Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

El frio y el hambre, el humo y el brujo, el relato de Jesuita Paul Le Jeune (1630)

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  Fuentes para el estudio de la colonización de Francia en Canadá

Cita de texto Nro.: 2

Introducción:

por Diana A. Duart CEHis-FH-UNMdP y Laura Cabrejas CEHis-UNMdP.

RL-2017-11728123-APN-DNDA#MJ

 

Paul Le Jeune fue uno de los misioneros jesuitas más importantes en el intento de esta Compañía de fundar Misiones en la tierra de los Montanguard y de los Hurones (ver). Nació en  1591 en el seno de una familia hugonote y a los 16 años se convirtió al catolicismo, en 1613 ingreso a la compañía y una década después fue ordenado. En 1530 se le ordenó trasladarse a Nueva Francia.  Trato de aprender los idiomas algonquino, montarguard y hurón, para traducir las escrituras. En uno de sus tantos viajes informó sobre las dificultades de vivir con los montarguard y el enfrentamiento que vivió con el brujo, pudo superar todos los obstáculos de vivir entre ellos, el hambre, el frio y todo tipo de molestias, pero la pelea con el brujo hizo de su vida un calvario. Hoy presentamos a ustedes la traducción de un fragmento de las relaciones que escribió para informar a sus superiores en donde nos relata este conflicto:

Extracto del documento 2. De las relaciones jesuíticas y documentos afines:  El jesuita misionero Paul Le Jeune escribe sobre las dificultades de su vida con los Montagnais, a  mediados 1630 (1)

Me queda aún por hablar en esta  conversación, para que se entienda claramente lo que es sufrir entre estas personas. Había ido junto con mi anfitrión y el renegado [Pierre Antoine Pastedechouan, un Montagnais bautizado que había sido educado en Francia pero que, en opinión de Le Jeune, se volvió apóstata una vez que regresó a su pueblo], a condición de que no debíamos pasar el invierno con el mago, a quien conocí como un hombre muy malvado.

Ellos habían aceptado mis condiciones, pero eran infieles, y uno de ellos, que me involucró en problemas con este mago, como voy a referir más adelante. Este miserable y el humo eran las dos pruebas más grandes que soporté entre estos bárbaros. El frío, el calor,  la molestia de los perros, durmiendo al aire libre y sobre el suelo desnudo; la posición en la que tenía que estar en sus cabañas, balancearme  como una bola o estar agachado  o sentado sin un asiento o un cojín; el hambre, la sed, la pobreza y la suciedad de sus carnes ahumadas, la  enfermedad, — todas estas cosas eran simplemente nada para mí en comparación con el humo y la maldad del brujo, con quien siempre he estado muy mal parado, por las siguientes razones:

Primero. Porque, cuando me invitó a pasar el invierno con él, me negué; y esto lo resintió  mucho, porque veía que me preocupaba más por mi anfitrión, su hermano menor, que por él.

Segundo. Porque yo no podía satisfacer su codicia. Yo no tenía nada de lo que él me pedía, a menudo tomaba mi manto de mis hombros para ponérselo él. Ahora como yo no podía satisfacer todas sus demandas, me miraba a mí con ojos de diablo; de hecho, aunque yo le había dado todo lo poco que tenía, no pude ganarme  su amistad, porque estábamos en desacuerdo sobre otros temas.

Tercero. En tercer lugar, viendo él cómo actuó el Profeta,  lo uso para diversión de estas personas en mil disparates, que él inventó.  Todos los días,  no perdí la oportunidad de convencerlo de sus tonterías y niñerías, que expone el sinsentido de sus supersticiones.  Esto era como arrancar el alma de su cuerpo;  como él ya no podía cazar, actuó de Profeta y Mago más que nunca, con el fin de preservar su crédito y obtener las piezas más  más delicadas que se cazaban. De modo que al sacudir su autoridad, que fue disminuyendo a diario, yo estaba arrebatando la manzana de sus ojos y le arrebataba  los placeres de su paraíso, que son los placeres de su boca.

Cuarto. En cuarto lugar, a veces me hizo escribir cosas vulgares en su lengua, me aseguraba que no había nada malo en ellas, entonces me hizo pronunciar estas palabras vergonzosas, que no entendía, en presencia de los salvajes. Algunas mujeres me advirtieron de este truco, yo le dije que yo no jugaría ese papel ni usaría mis labios con estas palabras viles. Insistía, sin embargo, en que debía leerles ante todos los que provenían de la cabaña,  y algunos salvajes que habían venido de allá escucharan algo que él había dictado sobre mí.

Yo le respondí que si el Apóstata las interpretaría para mí, iba a leerles. Como el renegado se negó a hacerlo, me negué a leer. El Hechicero me lo pidió imperiosamente con palabras altas, y yo primero le supliqué suavemente que me perdonara; pero como no deseaba sentirse frustrado delante de los salvajes, insistía en que leyera, y mi anfitrión, que fingía estar enojado, me insistía también.

Por último, consciente de que mis excusas no sirvieron para nada, yo le hablaba perentoriamente, y después acusándole de su lujuria, yo me dirigí a él con estas palabras: «me tienes en tu poder, tú puedes asesinarme, pero tú no puedes obligarme a repetir palabras indecentes».

“Ellas no son tales”, él dijo.

