Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

Fuentes para el estudio de la colonización británica en América. Parte 2. Cita de autor N°3. Las Brujas de Halem.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta introducción no puede ser reproducido ni todo ni en parte, ni transmitido ni recuperado por ningún sistema de información en ninguna forma ni por ningún medio. Sin el permiso previo del autor o la cita académica correspondiente.

D.N.D.A. Registro de autor 5.274.226

Fuentes para el estudio de la colonización británica en América. 

Parte 2. Cita de autor Nº3

Las Brujas de Halem.

Introducción por Diana A. Duart (CEHis-FH-UNMdP) y Laura Cabrejas (CEHis-UNMdP)

Introducción

La cita del texto y su traducción que hoy ponemos a consideración de los lectores nos remite al tema de las Brujas de Halem,   el texto elegido es el de  Carol F. Karlsen “The Devil in the shape of  a Woman, Witchcraft in Colonial New England”, en el capítulo The Economic Basis of Witchcraft (1) un clásico sobre el cual se han basado muchos trabajos posteriores sobre esta cuestiones. La caza de brujas en Halem ha sido ampliamente tratada por historiadores. Incluso desde la literatura sirvieron  también para que Arthur Miller denunciara al macartismo reinante en USA en su obra para teatro El Crisol al comparar ambos periodos y situaciones.  Como veremos el texto pone énfasis en otras variables que no habían sido exploradas cuando se planteaba el tema en la década de 1940; las condiciones materiales y económicas de las acusadas producto del sistema hereditario las hacían vulnerables a sufrir denuncias de brujería, la autora busca entonces relacionarlas íntimamente. Esperamos que en su totalidad o en fragmentos seleccionados por nuestros colegas para trabajar en clase, ayude a comprender el peso de las religión en el proceso de conquista y colonización de América en las distintas experiencias coloniales que llevaron a cabo los europeos.

Entonces el cristianismo en este  proceso se hizo presente en todas las experiencias coloniales en el Nuevo Mundo de múltiples formas.  En el caso de Nueva Inglaterra esto está vinculado  a la visión tradicional del llamado “proyecto puritano”, es decir a los calvinistas que con su doctrina religiosa trataron de imponer este  “plan” a la nueva sociedad que fundarían en América.  Para muchas escuelas historiográficas esta ética protestante tal cual la señalo Max Weber es una de las principales características y semilla de lo que después sería Estados Unidos.

 El Calvinismo fue parte importante de la Reforma Religiosa que comenzó con Lutero, sin embargo la discutió, entre otros puntos,  entendiendo que solo los elegidos serían salvados y no la profesión de fe.  Esta doctrina llego a Inglaterra tempranamente en medio de un conflicto de intolerancia entre católicos y anglicanos a mediados del siglo XVI.  Los calvinistas fueron ligados a la práctica del comercio, la tolerancia a la ganancia entre otros temas, para muchos ellos son los mejores ejemplos del  naciente capitalismo comercial.

 Fueron posteriormente perseguidos por los anglicanos que no toleraban grupos religiosos disidentes. El siglo XVII con el auge de las Compañías Comerciales de capitales privados, muchos de los calvinistas decidieron emigrar a América y realizar su “utopía”, esta primera generación apenas pudo hacer pie en el desolado territorio del Chesapeake, la precariedad de la ocupación y la supervivencia es el relato cotidiano de quienes habían llegado a la Nueva Inglaterra e informaban de sus infortunios a sus familiares de la Vieja Inglaterra.

  Esta colonización tuvo una fase inicial privada, con la restauración de los Orange a finales del Siglo XVII el control estatal de las colonias se hizo presente en el núcleo fundacional de lo que se denomina las trece colonias.

Para los puritanos de esta primera generación, el placer como su exceso debía ser condenado y eliminado, no solamente como practica a lo que a sexualidad se refiere. La práctica de cualquier tipo de “juego”  que fomentaban la ociosidad era severamente condenada por los Ministros religiosos que gobernaban la comunidad con los feligreses. El baile y su lascivia en su práctica era observada como una muestra diabólica, junto a la vestimenta inapropiada, el consumo del alcohol estuvo en el centro de los problemas, especialmente las bebidas fermentadas con el maíz.  Estas cuestiones entre muchas otras, han vinculado a este proyecto con la represión y cada vez que la sociedad norteamericana sufre de la pérdida o limites en sus derechos  la asimila al pasado represivo puritano. El mito fundador puritano se estaba estableciendo en la historia norteamericana. Que se sumó a la denominada épica satánica contra los cuales luchaban los puritanos y fue mutando, primero el diablo dominaba las tierras recién colonizadas, luego el diablo se instaló en los pueblos originarios y luego conquisto a los colonizadores, permitiendo un control estricto entre quienes participaban de este proceso, cualquiera era vigilado y cualquiera podía ser denunciado ante los ministros y los miembros de la congregación. Los hombres solteros como la viudas fueron objeto de esta vigilancia y era los mas expuestos a los castigos que determinara la congregación.

