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Japón y España a principios del siglo XVII: una fuente para su estudio.
por Diana A. Duart CEHis-FH-UNMdP y Carlos A. Van Hauvart CEHis-FH- CNAUI-UNMdP.
Oriente es una imagen muchas veces lejana para los habitantes de la América Atlántica, no así para quienes viven en las costas del Pacífico. Se analizan los intercambios comerciales entre las colonias, sean hispanoamericanas, portuguesas, holandesas o inglesas con el viejo continente que a su vez tendrá contacto comercial a través del Atlántico vía el Cabo de Buena Esperanza con Asia.
Sin embargo, como hemos visto, durante los Austrias y los Borbones se conectaron a través de Filipinas que dependía del Virreinato de Nueva España y que había establecido una ruta regular entre Acapulco y Filipinas cuyo objetivo era unir América con cara al Pacífico con Asia. El Pacífico se convertía en un gran escenario para la corona española y también para las otras antes señaladas.
Otra isla atrajo la atención de todas las Coronas: Japón. Para España era de vital importancia tener relaciones políticas y económicas con ella. La ruta que salía desde Filipinas a Acapulco pasaba por este territorio insular para después continuar por ese océano inmenso.
Durante el siglo XVI y principios del siglo XVII, esta relación prosperó gracias a un tratado entre España y Japón firmado en 1610 y que permitió uno de los pocos contactos directos entre Japón y Europa que se interrumpirían hasta el siglo XIX.
El resultado de este tratado fueron una serie de artículos en los cuales los barcos provenientes de Nueva España tendrían un puerto propio. Los que vinieran de Filipinas podrían entrar en cualquier puerto. Podrían repararse, en la isla, los barcos provenientes de México o de Filipinas y se les permitiría a las distintas órdenes religiosas cristianas como los Jesuitas, Franciscanos y Dominicos entre otros para estar en la isla y desplazarse.
En 1613, una comitiva japonesa y española llegó a las costas de Nueva España. Eran parte de ella Fray Luis Sotelo, Sebastián Vizcaíno y Hasekura Rukeomon embajador del Shogún con más de 150 japoneses que se dirigieron para encontrarse con el Virrey Diego Fernández Córdoba.
Hasekura llegó a Veracruz para seguir a la Habana y llegar a España donde fue recibido por Felipe III y en Roma por Paulo V. Para España fue un gran comienzo en esta relación que tiempo después terminó cuando el Shogún de Japón declaró ilegal al cristianismo quemando a muchos de los misioneros.
Sin embargo, la situación en Japón no era tan fácil para los intereses de los españoles y el cumplimiento del tratado. En ese mismo momento la embajada de la Corona era recibida de manera fría y distante en la isla.
Ponemos a consideración de los colegas, la extensa fuente del Padre Pedro Morejón, Jesuita español que fue tomada del texto de Josef Franz Schutte (1), en ella se podrán observar las dificultades de los misioneros cristianos, producto de las sospechas de las autoridades Japonesas sobre los verdaderos interés de la Corona Española que se habían asentado exitosamente en Filipinas. La cristianización de sus habitantes fue entonces un tema de enorme preocupación para el Shogún, que temía que luego de esta se intentara invadir la isla. Sumado al pedido de los españoles de expulsar a los holandeses y a los ingleses que ya comerciaban con la isla.
