Aportes de la Historia

Notas dispersas sobre Historia

San Martín y Sarmiento, frente a frente.

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San Martín y Sarmiento, frente a frente.

por Carlos Van Hauvart y Diana Duart

Hoy en Aportes compartimos con nuestros lectores dos fragmentos, uno realizado por Domingo Faustino Sarmiento bajo el título Vida de San Martin (1). Fue  parte de los ensayos biográficos que se denominaron Galería de Celeridades Argentinas, pensada por los fundadores del Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata en 1854, de todas estas biografías la más importante fue el Belgrano de Mitre.

No es una biografía clásica la realizada por Sarmiento,  es un compendio de una serie de conferencias que el brindó hasta 1853 sobre el General San Martín.  Este  fragmento corresponde al discurso de recepción que dio en el Instituto Histórico de Francia en 1847 para ser aceptado en dicha Institución y que él tituló San Martín y Bolívar, en el cual contextualizó  los hechos sucedidos y ofreció una serie de interpretaciones de estos dos personajes para entender como llegaban a dicha reunión, cuya conclusión primera, era ver que obtenían del otro.

En esa disertación leyó una carta de San Martín dirigida a Bolívar inmediatamente después de la reunión que los dos tuvieron en julio de 1822 en Guayaquil, fue el único testimonio que brindó San Martín sobre ese encuentro. Se ha dudado sobre la autenticidad de esa misiva, sin embargo esas notas fueron leídas ante un participante inesperado, el mismo San Martín, que ya llevaba 25 años fuera del Rio de la Plata, en un largo peregrinaje por Bruselas y París entre otras ciudades. Esos 25 años como el resultado de la Conferencia, han tenido diverso interés y polémicas entre los historiadores.

El segundo fragmento corresponde a la biografía sobre Sarmiento, El profeta de la pampa (2) que realizó Ricardo Rojas, que a su vez había escrito una de San Martín titulada El santo de la espada. En ella rescatamos la reunión en Gran Bourg  entre San Martín y Sarmiento.  Numerosas son las misivas que Sarmiento escribió a sus allegados sobre ese encuentro que están publicadas en las obras completas de Sarmiento, los historiadores la han reconstruido  a partir de estas fuentes, se ha escrito mucho sobre la aprehensión que Sarmiento tenía sobre San Martín a partir de la donación del sable a Juan Manuel de Rosas. Lo cierto es que según la escuela historiográfica, los amigaban o los enemistaban.

San Martín siempre fue un hombre cauto y parco con los visitantes que se allegaban para conocerlo o llevarle cartas de sus antiguos compañeros del Ejército, no así con sus compañeros de armas. Hay muchos retratos sobre San Martín de sus coetáneos, los más conocidos  son los realizados durante su campaña militar, especialmente en Chile y Perú plasmados  por encargados de negocios de otras potencias, que buscaban intentar comprender cuál era el futuro que San Martín se había construido para sí mismo después de la campaña militar para derrotar a los españoles.

La historia escolar y de los actos escolares  ha construido una imagen de San Martín y de Sarmiento, tan canónica como para el mármol, que es injusta con  ellos. Esperamos que esta selección pueda ser compartida en el aula con sus alumnos y desde el análisis del discurso histórico biográfico ver cómo opera el discurso laudatorio para construir y afirmar rasgos de los protagonistas.

 Fragmento del discurso de recepción en el Instituto Histórico de Francia. Leido en París el primero de julio de 1847.

Reunidas las fuerzas de ambos ejércitos, la última campaña contra los realistas podía terminarse en algunas semanas, con todas las seguridades del triunfo. San Martín había solicitado hasta entonces en vano, que se reemplazasen las pérdidas que había experimentado la división de su ejército, enviada en auxilio de Sucre. Por otra parte, era preciso entenderse sobre la desmembración de Guayaquil, que tanto chocaba a las ideas de San Martín, con respecto a los deberes de los Generales que combatían contra la España. “Durante diez años que he luchado contra los españoles —decía él al viajero citado—, o más bien, que he trabajado en favor de estos países, porque yo sólo he tomado las armas por la causa de la Independencia, lo único que he deseado es que este país sea gobernado por sus propias leyes, sin sufrir ninguna influencia extraña. Por lo que hace al sistema político que adoptará, yo no tengo derecho de intervenir en ello. Mi solo objeto es poner al pueblo en estado de proclamar su Independencia, y de restablecer el Gobierno que mejor le convenga. Hecho esto, yo miraré como terminada mi misión, y me alejaré”. Este lenguaje era una verdadera condenación del sistema opuesto, seguido por Bolívar. Impulsado por éstos y otros motivos, San Martín solicitó de Bolívar una entrevista en Guayaquil;  

Pero este General tuvo atenciones que le estorbaron acudir el día designado para la solicitada conferencia.  Al fin citados una segunda vez, los dos jefes de los ejércitos de la América del Sur se hallaron reunidos bajo un mismo techo. Cada uno de ellos tenía la más alta idea de la capacidad militar del otro. «En cuanto a los hechos militares de Bolívar, ha dicho San Martín en aquella época, puede decirse que le han merecido, con razón, ser considerado como el hombre más extraordinario que ha producido la América. Lo que sobre todo lo caracteriza, y forma en cierto modo su genio especial, es una constancia a toda prueba, la cual exasperándose con las dificultades, no se deja abatir por ellas, por grandes que fuesen los peligros en que su alma ardiente lo había echado». (Pasyle Hall). Pero si la estimación del mérito era igual en ambos, las miras, ideas y proyectos de cada uno eran enteramente distintos. Bolívar abrigaba decididamente designios para el porvenir, tenía un plan de ideas que desenvolver por los acontecimientos; había allí, en aquella cabeza, proyectos en bosquejo, política y ambición de gloria, de mando, de poder. San Martín había muy en mala hora venido a continuar por su lado la obra de la emancipación de la América del Sur que Bolívar se sintió llamado a realizar por sí solo. San Martín, por el contrario, no queriendo ver más que el buen éxito de las operaciones militares principiadas en el Perú, venía con el ánimo libre de toda idea ulterior a solipitar la cooperación de Bolívar para llevar a buen fin la campaña. General de las Provincias Unidas, una vez libertado el Perú, debía alejarse necesariamente de aquel país. El porvenir allí no se ligaba a su persona por ningún vínculo duradero. Solicitaba el reemplazo de las bajas que había experimentado la división auxiliar dada a Sucre, porque necesitaba soldados para continuar la guerra; pedía la reincorporación de Guayaquil al Perú, porque había pertenecido al virreinato.