Estas generalidades que previamente hemos planteado como una introducción están siendo reestudiadas y se han reelaborado otro tipo de interpretaciones cuestionando las visiones clásicas.

Uno de estas reelaboraciones  tiene que ver con los procesos a las brujas de Halem como es comúnmente conocido este suceso.  Sin embargo el proyecto puritano se había diluido con la primera generación que trato de imponerlo, las nuevas oleadas de inmigrantes y los nacidos en la Nueva Inglaterra fueron los que impidieron esta continuidad. Los problemas que enfrentaban las Colonias a finales del siglo XVII  eran otros, uno de ellos era la presión sobre las tierras ocupadas, el sistema de herencia hacia que la subdivisión de las propiedades  no permitiera ni siquiera el sustento de quienes la ocupaban, esto fue corriendo la frontera establecida y se fueron fundando nuevo pueblos para paliar esta situación.

 En este contexto   dramático se produjo una ola de denuncias contra presuntas “brujas” en el pueblo de Halem que se extendió a otros  condados entre 1692 y 1693. El pueblo de Halem se encontraba dividida en dos regiones, Halem Town zona portuaria próspera de la cual dependía Halem Village. Las acusadoras eran de Halem Village y acusaban a sus congéneres de Halem Town, poseedoras de tierras por el sistema de herencia, eran Viudas o mujeres que habían heredado y al volverse a casar su patrimonio pasó a ser de sus maridos, eso no significaba que fueran mujeres ricas o acomodadas.  Muchas de las acusaciones  pasaron a ser denuncias desestimadas, otras llegaron a juicio sin condenas, en otros juicios hubo condenas a la prisión con la consecuente pérdida de las propiedades que poseían y en muchos casos fueron condenadas a la horca.

           cita de autor

La mayoría  de los observadores hoy coinciden en que las brujas de los pueblos y ciudades de finales XVI y principios del siglo XVII Inglaterra solían ser pobres. No eran generalmente las mujeres más pobres en sus comunidades, un historiador ha discutido; eran «moderadamente pobres». Raramente  los sospechosos encontraban alivio por su condición; las mujeres que estuvieran en el  estado de pobreza  no consiguieron consuelo por esta situación. Este ejemplo recuerda a Eunice Cole en Nueva Inglaterra, que una vez recriminó a  un edil de Hampton por negarle ayuda cuando,  ella  insistía, un hombre en su peor condición la  recibiría.

La experiencia de Eunice Cole también sugiere la dificultad de evaluar la posición económica de los acusados. Comúnmente se usaban indicadores de clase, como la cantidad de propiedades, ingreso anual, ocupación y oficios políticos ocupados,  tan  inútiles  cuando se analiza las posiciones de las mujeres durante el período colonial. Mientras al principio las mujeres de Nueva Inglaterra seguramente compartieron  los beneficios materiales y el estatus social de sus padres, esposos e hijos incluso, la mayoría eran económicamente dependiente de los miembros masculinos de sus familias durante toda su vida. Sólo una pequeña proporción de estas mujeres poseían la totalidad de sus  propiedades, y a pesar de  que participaban activamente en el trabajo productivo de sus comunidades, su trabajo no se tradujo en independencia financiera o poder económico. Los ingresos generados por las mujeres casadas pertenecían por ley a sus maridos, y porque las ocupaciones abiertas a las mujeres eran pocas y  los salarios escasos, la mujer raramente podía  valerse por sí misma.

Por otra parte, su condición material, podía  cambiar fácilmente con una alteración en su estado civil. William Cole, con una propiedad a su muerte y  41 libras después de pagar  las deudas, podría considerarse entre los «moderadamente pobres»  dejando a Eunice Cole en esta misma  posición. Pero la negativa de las autoridades a reconocer  la transferencia de la propiedad del marido a la esposa garantiza, entre otras cosas, que como viuda Eunice Cole fue  una de las más pobres entre los pobres de Nueva Inglaterra.

