Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

“La sociabilidad en la ciudad de Buenos Aires y su campaña”. De la colonia a 1850 por Silvana Bomone, Pablo Coronel y Silvia Mascaretti

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D.N.D.A. Registro de autor 5.274.226

“La  sociabilidad en la ciudad de Buenos Aires y su campaña”. De la colonia a 1850

por Silvana Bomone, Pablo Coronel y Silvia Mascaretti

en: Duart, Diana, Van Hauvart. Carlos; Historia de América Contemporánea. Presencia Curricular y experiencia; en: Busto, Alejandro, Rodríguez, Rodolfo, Postales de America Latina, Problemas Lainoamericanos en el Siglo XX, Grupo de Estudios Latinoamericanos, FH, UNMdP, Ed.Libros del Espinillos, , Mar del Plata, 2012, pp.: 219:225

I.S.B.N.: 978-987-26367-2-2


2) Título: “La   sociabilidad en la ciudad de Buenos Aires y su campaña”. De la colonia a 1850.

 Docentes:

Silvana Laura Bomone (Profesora en Historia)

Pablo Guillermo Coronel (Profesor en Historia)

Silvia Mascaretti (Profesora en Geografía)

 Objetivo : El principal objetivo de esta actividad radica en que los alumnos puedan percibir la complejidad de la sociedad rioplatense durante el proceso de Revolución de Mayo de 1810, detectando además los cambios y las continuidades del periodo.

 Fundamentación: Se intentará romper con la visión que comúnmente los alumnos traen desde las instituciones primarias, problematizando esa mirada estática según la cual “el negro vendía velas y el señor de galera repartía escarapelas bajo la lluvia”.

   A partir del análisis de las variadas prácticas de sociabilidad de los distintos grupos sociales (elite, sectores bajos y campesinado), se intentará abordar la noción de diversidad social, pero sin dejar de lado el análisis de los puntos de contacto que tuvieron dichas prácticas en el período estudiado, con esto se pondrá en evidencia la naturaleza gregaria del ser humano.

   Además, pretendemos que el alumno pueda identificar los cambios y continuidades que se dieron en el ámbito de las relaciones sociales bajo la influencia del proceso revolucionario desatado en 1810. Y a su vez, pueda establecer comparaciones entre el ámbito urbano, comprendido por la ciudad de Buenos Aires; y el rural, es decir, la campaña circundante.

   Entendemos que al poner en valor la idea de sociabilidad se estimula a los alumnos a desarrollar y profundizar, a través de la valoración, las interrelaciones dentro de sus grupos de pertenencia, a la vez que se ejercita la tolerancia hacia las diferencias con otros grupos.

 Destinatarios y tiempo estimado: Alumnos de 3º – 4º año de ES. El desarrollo de las tareas comprenderá dos módulos de 60 minutos cada uno.

Evaluación: La evaluación será permanente. Se tendrá en el trabajo grupal la participación individual en el desarrollo de las consignas planteadas y la exposición de la elaboración de las consideraciones finales

 Actividades: La actividad esta planteada como cierre de unidad, previamente se deben haber desarrollado los contenidos habituales sobre los procesos de independencia latinoamericana.

   Durante la primera mitad de la clase los alumnos se reunirán en 5 grupos. Cada grupo trabajará un texto preparado para la ocasión (ver anexos). Los textos están acompañados por imágenes ilustrativas y una guía para su comprensión:

  1. Lear el texto y buscar el significado de las palabras desconocidas
  2. Responder:
  • ¿A qué sector social se refiere el texto?
  • ¿Cuáles son las prácticas sociales que realizaban?
  • ¿En qué ámbitos tenían lugar esas prácticas?

   En la segunda mitad se desarrollarán breves presentaciones de las respuestas, en forma dialogada y guiada por el docente. De este intercambio entre los distintos grupos, y entre estos y el docente, se irán volcando las conclusiones en un cuadro (en el pizarrón), en el cual se resaltarán similitudes y diferencias de las prácticas de sociabilidad y cambios y continuidades del periodo pre y pos-revolucionario.