Fuente
A los demás sucesos se sumó uno más. Posiblemente allá los padres franciscanos predican públicamente que fue el comienzo de un desarrollo benéfico y de una gran conversión del Japón, sin embargo fue la raíz de grandes males. Se trata de lo siguiente:
Un barco cargado de riquezas de las Filipinas, en camino a la Nueva España, naufragó en las costas japonesas. A bordo se encontraban el padre Pedro de Montes y el antes gobernador de las Filipinas, Don Rodrigo de Vivero. Esto sucedió en la época cuando se trataba de confiscar o quemar el barco de Macao y los japoneses se habían apoderado casi por completo de la carga del barco naufragado. Así que en esta época algunas personas que creían obtener su provecho, se dirigieron al Shogun con la oferta, que de Luzón y la Nueva España podrían venir todos los barcos que los japoneses quisieran. Se dice que esta oferta aceleró la incineración de dicha nave de Macao, porque los japoneses creían que el comercio con otros países estaba asegurado. Poco después, por medio de unos comerciantes, se ofreció un franciscano: si le daban un pequeño barco que estaba construyendo un piloto inglés, reanudaría el comercio con la Nueva España; de ahí vendrían grandes riquezas y excelentes mineros quienes sabrían explotar las innumerables minas en Japón. Los mismos españoles protestaron: era una osadía y para los países del rey un gran perjuicio enseñarle a los japoneses la ruta de la Nueva España, obstruir el comercio con las Filipinas y muchas cosas más. Sin embargo el franciscano no desistió, al contrario, las negociaciones las llevaban algunos comerciantes japoneses con la esperanza de grandes ganancias y el Shogun, por la esperanza de obtener mineros capaces. Por esto el Shogun dio permiso de que vinieran estos barcos y expidió sus salvoconductos como los que da a todos los vecinos asiáticos y que también expedía a los holandeses.
Dicho fraile pedía a aquellos que llevaban las negociaciones: tendrían que dar puerto y lugar donde se podrían alojar los españoles y donde se podrían mover con toda libertad los religiosos. La respuesta fue que emprendieran el viaje sólo en el barco construido por el inglés; si regresaban con buenos resultados, todo saldría bien. Esto lo dijeron más bien para engañar, como veremos más tarde, para determinar cómo andaba el comercio y no con el deseo de realmente cumplir su petición. En el barco antes mencionado iban Don Rodrigo y el padre comisario de los franciscanos, el padre Alonso Muñoz, quien tomó la responsabilidad de hacer el viaje con esos papeles; no permitió que lo acompañara aquel fraile, por justos motivos, ni tampoco deseaban esto los españoles. En la Nueva España fueron recibidos con grandes fiestas y el padre comisario fue con esta legación a España, como ya veremos.
Acto seguido, el virrey de la Nueva España, sin ningún otro motivo, envió otro barco a Japón con la respuesta y los japoneses que habían ido a México: llegaron con buenas noticias. Por su parte también envió una legación al Shogun. No sabemos lo que en Europa se dice de esta legación, pero el efecto que tuvo aquí fue el siguiente:
El capitán o embajador fue recibido bien por el hijo del Shogun en Yedo en su primera aparición; después se dirigió a Suruga donde el Shogun no le preparó recibimiento alguno y no le concedió ninguna petición. De los mineros que había traído se rieron, ya que decían que los japoneses eran mucho mejores y así tuvieron que regresar después de que ya se habían hecho los gastos. El embajador pidió que no se permitiera la presencia de los holandeses, ya que eran enemigos del rey de España y se burlaron; además solicitó que le prestaran ayuda para construir un barco para descubrir no sé qué islas: le respondieron que en Japón aún no era costumbre que llegaran allá. Se burlaron aún mucho más de la petición de dar puerto y lugar en el que vivirían los españoles. En cuanto al cristianismo, iglesias, estancia libre de los padres, no se pudo hablar con Ieyasu; al contrario, aunque el principal promotor de estas negociaciones era pariente de él que había ido a la Nueva España y le había sido de gran utilidad, lo reprendió inmediatamente y confiscó su propiedad porque se había convertido al cristianismo, aunque yo creo que apostató de la fe, por lo menos exteriormente. Los franciscanos, que en esta época habían comprado una casa en Suruga para construir una iglesia y que esta casa hablan convertido en una capilla, fueron a decirle eso a dicho comerciante. Éste es pariente cercano del Shogun y los franciscanos le llaman tesorero de éste, aunque no lo es. Él les respondió que no podía ser eso de ninguna manera, pues el Shogun no quería que en su corte hubiera algo así. Por lo tanto ya no pudieron vivir ahí y después, como mencionaré más tarde, el fisco se apoderó de la casa.
El capitán regresó a Yedo y aunque no quería vender su mercancía que consistía en telas y cosas similares, se vio obligado a hacerlo y le costó mucho trabajo. La vendió al precio de la Nueva España o a cambio de objetos con baño de oro objetos similares que se llevó de Japón y hasta éstos por la fuerza, así que los gastos del rey español fueron enormes y el provecho, el que acabo de mencionar.