La distinción entre las circunstancias económicas de la esposa y viuda aquí no parece especialmente significativa, pero en otros casos el problema es más complicado. ¿Cómo, por ejemplo, clasificamos a la bruja Ann Dolliver? La hija del prominente Ministro de  Salem John Higginson, que estaba muy por encima de la mayoría de sus vecinos en la riqueza y estatus social,  y que fue también la abandonada esposa de William Dolliver. Vivió su vida sin el apoyo de un esposo, dependiente primero de su padre y luego de la ciudad para su mantenimiento. Incluso si estamos dispuestos a asumir que la acusada compartía la posición de clase de sus familiares varones, la falta de información sobre muchos de los familiares de las acusadas de brujería,  hace  imposible localizar además a estos en una escala económica.

A pesar de problemas conceptuales y escasa evidencia, es claro que las mujeres pobres, tanto las indigentes y las que tienen acceso a algunos recursos, seguramente estaban representadas y muy probablemente sobre-representadas, entre  las acusadas en  Nueva Inglaterra.  Tal vez el 20 por ciento de las mujeres acusadas, incluyendo tanto Eunice Cole y Ann Dolliver, eran pobres o  vivían en un nivel mínimo de subsistencia cuando fueron acusadas.

Algunas como, Abigail Somes de 37 años de edad, quien trabajó como sirviente una parte sustancial de su vida adulta. Otras apoyaron a sus familias y a ellas mismas con diferentes tipos de trabajo temporal como cuidar niños y vecinos enfermos, lavando, cociendo o en la cosecha de cultivos. Unas pocas  eran esclavas como Tituha, ella fue la primera persona acusada durante los episodios de Salem . También,  la próspera Sarah Good de Wenham y Salem o  Ruth Wilford de Haverhill, se encontraron reducidas a la pobreza extrema por la muerte de un padre o un cambio en su estado civil. Las brujas acusadas solicitaban a los magistrados locales  permiso para vender terrenos familiares, presentar demandas contra sus hijos o ejecutores de sus haciendas  por deuda de sus maridos o por falta de pago de la viuda legal  con la cual compartían la finca, o simplemente para pedir alimentos y el combustible al edil de la ciudad. Porque  ellas no pudieron pagar los costos de los juicios o las penas  cumplidas en prisión, varias fueron obligadas a permanecer encarceladas  después de que los tribunales les absolvieron. El estereotipo familiar de la bruja como una mujer indigente que recurrió a la mendicidad para su supervivencia es apenas un cuadro inexacto de algunos de los acusados de Nueva Inglaterra.

Aun así, los pobres representan sólo una minoría de las mujeres acusadas. Incluso sin  indicadores económicos precisos, está claro que las mujeres de todos los niveles de la sociedad eran vulnerables a la acusación. Si las brujas en la Inglaterra moderna temprana pudieron  ser descritas con precisión como «moderadamente pobres», entonces Nueva Inglaterra se desvió bruscamente de sus antepasados en sus ideas acerca de qué mujeres eran brujas. Esposas, hijas y viudas de «medianos» agricultores, artesanos y marineros fueron acusadas regularmente, y (aunque menos a menudo) las mujeres pertenecientes a la clase aristocrática.  Las acusadas eran tratadas como Goodwife  o con la más honorífica  de Sra. o la Señora, así como por sus nombres propios.

 La acusación era una cuestión diferente. A menos que fueran solteras  o viudas,  las mujeres acusadas de familias ricas,  con propiedades valoradas en más de 500 libras — podrían estar bastante seguras de que las acusaciones serían ignoradas por las autoridades o desviadas por sus maridos a través de demandas por injurias contra sus acusadores. Incluso durante el aislamiento de Salem este logró romperse, cuando varias mujeres casadas con hombres ricos fueron detenidas,  muchas lograron escapar a la seguridad de otras colonias a través de la influencia de sus maridos. Mujeres que se  casaron con maridos de familias medianamente acomodadas — con propiedades valoradas en entre aproximadamente 200 y 500 libras — no siempre se libraron de las acusación de brujería tan fácilmente, pero tampoco parece,  que como grupo, han sido tan vulnerables como sus contrapartes menos prósperas.  Cuando se consideran sólo  a las mujeres casadas,  mujeres de familias con patrimonio en haciendas de menos de 200 libras, aparecen significativamente sobre representadas entre las brujas condenadas, un patrón   sugiere que esa posición económica era el factor más importante entre  los jueces y jurados de la comunidad para acusarlas.

Sin un marido para protegerlas, la riqueza  raramente proporcionaba  a las mujeres protección contra la persecución. Ann Hibbens de Boston,  Elizabeth Godman de New Haven y Katherine Harrison de Wethersfield, todas mujeres solas, fueron juzgadas como brujas a pesar de importantes fincas.