 

 

 

SECTORES SOCIALESCAMBIOSCONTINUIDADES
Elite
Negros
Campesinos

 

 

Textos de análisis:

  • Fiestas cívicas y religiosas

   Las fiestas en Buenos Aires durante el Antiguo Régimen expresaban una escenificación del orden social tradicional, las jerarquías eran exhibidas visiblemente en los órdenes de primacía de los distintos funcionarios y de las distintas corporaciones en las procesiones religiosas y en los actos civiles. Sin embargo, la posición central de las fiestas en la vida de la ciudad había comenzado ya a decaer durante el reinado de los últimos borbones. La irrupción de la revolución marcó la transformación del orden social impuesto durante la colonia, hecho que se vio reflejado en las celebraciones cívicas. Los festejos públicos en el período posrevolucionario tenían como finalidad mostrar la ausencia de jerarquías en una sociedad republicana, poniendo de manifiesto la igualdad de los ciudadanos. Las fiestas cívicas eran los nuevos rituales con los que el Estado buscaba establecer un nuevo calendario republicano y patriota que sustituyera las efemérides del período colonial. Sin embargo, el carácter de los festejos populares contrastaba con las celebraciones de la elite. Ante la emergencia de las fiestas populares, protagonizadas por titiriteros, payasos y globos aerostáticos, la tendencia natural de las familias decentes era la de retirarse de los escenarios públicos para refugiarse en la intimidad de las reuniones privadas o del hogar. Solo los hombres participaban de ellas en su carácter de políticos, pero no por ello dejaban de celebrar reuniones alternativas de signo clasista. Desde la década del 20 se había generalizado la costumbre de celebrar cenas o banquetes en ocasión de tales efemérides. Durante la hegemonía rosista tales reuniones se brindaban no solo en los días patrios, sino también en aquellas fechas relacionadas con el ascenso de Rosas al poder. Solían consistir de una cena seguida de “brindis”, durante los cuales se pronunciaban discursos políticos. Esa práctica se generalizó entre todas las facciones y grupos políticos en que se repartía entonces la elite.

   Las antiguas fiestas religiosas seguirán celebrándose en el período revolucionario, aunque con menos aparato en Buenos Aires que en las ciudades del interior. Al igual que otros signos externos del culto católico, se convirtieron en un ámbito dominado por la presencia de mujeres. En las misas y procesiones el rol de las mujeres de elite era visible y significativo, ya que en ellas tenía lugar la exhibición fastuosa de riquezas. Aquel despliegue público de los emblemas de la posición social contribuía a reforzar la condición de elite de aquellas damas frente a la generalidad de la población. Y por ende, dejaba en evidencia que en este ámbito de las relaciones sociales persistía la tendencia a reforzar una imagen de la sociedad más próxima al Antiguo Régimen que a los ideales revolucionarios. En este arquetipo social, los poseedores de los mayores capitales sociales (poder y bienes materiales) eran también los beneficiarios de capitales espirituales acumulados por sus familias durante generaciones. Gracias al nuevo clima cultural del siglo XIX, esas costumbres comenzaban a ser reemplazadas por otras que reconfigurarían aquella representación escénica de la elite en un sentido más moderno.

 

 

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Iglesia de Santo Domingo

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Fiestas mayas. Aguatinta Essex Vidal

 

 

                                                                                               

La pulpería.

   Durante la siesta, entre las trece y las dieciséis horas, en el Buenos Aires de fines del período colonial, tenía lugar un momento de intensa sociabilidad popular. Los trabajadores en descanso se entregaban a actividades de distracción como las bebidas y los juegos de azar. El sitio de reunión popular por excelencia era la pulpería, que se ubicaba generalmente en las esquinas, lugar de intersección y encuentro. Los primeros testimonios de la presencia de estos almacenes de venta al menudeo, en donde uno podía aprovisionarse de yerba, velas, vino aguardiente y otros artículos; se remontan a la época de la primera fundación de Buenos Aires. Hacia fines del siglo XVIII, la ciudad contaba con el importante número de 464 pulperías, a razón de una pulpería cada 30 habitantes.

