Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

Pulperos y pulperías del Buenos Aires colonial | Laura Cabrejas | Cap 51 | Historias coloniales

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Pulperos y pulperías del Buenos Aires colonial | Laura Cabrejas | Cap 51 | Historias coloniales

Guion por Laura Cabrejas

Juegos, bebidas excitantes y guitarras son los elementos infaltables en toda pulpería, y es este ambiente donde trabajaban y a veces vivían nuestros pulperos. Identificados  con el ocio, el robo o el fraude, la documentación los describe como embaucadores de pobres esclavos que dejan, por un trago de aguardiente, hasta el último real ahorrado para comprar alguna vez su libertad. Pero conscientes de que la investigación histórica avanza siempre en contra de conocimientos previos, tratamos de desmitificar imágenes, desarticulando o desarmando el objeto de estudio e intentando conocerlo sin prejuicios. Al llegar a esta instancia, la pregunta se hace inevitable ¿hasta qué punto esta imagen negativa describe con justeza la personalidad y la sensibilidad de los pulperos del Buenos Aires colonial? Sin duda, pulperos así no faltaron, pero no agota la caracterización de su sensibilidad  y sus hábitos.

La información ofrecida por los testamentos y sucesiones permitió reconstruir el estilo de vida de los pulperos, comparándolo al mismo tiempo, con el sofisticado estilo de vida de los comerciantes mayoristas y el más modesto de los hacendados porteños. De un total de 105 pulperos, el 47 % declaró ser dueño de la casa que habitaba. Mientras que el valor promedio de las casas de los comerciantes mayoristas era de 16.222 pesos, el valor promedio para la muestra de 21 pulperos fue de 3.645 pesos. Para comprar o construir una casa era necesario tener un capital excedente y sólo los pulperos más prósperos podían contar con él. Los comerciantes mayoristas adquirían o construían una casa después de haber hecho una fortuna.

El mobiliario de estas casas, en su mayoría, era austero y casi elemental: una cuja, una o dos mesas, sillas, caja o baúles para guardar la ropa, algunos candeleros. Pero también encontramos casos que salen de lo común como es el caso de Don Antonio Conde que en su testamento del 31 de agosto de 1805 declara tener una propiedad que consta de zaguán, sala principal, dormitorio principal con recámara, otra sala, otro dormitorio, cocina, patios y cuarto para los criados. En la esquina de esta propiedad está emplazada la pulpería. En la testamentaria intervienen varios tasadores: están los que valúan las maderas y otros los herrajes. Cabe destacar que Don Conde contaba, además con 4 criados esclavos.

Hemos conservado la imagen del administrador, dependiente o mozo que estaba al frente del mostrador, pero no tuvimos en cuenta que a veces, en la trastienda, vivía el pulpero, el dueño del negocio  tal vez ya retirado de la actividad mercantil y que aunque sin prestigio social ni linaje trató de imitar, dentro de sus posibilidades económicas, el estilo de vida de la élite.

Los pulperos de Buenos Aires no conformaron una clase homogénea sino que, por el contrario  se presentaron como un grupo heterogéneo e interiormente estratificado. Al igual que los hacendados coloniales, su estilo de vida se vinculó en gran medida con sus ingresos. Los pulperos dueños de fortunas mayores que el promedio trataron de imitar, sin poder igualar, la lujosa vida de la elite, pero la mayoría carecía de vivienda propia. El mobiliario era austero y casi elemental. Su indumentaria era escasa, sencilla y , en general, muy usada.

Tenían una educación limitada. Semi analfabetos, sabían –rudimentariamente -, leer, escribir y contar. Fueron devotos practicantes del culto y, a pesar de estar relacionados con distintas instituciones religiosas, no ocuparon puestos administrativos en la Iglesia.

Pulperos embaucadores o calculadores no faltaron. Esta es la imagen negativa que frecuenta la documentación. Pero nos sorprendimos, cuando en la documentación encontramos expresiones de afecto o de consideración hacia esposas, hijos o dependientes. En algunos se pudo observar una gran sensibilidad. Don Miguel Parra, que era un hombre sensible, declaraba en su testamento como “tutora, curadora y administradora” de los bienes y las personas de sus pequeños hijos a su esposa “quien como madre legítima mimará y atenderá con el amor de tal y como lo ha hecho hasta el presente”. Don Bernardo Fresco y doña Bernarda Guerreros no tuvieron hijos durante su matrimonio, pero criaron a un niño llamado Gavino “hijo de buenos padres conocidos y reputados españoles”. En su testamento encomiendan a sus albaceas que se le entregue a Gavino la suma de doscientos pesos aclarando que esa “manda la hazemos por el amor que le tenemos”. Don Luis Garcia, declaraba que “de la venta de la pulpería sea preferido a quedarse con ella mi dependiente don Francisco Aldao… mas que algún extraño, en atención al buen concepto que de él tengo formado”.

En 1811, doña María de Posa legaba la suma de cincuenta pesos para contribuir a la manumisión de su esclava María Dolores, y unos años antes don Marcos Piñeiro pedía que el negro Juan, su esclavo talabartero, se le otorgaba carta de libertad “por su fidelidad y buenos servicios” En ambos casos se otorgó libertad a un esclavo destacando la fidelidad y los buenos servicios que estos prodigaron a sus respectivos amos.

Todos los testimonios nos sirvieron para confirmar la complejidad que presentaba este grupo social. Los pulperos compartían un estilo de vida que no iba más allá  de lo que la actividad comercial les permitía, es decir, había una relación directa entre una y otra. Tras esta aparente homogeneidad se encerraba un mundo de diversidades en la experiencia de vida individual que caracterizó al grupo de pulperos del Buenos Aires colonial.

 

Edición

Maximiliano Van Hauvart, FCSYTS-UNMDP

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