Si sólo hubiera sido esto, no hubiera sido tan grave, pero él cometió algunas cosas que cayeron muy mal en Japón:
El ejemplo que daba a los españoles era muy malo, ya que casi todos eran marineros o soldados de poco valor moral, su vida era un escándalo para paganos y cristianos. 2. Pidió permiso de sondear los puertos japoneses, como de hecho lo hizo en el este de Japón con gran publicidad. 3. (ms. 4). Diseminó el rumor de que quería construir un barco para descubrir ciertas islas cerca de Japón, Rica de oro y Rica de plata. Aunque dio buenos motivos, los japoneses ya habían sospechado hace mucho. Además un piloto inglés que goza del favor del Shogun y un alemán que trajeron consigo, siendo el primero un puritano y el segundo considerado casi con certeza como hereje, interpretaban esta intención de medir y sondear los puertos y de tomar dichas islas de la siguiente manera: desde ahí los españoles querían atacar al Japón. Fueron con los japoneses y acusaron a los españoles. Éstos no dejaron notar nada y sólo preguntaban por las intenciones, pero representaba una gran inquietud para ellos y siempre hablaban de ello. A esto se sumó que vieron con gran desconfianza cómo el capitán se dirigía a la audiencia del hijo del Shogun con bandera ondeante, al son de los tambores y acompañado de veinte o treinta arcabuceros. De esta manera entró en la ciudadela, y en las calles, en el terreno de los franciscanos y en la fortaleza misma disparaban sus arcabuces oxidados. El inglés platicó esto al Shogun, quien se molestó mucho y quería que el capitán se presentara en Suruga de la forma más sencilla. Vizcaíno mismo me escribió que el Shogun no había querido hacerle ninguna concesión, se dio muy bien cuenta de ello.
También los franciscanos se relacionaron demasiado con ellos y fueron imprudentes, tanto en su forma de ganar adeptos como en su trato con estos señores no cristianos. En países extraños siempre hacen falta la humildad y la precaución, además de la consideración de las personas y cómo se van a convertir, para que después no ocasionen problemas, sobre todo porque están rodeados de no cristianos. Estas cosas aumentaron aún más la ira del Shogun y con el tiempo esto se hizo cada vez más evidente. Con motivo de la renovación de algunas calles en Yedo, los franciscanos recibieron órdenes de tirar casa e iglesia, sin faltar las bellas palabras con las que les prometieron dar otro lugar. También les fue indicado no convertir al cristianismo a los soldados y aristócratas, ni tampoco visitar a los proscritos en sus casas ni atender a las heridos, ya que éstos eran simples ladrones o algo parecido. Lo que sucedió después, lo relataré más adelante.
Para regresar al asunto del barco de la Nueva España y a los de los franciscanos y a lo que ocurrió después en la cristiandad, Vuestra Paternidad deberá saber lo siguiente. Dicho capitán llegó con la estricta orden de no llevar a la Nueva España ni un japonés ni uno de sus barcos. Tenía permiso de construir en Japón un barco para descubrir las islas de las que ya hablé. Muchos deseaban construir este barco; algunos comerciantes se juntaron y acordaron con él que le construirían su barco y lo llevarían a él y a su gente. Los franciscanos estaban en contra de esto, pero uno de ellos, llamado Fray Luis Sotelo, aquél que había originado todo ese asunto, negoció las cosas, ya que deseaba ir con ellos y tenía grandes planes. Otro señor de los grandes de Japón trató de construir otro barco por medio de este padre: se llama Date Masamune. Éste vio que el capitán no aprobó su sugerencia, aunque lo recibió con todos los honores y le enseñó sus puertos, aquéllos del Este de Japón. Por eso dijo (se dice que por consejo del padre Sotelo) que quería enviar un embajador con regalos para el virrey de la Nueva España, el rey de España y el Papa, con la petición de que enviara religiosos