   En un principio, las reuniones en la pulpería no convocaban únicamente a una clientela popular, además de los gauchos y vecinos, encontramos entre la concurrencia a los “hijos de familia” nobles y plebeyas, y extranjeros de paso por la ciudad. Con el correr del tiempo se constituyó en un ámbito de sociabilidad masculina, gracias a la difusión del hábito de consumir bebidas en el propio local de venta. Esta costumbre se asoció rápidamente a otra: la del juego de naipes y dados, que luego fueron prohibidos por ser considerados causa de pleitos. Las primeras prohibiciones datan de 1771, cuando el gobierno virreinal implementa una política de mayor control, porque estos lugares comienzan a ser identificados como ámbitos plebeyos de ociosidad e indisciplina. Poco a poco, los jóvenes de familias decentes se alejan de estos sitios de esparcimiento para refugiarse en los cafés, donde se reunía una clientela claramente de elite. A partir de 1852, las medidas de control se endurecen y los encarcelamientos por disturbios en las pulperías se multiplican. Cinco años después, una resolución municipal limita la venta de alcohol a los cafés, hoteles y confiterías. El comercio de pulpería se restringe a la venta de artículos de consumo, perdiendo el principal servicio que hizo de ellas un espacio de sociabilidad.

 

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Pulpería de campaña.

Litografía de César Hipólito Bacle (1833)

 

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Interior de una pulpería.

Litografía de César H. Bacle (1833)

 

Las sociedades africanas

   El importante aumento demográfico que se registró en la ciudad de Buenos Aires, entre 1778 y el año de la Revolución, contó principalmente con el aporte migratorio de mano de obra esclava. Hacia 1810, el 33% de la población estaba representada por negros y mulatos.

   Si bien la mano de obra esclava fue destinada habitualmente al trabajo doméstico, también se ocupó en oficios urbanos, como el transporte de agua, la exterminación de insectos o la venta ambulante; y en la producción de las escasas manufacturas que existían en el Buenos Aires de la época: la producción de pan, de muebles y el más reciente de la industria sombrerera. La participación de esclavos en oficios artesanales obedeció a la importancia adquirida por el sistema de locación de mano de obra esclava, principalmente por parte de las mujeres viudas o solteras, para asegurarse una renta regular. Este sistema también implicaba ciertas ventajas para el esclavo. Por un lado,   le permitía la acumulación de su capital para adquirir la libertad o incluso para otorgar un préstamo a otro esclavo con el mismo fin. Y por otro lado, facilitaba los contactos cotidianos con otros individuos de la misma condición. Su presencia en el medio artesanal permitió el desarrollo de cofradías religiosas y corporaciones de oficios entre la población africana.

   Hombres y mujeres se agrupaban según sus orígenes étnicos, y lo hacían para tocar música, danzar y organizar las tradicionales fiestas del calendario africano, en particular las festividades de San Baltazar, santo venerado por la población negra. El baile al son del tambor se denominaba “candombe”, término que con el tiempo adquirió un doble significado, designaba tanto a la danza como a la reunión en la que se danzaba. Pronto esta forma de sociabilidad derivó en una organización llamada “Nación Africana”, que reunía a los negros según su nación de origen. Entre ellas se encontraban: “Conga”, “Benguela”, “Cabunda”, “Mina”, “Mondongo”, “Mongolo”, “Lubolo”, “Mozambique”, “Angola”,”Carabari” y “Houombe”, provenientes en su mayoría de la costa occidental de África. Estas naciones reunieron los objetivos lúdicos (danza y celebraciones) con los de ayuda mutua, especialmente para la manumisión.