«Por qué entonces», dije yo, «¿no interpretaras para  mí las palabras que tengo que leer?». De este conflicto el brujo emergió muy exasperado.

Quinto. En el quinto lugar, viendo que mi anfitrión estaba muy unido a mí, mucho me temía que esta amistad podría privarlo de algún bocado de su elección. Traté de aliviarlo de esa aprensión declarando públicamente que ya no vivía para comer, pero comía para vivir; y que importaba poco lo que me dieran, siempre que fuera suficiente para mantenerme vivo.

Él replicó bruscamente que él no era de mi opinión, sino que ha hecho de la bondad una profesión; que era aficionado a las buenas obras, y estaba muy agradecido cuando la gente le dio los alimentos a él. Ahora aunque mi anfitrión no dio ninguna causa para temer en este sentido,  él me atacó en casi todas las comidas como si estuviera asustado de perder su prioridad. Este temor aumentó su odio.

Sexto. En el sexto lugar, cuando vio que los salvajes de las otras cabañas me mostraban algo de respeto, sabiendo además que era un gran enemigo de sus imposturas, y que, si yo había ganado influencia entre su rebaño, yo podría arruinarlo totalmente, hizo todo lo que pudo para destruirme y hacerme parecer ridículo a los ojos de su pueblo.

Séptimo. En séptimo lugar, añadir a todas estas cosas la aversión que él y todos los salvajes de Tadoussac, tienen hasta el momento, contra los franceses, por sus relaciones con los ingleses; y juzgaron  por el  trato que he recibido de estos bárbaros que adoran a este miserable de hechicero, contra quien yo  estaba generalmente en un estado de guerra abierta.

He pensado ciento de veces que yo sólo podré salir de este conflicto a través de las puertas de la muerte. Me trató vergonzosamente, es verdad; pero estoy  sorprendido que no actuara peor, viendo que es un idólatra de aquellas supersticiones contra las cuales luchaba con todo mi poder. Para relatar en detalle todos sus ataques, mofas, burlas y desprecio, podría escribir un libro en lugar de un capítulo. Baste decir, que a veces hasta atacó a Dios para disgustarme; y trató en hacerme el hazmerreír de pequeños y grandes , insultándome ante las otras cabañas así como en la nuestra. Él nunca tuvo, sin embargo, la satisfacción de incitar a nuestros vecinos salvajes contra mí; ellos simplemente agachaban sus cabezas cuando oyeron las bendiciones que les di.

En cuanto a los criados, instigados por su ejemplo y apoyados por su autoridad, continuamente amontonaban sobre mí miles de burlas y miles de insultos; y fui reducido a tal estado, que, a fin de no irritarlos o darles cualquier motivo para enfadarlos, yo pasé días enteros sin abrir mi boca. Créeme, si  yo no he traído  otras frutas de los salvajes, por lo menos he aprendido muchas de las palabras insultantes de su lengua. Que ellos me decían en todo momento, eca thou, eca thou nama khitirinisin, «Cállate, Cállate, tú no tienes ningún sentido.»

Achineou, «él es orgulloso;» Moucachtechiou, «El  juega con él parásito;» sasegau, «él es arrogante;» cou attimou, «se parece a un perro;» cou mascoua, «se parece a un oso;» cou ouabouchou ouichtoui, «Él es barbudo como una liebre;» attimonai oukhimau, «Él es capitán de los perros;» cou oucousimas ouchtigonan, «Él tiene una cabeza como una calabaza;» matchiriniou, «él se deforma, es feo;» khichcouebeon, «está borracho.»

Por tanto éstos son los colores en los cuales ellos me pintaban a mí y a una multitud de otros, que omito. La  mejor parte de ello era que no creyeron a veces que los entendiera; y cuando me miraban sonreír, se sintieron avergonzados — al menos, aquellos que cantaron estas canciones sólo para complacer al Hechicero.

Los niños eran muy molestos, jugando innumerables trucos hacia mi persona e imponían silencio cuando yo quería hablar. Cuando mi anfitrión estaba en la casa tenía un descanso; y cuando el hechicero estaba ausente, estaba cómodo y podía relacionarme como lo deseaba.

Estas son algunas de las cosas que tienen que soportarse entre estas personas. Esto no debe asustar a nadie; buenos soldados son animados con coraje a la vista de su sangre y sus heridas. Dios es mayor que nuestro corazón. Uno no encuentra siempre una hambruna; uno no siempre conoce a hechiceros o malabaristas con tan mal temperamento como que conocí; en una palabra, si pudiéramos entender el lenguaje y reducirlo a reglas, no necesitaríamos más para seguir a estos bárbaros.

En cuanto a las tribus inmóviles de las cuales esperamos los mayores frutos, podremos tener nuestras cabañas y, por consiguiente, ser liberados de muchos de estos grandes inconvenientes de vivir junto a ellos. (2)

 

La siguiente traducción del texto en ingles está realizada en torno al uso de la Historia Escolar, se han dejado de lado ciertas precisiones debido a la complejidad del texto, (eliminando las citas aclaratorias del editor.) como las puntuaciones.

Traducción: Carlos Van Hauvart, Diana A. Duart.

Cita:

(1) Breen, Louise A. (Editora), Coverning World, Routledge Ed., Nueva York, 2012, pag.560

(2) Breen, Louise A., op.cit., pp, 556:559.

 

Carlos-2

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