En cambio, las acusaciones contra las mujeres como Hannah Griswold de  Say-brook, Connecticut, Elizabeth Blackleach de Hartford, y Margaret Gifford de Salem, todas esposas de hombres prósperos, cuando se las acusaba,  estas denuncias no fueron tomadas seriamente por los tribunales. La excepción más notable a este patrón es el olvido de los jueces de Salem a reiteradas acusaciones contra Margaret Thatcher, viuda de uno de los más ricos comerciantes de Boston y principal heredera de la fortuna considerable que le dejó su padre. Su inusual riqueza y estatus social pueden que la hayan mantenido fuera de la cárcel en 1692, pero lo más probable  era  que su posición como suegra de Jonathan Corwin, uno de los magistrados de Salem, nos explique  su particular inmunidad.

Las consideraciones económicas, entonces, parecen haber sido el motivo en los casos de   denuncia sobre brujería de Nueva Inglaterra. Pero la cuestión no era simplemente la pobreza relativa  -o la abundancia —  en las acusaciones de brujería a estas mujeres y a sus familiares. Es que la posición especial  de la mayoría de las acusadas de brujería  muestran  las normas de la sociedad para la transferencia de riqueza de una generación a otra. Para explicar por qué su posición era tan inusual, debemos recurrir primero al sistema   de herencias de Nueva Inglaterra.

La herencia es normalmente considerada como la transmisión de la propiedad con la muerte, pero en Nueva Inglaterra, como en otras sociedades agrícolas, los hijos adultos recibían de sus padres parte de las propiedades  antes de la muerte de estos, generalmente en el momento que se casaban. Así el sistema de herencia combinaba repartos hereditarios antes y después de la muerte. Si bien la ley no obligaba a este sistema de reparto  de los bienes  a sus hijos y como dote de casamiento era una costumbre hacerlo. Los matrimonios eran, entre otras cosas, los acuerdos económicos, y los jóvenes no podrían beneficiarse de estos acuerdos a menos que sus padres les proporcionaron los medios para establecerse, como casas y tierras para ganar su sustento. Los hijos recibían generalmente tierras  y las hijas comúnmente recibieron bienes muebles o dinero.

El valor exacto de estas dotes  varía según la riqueza del  padre, pero parece que estaba establecido  como norma general que el padre de la mujer que se casaba le entregaba  más o menos la misma cantidad que aportaba su  futuro marido, que a su vez había recibido este adelanto de herencia de su padre.

La costumbre, no la ley, regía también la distribución de los bienes  a heredar  del hombre en el momento de su muerte,  pero con dos excepciones importantes. En primer lugar, la viuda de un hombre,  legalmente tenía derecho «por  vía de la dote» a una tercera parte de sus bienes raíces,  para disfrutar en  el término de su vida natural.  Se esperaba  que se sostuviera con las ganancias de la propiedad recibida, pero  recibía un interés de por vida,  y tenía que ser cuidadosa en «no perder ni  gastar» lo que recibió.  Ninguna parte de la finca   podría ser vendida, a menos que sea necesario para ella   o  para  el mantenimiento de  sus niños,  y esto  sólo con el permiso del tribunal.

Un hombre podía darle en herencia  a su esposa más de un tercio de sus bienes, pero no menos. Sólo si la mujer llegaba a la corte para  renunciar a esta dote que le correspondía por  derecho público,  y el tribunal lo aprobaba, se aceptaba esa renuncia a los bienes a ser heredados.

El sistema de herencia de dos tercios o más, estaba pensado  para proporcionar apoyo a la mujer en la viudez. La inviolabilidad de los bienes recibidos en herencia protegía a la viuda de los reclamos  de sus hijos  y protegían a la comunidad de la carga potencial  de su cuidado por cuestiones de indigencia.

La segunda manera en que ley se determinó los patrones de herencia tenían que ver específicamente con los casos intestados.  Si un hombre moría sin dejar un testamento, varios principios rigen la división de su propiedad. La tercera parte correspondía por supuesto a la viuda. A menos que una «justa causa» podría ser demostrada para alguna otra distribución, los otros dos tercios debían dividirse entre los hijos sobrevivientes, hombres y mujeres.  Una parte (el doble)  era para el hijo mayor y porciones individuales a sus hermanas y hermanos más jóvenes. Si  no había hijos, la ley estipula que la  división de los bienes debía ser compartida en partes iguales con las hijas restantes. En los casos donde alguno o todos los niños fueran menores, sus partes eran custodiadas por su madre o por un tutor designado por la corte hasta que alcanzaron la mayoría de edad o se casaran. Lo que quedaba de los tercios de la viuda cuando esta fallecía era dividido entre los hijos supervivientes, en las mismas proporciones.