   Entre 1821 y 1823, el gobierno de Rivadavia estableció una reglamentación sobre las “Sociedades Africanas”, ya que estas no disponían de una estructura organizativa formalizada. La medida tendió además, a apartar de las calles los “tangos de danza” ya que, según las autoridades, ciertas danzas de tambor no se correspondían con el decoro público. La política de Rivadavia favoreció el desarrollo del asociacionismo étnico, pero quien sacó más provecho de ello fue Rosas. Este último no escatimó esfuerzos en ganarse la confianza y la lealtad de la población urbana de color,   que resultó ser uno de los pilares de su poder político. Durante uno de los momentos más críticos de su régimen (entre 1838 y 1842), pudo disponer de una importante suma de dinero reunida por la comunidad negra de Buenos Aires que apoyaba a su gobierno. Las transformaciones sociales y económicas que conoció la ciudad luego de la caída de Rosas también tuvieron su injerencia sobre la sociabilidad étnica. Las naciones africanas tienden a desaparecer como tales.

 

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Candombe federal.

Óleo de Martín L. Borneo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1.4. Las tertulias

   El lugar de sociabilidad por excelencia de la elite rioplatense fue el espacio interior del propio hogar antes y después de la Revolución.

   Era en las casas de elite donde se desarrollaba una faceta destacada de la vida social rioplatense. Si bien, en dichas viviendas se formaban los vínculos sociales primarios (determinados por el parentesco o por el matrimonio); allí también se articulaban redes sociales muy complejas que incidieron claramente sobre la vida comercial y política de la ciudad.

   Desde el último período del Virreinato se había comenzado a difundir la moda francesa de los salones, que en el pequeño universo porteño tendió a resumirse en la figura más modesta de las tertulias, imprimiendo a estas reuniones características propias. Aunque menos formales que en Europa, ya que eran más simples y menos cuidadosas en cuanto a los requisitos para ser admitido como contertulio; fueron uno de los más importantes ámbitos de sociabilidad. Las tertulias propiciaban un espacio adecuado para la conversación sobre cuestiones políticas, amenizada por la música del piano y la guitarra, y algunas veces por la danza y el canto.

   En esos encuentros los concurrentes revalidaban sus títulos de pertenencia a la elite, y tejían lazos de sociabilidad que por su mismo carácter informal tendían a ejercer un poderoso influjo en la vida pública del nuevo Estado. Con la llegada de la Revolución tales reuniones sociales constituyeron el espacio por excelencia de las mujeres. El único lugar en que ellas podían participar abiertamente, y de un modo que pareciera acercarse a cierta “igualdad” con los hombres, de la vida política de la que se encontraban formalmente excluidas.

   Ese ámbito iría ampliándose progresivamente en el transcurso de la primera mitad del siglo XIX hasta su transformación en un recinto del cual también estaban por regla general excluidas las mujeres, pero que se iría convirtiendo en espacio para la celebración en mayor escala de las reuniones sociales de la elite. Ese recinto era el de los clubes, que desde de la fundación del Club del Progreso en 1852, proliferarían en las décadas siguientes. A partir de entonces, reuniones, bailes y eventos tuvieron lugar en los clubes. El ámbito de recogimiento formado por la casa de familia comenzaría entonces a ceder su predominio, como ámbito de sociabilidad, a otros de carácter más público, un ámbito que se correspondía más a la clase que a la unidad familiar.

 

 

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Tertulia en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson. Óleo de Subercaseaux.

 

 

  • Mingas y convites

En contrario a lo que sostiene la visión sarmientina, según la cual para el área rural bonaerense del S XIX solo se podía hablar de un desierto social; se puede afirmar que existía cierta riqueza de prácticas sociales existentes en dicha área rural, incluso durante el período colonial.

Aquí hablaremos de las llamadas mingas y convites; prácticas a través de las cuales la población rural lograba sortear sus limitaciones respecto a la contratación de mano de obra para enfrentar tareas puntuales y cruciales del quehacer rural.