para convertir sus tierras al cristianismo. Fue un religioso quien se esforzó por que enviaran un obispo a aquellas regiones orientales (Japón). Es seguro que este señor tenía la única intención de que en sus tierras floreciera el comercio y cuando esto sucediera, tampoco cumpliría con su palabra, igual que el Shogun y los suyos, ya que él depende del Shogun y es su servidor, no puede hacer nada sin el consentimiento de éste. Pero si realmente quiere cristianizar sus tierras: en Japón hay un obispo y suficientes padres para convertir sus tierras y muchas más. Ya hace doce años, entonces, yo estaba en Osaka, que vinieron con la misma petición. Me habían puesto como condición que enviara algunos barcos y después me enteré por escrito por uno de sus frailes que todo ese plan tenía el fin de que él fuera como embajador, así como lo había intentado la vez anterior, cuando su intento fue frustrado por los mismos religiosos de su orden. Ya que estas negociaciones no llevaron a nada, los demás comerciantes construyeron su barco y como fue terminado muy tarde, el capitán se fue en septiembre pasado en viaje de exploración, sin haber logrado, a pesar de todas sus peticiones, que los franciscanos recibieran otro terreno. Más tarde, en la vigilia de la fiesta de San Francisco, zarpó el nuevo barco y en él iba Fray Sotelo, a pesar de las protestas de sus superiores y en contra de la voluntad de éstos. Él decía que los comerciantes se lo habían llevado a la fuerza. Durante esa misma noche el barco, que estaba mal nivelado, comenzó a balancearse. La tripulación lo dirigió de vuelta al puerto, pero antes de llegar, encalló y se hundió. Todos los bienes, que juntos con el barco representaban veinte mil ducados invertidos, se perdieron o sufrieron grandes daños, pero los viajeros se salvaron todos. Pocos días después los franciscanos recibieron órdenes de los gobernadores, de partir para Nagasaki. Esto se aplicaba tanto para los franciscanos que se encontraban en Yedo, corno los que se hallaban en Uragawa, donde habían estado los barcos, y en Yedo esto se cumplió inmediatamente.
Poco después aparecieron en la corte dos japoneses que vinieron a Hirado. Hablaron tan mal del rey, nuestro señor, de los españoles y de los religiosos, que corroboraron la impresión que los japoneses ya tenían de nosotros. Como remedio a esto vino la primera nave, la del capitán que había zarpado en septiembre con destino a la Nueva España. Regresó a dicho puerto, todo maltrecho por una tormenta que lo había sorprendido cuando buscaba las islas. El capitán tenía la intención de reparar el barco o construir uno nuevo, para lo que pediría dinero prestado. Los japoneses insisten en que los últimos dos franciscanos que han permanecido en Uragawa se vayan a Nagasaki. Los superiores franciscanos le ordenan al padre Sotelo bajo grave compromiso, aparecer ante ellos para justificarse. Yo fui informado por ellos de que habían escrito una carta de protesta al jefe de los comerciantes japoneses que había construido el barco que se había hundido. En la carta le decían que se presentara de cualquier forma y que no confiaban en las promesas de dicho religioso, que no responderían por nada y que en la Nueva España no serían bien recibidos. Los japoneses no sólo no habían cumplido con su palabra de darles tierra en Yedo para que pudieran vivir, sino que al contrario los habían mandado a Nagasaki. La solución era que construyeran otro barco y que necesitaban de dicho religioso, él tendría que quedarse en secreto y luego irse en el nuevo barco, construido por los comerciantes. El religioso tomó esto como pretexto y se quedó en Uragawa. El otro franciscano, Fray Pedro Bautista, quien en este asunto se había comportado con toda corrección, le escribió a aquél, diciéndole que llegara a un acuerdo con su conciencia, que él mismo partiría pronto a Miyako.