Aunque obligados  a cumplir con las leyes referentes a terceras partes de la viuda, los hombres que escribieron testamentos legalmente no estaban obligados a seguir los principios de la herencia establecido en casos testamentarios. Los hombres tenían el derecho a decidir por sí mismos quienes en última instancia heredarían sus bienes. Como veremos más adelante, la voluntad que manifestaron los testamentos en algunos casos se apartaron de esta costumbre,  pero la mayoría adherían (aunque no siempre con precisión) a la costumbre de dejar una doble parte  al hijo mayor. Más allá de eso, los hombres de Nueva Inglaterra  generalmente habían acordado un sistema de división de sus bienes que incluía a los hijos e hijas a la hora del reparto testamentario. Cuando estas normas fueron seguidas,  la propiedad y el control generalmente recaen sobre los hombres. Aunque la viuda recibía la mayor parte, y las hijas tenían el derecho a heredar, eso no significaba el acceso al manejo de la propiedad. Para la viuda la ley era clara la dote era para “uso”.

Para las hijas que estaban casadas en el momento de heredar mantenían ese derecho más allá de lo recibido para poder casarse. Bajo la ley común inglesa, «feme covert» estipula que las mujeres casadas no tenían derecho a la propiedad, de hecho, en el matrimonio, «el ser o la existencia legal de la mujer está suspendida”.  La propiedad personal que una hija casada heredo del padre, como dote o como un legado post mortem, se convertía  inmediatamente en la posesión legal de su esposo, que podría ejercer los plenos poderes de la propiedad sobre ella. Una hija casada que heredaba tierras de su padre, retenía el título de la tierra, que su esposo no podría vender sin su consentimiento.

A la muerte de su marido esas tierras pasaban a ser propiedad de sus hijos, pero en vida,  su esposo tenía derecho a la explotación y de los beneficios obtenidos de esta. La propiedad de una hija heredera  y las mejoras producidas hasta que ella se casó, se convertían  en su dote.

Esto es no quiere decir que las mujeres no se beneficiaron cuando heredaban la propiedad. Una herencia importante podría proveer de una mejor vida a una mujer en términos materiales;  las mujeres solas o viudas  herederas, disfrutaban de mejores posibilidades para un matrimonio económicamente ventajoso o un nuevo matrimonio. Pero la herencia no trajo normalmente  a las mujeres el poder económico independiente  que gozaban sus contrapartes masculinas.

Las reglas de la herencia no siempre eran seguidas. En algunos casos, algunos hombres decidieron no ajustarse a las prácticas consuetudinarias; en su lugar, utilizaron uno de los varios dispositivos jurídicos que tenían a mano, para dar una mayor proporción de sus haciendas a sus esposas o hijas, para que fueran manejadas por ellas a su propia discreción.

En algunos casos los magistrados permitieron una forma de reparto distinta a la establecida.  Cuando no había herederos masculinos, conformar al resto de las herederas era muy difícil. Y esta ventaja que dejaba a las mujeres  en mejores condiciones económicas para beneficiarse económicamente las ponía en una posición de vulnerabilidad inusual. Ellas, y en muchos casos sus hijas, se convirtieron en blancos principales de las acusaciones de brujería.

Consideremos en primer lugar la experiencia de cinco brujas que provenían de familias sin herederos varones.  Junto con la historia Eunice Cole de Hampton, estas historias comienzan a iluminar de manera sutil y a menudo intrincada  como las formas sobre la herencia ponen en el corazón de la mayoría de las acusaciones de brujería a las herederas.(2)

La siguiente traducción del texto en ingles  está realizada en torno al uso de la Historia Escolar, se han dejado de lado ciertas precisiones debido a la complejidad del texto, (eliminando las citas aclaratorias del editor.) como las puntuaciones.

Traducción: Matias Wibaux, Daniel Virgili, Carlos Van Hauvart.

(1) Karles, Carol F., The devil in the Shape of a Woman, Witchcraft in Colonial New England, Vintage Books, Nueva York, 1987, pag.361.

(2) ob.cit.  pp.( 77:84)

 

Código QR

[dqr_code post_id=»2034″]

Print Friendly, PDF & Email

Carlos-2

Un comentario en «Fuentes para el estudio de la colonización británica en América. Parte 2. Cita de autor N°3. Las Brujas de Halem.»

Los comentarios están cerrados.

Volver arriba