producción y venta de mulas en la estancia y seguramente en todo el pago de la Magdalena donde la cría de aquellas se había practicado en la segunda mitad del siglo XVIII aunque probablemente con menos intensidad’ que en los pagos del norte de la futura provincia de Buenos Aires. (14)
En definitiva, a pesar de las transformaciones producidas después de la crisis de la independencia y precisamente a raíz de ellas la estancia colonial –la de las últimas décadas de la dominación hispánica- seguía siendo, básicamente ella misma.
NOTAS
(1). Véanse los trabajos de Ricardo Salvatore, Jorge Gelman, Raúl Fradkin y Tulio Halperin Donghi en Raúl O. Fradkin, (comp.) La Historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos, Buenos Aires, CEAL, 1993, vol. 1 y 2, Samuel Amaral «Rural Production and Labour in Late Colonial Buenos Aires» en Journal of Latin American Studies, November 1987, número 2 y Carlos A. Mayo, Los Betlemitas en Buenos Aires: Convento, Economía y Sociedad, 1748-1822, Sevilla, Diputación de Sevilla, 1991.
(2). Archivo del Convento de Santo Domingo, Libro de gastos de la estancia.
(3). Garavaglia, Juan Carlos, «De la carne al cuero. Los mercados para los productos pecuarios (Buenos Aires y su campaña, 1700-1825)» en Anuario IEHS, Tandil, 9, 1994, p. 64.
(4). Garavaglia, Juan Carlos, op. cit., p. 76 y Rodolfo Merediz «Comercio de frutos del país entre Buenos Aires y mercados europeos entre 1815 y 1820» en Trabajos y Comunicaciones, número 16, 1966, p.150.
(5). Montoya, Alfredo J. Historia de los saladeros argentinos, Buenos Aires, El Coloquio, 1970, pp. 37-39.
(6). Ibid. p. 41-42.
(7). Garavaglia, Juan Carlos, Jorge Gelman El mundo rural rioplatense de fines de la época colonial. Estudios sobre producción y mano de obra, Bs. As., Biblos, 1989, p. 35.
(8).Garavaglia, «De la carne al cuero…» op. cit., p. 81. 9.Archivo del Convento de Santo Domingo, Inventarios.
(10).Amaral, op. cit., Mayo, op. cit., p. 133.
(11).Véase Montoya, op. cit., p. 48, Garavaglia, De la carne al cuero, op. cit., p. 80.
(12).Halperin Donghi, Tulio, Revolución y Guerra, Formación de una elite dirigente en la Argentina Criolla, Buenos Aires, siglo XXI, 1970, p. 121.
(13).Mayo, Carlos, Los Betlemitas… , op. cit., p. 109-112 y 248-149.
(14). Carlos A. Mayo y Ángela Fernández, Anatomia de la estancia colonial bonaerense (1750-1810) en: Fradkin, Raul (comp.), op.cit., vol 1, p.68-69.
Edición: Maximiliano Van Hauvart, estudiante UNMdP.