Digo todo esto para que se vea el buen efecto de estos viajes y de la legación que había emprendido Fray Alonso Muñoz, ya que perdieron las casas en Yedo, Uragawa y Suruga que ya habían sido comenzadas, la casa en Miyako donde habían vivido tantos años y otra casa que poseían en Kinokuni: aquí cuidaban al señor de Kii, a quien el mal que nosotros llamamos mal francés, había llevado casi a la muerte. Cuando este señor se dio cuenta de lo que estaba pasando en todas partes, expulsó a los religiosos de sus tierras. El capitán Domingo Francisco Corlo (?), quien venía de las Filipinas, me dijo que estos sucesos habían sido motivados en gran parte por los desórdenes del capitán que había venido de la Nueva España. Se trata de los mismos desórdenes ya mencionados: mal ejemplo, descubrimiento de los puertos japoneses, su entrada al palacio de Yedo, sus palabras de querer descubrir unas islas cerca de Japón, etcétera. El primer asunto que el piloto inglés le había dicho a él, el capitán Coreo, era que el Consejo del Shogun ya había decidido expulsar a los franciscanos y sólo dejar a los jesuitas. No sé si esto está bien, pero los efectos señalan esto y creo que la razón es que el comercio con Macao ya es muy antiguo, mien-tras que el comercio con las Filipinas se ha convertido en un problema y a esto han contribuido también el inglés y el holandés, como ya dije.
Yo creo que aquí en Kami, con la ayuda de Dios, no habrá problemas en lo que respecta la Iglesia, siempre y cuando se proceda con precaución y no se les dé otra oportunidad de romper con la Iglesia. Los gobernadores de aquí (Miya-ko), de Osaka, Sakai, Fushini y los señores de Kaga y Noto y el de Hiroshima que pertenecen a los más grandes de Japón, nos han demostrado gran amor y bondad y el Shogun, ya que es tan anciano, ibit in locurn suum y con los cambios siempre hay novedades. Sobre todo es imposible que Dios, nuestro Señor, abandone estas almas que han demostrado tal fervor en las persecuciones, y la sangre de los mártires que han sufrido en diferentes tiempos y lugares siempre llamarán ante su rostro divino. De las cosas del Shimo, Vuestra Paternidad recibirá in-formes de allá, por lo tanto no las menciono; sólo quise tocar el tema, para que Vuestra Paternidad sepa lo que está sucediendo, sin entrar en detalles. En todo Kami se perdió sólo una casa, la de Suruga que los cristianos nos compraron y dieron el mismo año, es decir, el año anterior y precisa-mente porque el citado (Okamoto) Daihachi, digo yo, la compró para nosotros. En (Kami-) Miyaki disolvimos una pequeña casa, pero el terreno aún nos pertenece; todas las demás casas persisten como antes. Los franciscanos están presionando al capitán de la Nueva España para que abandone ese viaje que no es de ninguna utilidad y para que renuncie al descubrimiento de las islas, ya que con esto se hace más sospechoso a los ojos de los japoneses y éstos o los holandeses se encargarían de tomar las islas. Querían que el capitán fuera a las Filipinas para ayudarle al gobernador, ya que se temía que los holandeses las atacaran. Me pidieron que yo como vicario general del obispo en esta región (Kami) dirigiera otro más estricto [llamado] (en el texto original parece faltar una palabra). Les respondí que esto no era asunto mío, ya que se trataba de algo relacionado con los intereses de estado y porque nunca nos hemos inmiscuido en estos viajes. Ya que fui muy explícito en esta carta, la termino, en-comendándome a los Santos Sacrificios y la bendición de Vuestra Paternidad. ¡Que Dios, Nuestro Señor, os mantenga con vida durante muchos años, para el bienestar de toda la comunidad y el bien de estas regiones tan apartadas!
Desde Miyako, el 4 de enero de 1613.
Vuestra Paternidad. Hijo y Siervo en el Señor Pedro Morejon
(1) Schutte, Franz Josef; «Don Rodrigo de Vivero de Velazo y Sebastían Vizcaino en Japón (1609-1610), 1611-1613)», en; De la Torre Vilar, Ernesto (compilador), La expansión hispanoamericana en Asia, Siglos XVI y XVII, F.C.E., Mexico, 1980, pp 111:118 .
Edición y corrección: Van Hauvart Duart, Maximiliano L. Estudiante de Letras. FH, UNMdP
Un comentario en «Japón y España a principios del siglo XVII: una fuente para su estudio por Diana A. Duart y Carlos A. Van Hauvart»
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