Numerosas fuentes describen el funcionamiento de estas prácticas y dan testimonio de su amplia difusión, por ejemplo:

“Los agricultores, los que hacían germinar y cosechaban el trigo, no comían pan en la vida ordinaria. Únicamente el día de la tapa es decir de la siembra, a la entrada del invierno, después de roturados los campos, tenía lugar una fiesta campestre de las más entretenidas, donde el pan y las viandas de harina se prodigaban como un homenaje a la naturaleza…Como esta faena de tapa debía, según costumbre efectuarse en un solo acto para que la gestación del grano fuera igual y el nacimiento de la mata uniforme, el labrador que no disponía de suficientes peones y arados para remover en ocho horas la tierra que había tardado un mes en preparar, invitaba a los vecinos para que con sus propios aperos le ayudaran en aquel gran día. Así juntaban con el alba cuarenta o más paisanos y tomando un buen desayuno, al salir el sol emprendían la tarea…

Durante el día las familias de los convidados a la minga, que así se llamaba la fiesta, concurría a la casa y ayudaba a la patrona en la preparación de la gran merienda…Concluido el festín, salían los guitarreros y empezaban las danzas de la minga, prolongándose alegres hasta entrada la noche, para continuar al día siguiente en otra siembra no lejana. Este préstamo de peones y arados se retribuía en la misma forma.”

En una fuente fechada en 1792 se afirma: “entre los labradores no se acostumbra alquilar bueyes pa. la labranzas porqe nunca falta quien empreste estos quando el labrador sea tan pobre y miserable qe no tenga los bueyes…Para los días de siembra unos a otros se aprestan los arados con peón y bueyes con cargo de bolverlo en los mismos términos”

En referencia a los convites se puede citar el simpático testimonio sobre la yerra en la estancia de doña Lucía: “La presencia de sus hijas hacía que cincuenta hombres se arremolinaran para ayudar en las yerras de los pocos animales que poseían. En media jornada la yerra había sido despachada y un buen almuerzo reunía a la sombra de los sauces a todos los convidados que se consideraban bien pagos con el convite y las furtivas miradas de las hijas de doña Lucía.”

Estos ejemplos citados dejan en claro el complejo sistema de relaciones existente en las áreas rurales, a través del cual los pequeños productores trababan una especie de intercambio de favores lo que les permitía afrontar las pesadas tareas propias de la producción agrícola/ganadera. El vecino que participaba ayudando se daba por bien pago con el convite, pero también por la certeza de que esa colaboración sería convenientemente retribuida cuando él la solicitara.

Estas prácticas constituyen sin lugar a dudas una piedra angular de la sociedad campesina rioplatense de los siglos XVIII y XIX.

 

Textos extraídos de: GARAVAGLIA; Juan Carlos: “De mingas y convites: la reciprocidad campesina entre los paisanos rioplatenses” Anuario IEHS Nº 12. 1997.

 

Yerra en el Rincón de Luna.

Alcide D’Orbigny

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

GARAVAGIA; Juan Carlos. “De mingas y convites: La reciprocidad campesina entre los paisanos rioplatenses”.En: Anuario IEHS Nº 12. 1997.

GONZALEZ BERNALDO, Pilar. “Vida privada y vínculos comunitarios: formas de sociabilidad popular en Buenos Aires, primera mitad del siglo XIX”. En: DEVOTO, F. y MADERO, M. Historia de la vida privada en la Argentina. Tomo I. Buenos Aires, Taurus, 1999.

MYERS, Jorge. “Una revolución en las costumbres: Las nuevas formas de sociabilidad de la elite porteña, 1880-1860 ”. En: DEVOTO, F. y MADERO, M. Op. Cit.

 

Edición y corrección: Van Hauvart Duart, Maximiliano L. Estudiante de Letras. FH, UNMdP

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