 Las conferencias participaron de la posición en que se habían puesto ambos jefes. El uno manifestando abiertamente su pensamiento, el otro embozándolo cuidadosamente, a fin de no dejar traslucir sus proyectos aun no maduros. San Martín, de talla elevada, echaba sobre el Libertador, de estatura pequeña, y que no miraba a la cara nunca para hablar, miradas escrutadoras, a fin de comprender el misterio de sus respuestas evasivas, de los subterfugios de que echaba mano para escudar su conducta, en fin, de cierta afectación de trivialidad en sus discursos, él, que tan bellas proclamas ha dejado; él, que gustaba tanto de pronunciar toasts llenos de elocuencia y de fuego. Cuando se trataba de reemplazar las bajas, Bolívar contestaba que esto debía estipularse de gobierno a gobierno; sobre facilitar su ejército para terminar la campaña del Perú, oponía su carácter de Presidente de Colombia, que le impedía salir del territorio de la República; él, Dictador, que había salido para libertar la Nueva Granada y Quito, y agregándolas a Venezuela!.

 San Martín creyó haber encontrado la solución de las dificultades, y como si contestase al pensamiento íntimo del Libertador: «Y bien, General, le dijo, yo combatiré bajo sus órdenes. No hay rivales para mí cuando se trata de la Independencia americana. Esté usted seguro, General; venga al Perú; cuente con mi sincera cooperación; seré su segundo».  Bolívar levantó repentinamente la vista, para contemplar el semblante de San Martín, en donde estaba pintada la sinceridad del ofrecimiento. Bolívar pareció vacilar un momento; pero en seguida, como si su pensamiento hubiese sido traicionado, se encerró en el círculo de imposibilidades constitucionales, que levantaba en torno de su persona, y se excusó de no poder aceptar aquel ofrecimiento tan generoso. San Martín regresó al Perú, dudando un poco de la abnegación de su compañero de armas, y resuelto a hacer lo único que a su juicio podía salvar la Revolución de un escándalo. La noche que siguió a la entrevista de los dos generales, un jefe de Bolívar se introdujo en la habitación de San Martín para revelarle la verdadera situación de las cosas, y ofrecerle a nombre de muchos otros jefes sus simpatías y adhesión. Bolívar mismo había dicho a San Martín que no tenía confianza en sus jefes; y su sistema de organización militar lo hacía más popular entre los soldados y subalternos, que entre los oficiales superiores, a quienes trataba de una manera humillante. Sucedía en esto, además, una cosa que es general y que justifica el proverbio: «no hay hombre grande para su ayuda de cámara». La gloria ejerce todos sus prestigios a la distancia. San Martín era en el ejército de Bolívar un héroe sin rival; Bolívar era en el de San Martín, un genio superior.

  A su llegada a Lima, San Martín encontró que el pueblo había ensayado en su ausencia las disposiciones a la anarquía que han caracterizado la historia del Perú durante veinte años. El Gobierno interino había sido trastornado, y San Martín tomó de nuevo las riendas del Gobierno para poner orden en los negocios públicos, y convocar un Congreso. Mientras tanto, escribió a Bolívar instándole de nuevo a que entrase en el Perú con su ejército.

 San Martín ha dejado ignorar en América durante veinte años el objeto y el resultado de la entrevista de Guayaquil, no obstante las versiones equivocadas y aun injuriosas que sobre ello se han hecho. No hace dos años que el comandante Lafond, de la marina francesa, publicó en Les Voyages autour du monde, la carta de San Martín a Bolívar que retrasa todos los puntos cuestionados allí. Esta carta es la clave de los acontecimientos de aquella época, y por otra parte revela tan a las claras el carácter y posición de los personajes, que vale la pena de copiarla íntegramente:

   «Excmo. Señor Libertador de Colombia. — Simón Bolívar. — Lima, 29 de agosto de 1822. — Querido General: Dije a Vd. en mi última del 23 del corriente, que habiendo asumido el mando supremo de esta República, con el fin de separar de él al débil e inepto Torre-Tagle, las atenciones que me rodeaban en aquel momento, no me permitían escribir a Vd. con la extensión que deseaba: ahora, al verificarlo, no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América. «Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra; desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o que Vd. no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa. Las razones que Vd. me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y aun en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida, estaba Vd. seguro de que el Congreso de Colombia no consentiría su separación de la República; permítame Vd., General, le diga que no me han parecido bien plausibles: la primera se refuta por sí misma, y la segunda, estoy muy persuadido de que la menor insinuación de Vd. al Congreso, sería acogida con unánime aprobación, con tanto más motivo, cuanto se trata con la cooperación de Vd. y la del ejército de su mando, de finalizar en la presente campaña la lucha en que nos hallamos empeñados, y el alto honor que tanto Vd. como la República que preside, reportarían de su terminación.

«No se haga usted ilusión, General; las noticias que usted tiene de las fuerzas realistas son equivocadas, ellas suben en el alto y bajo Perú a más de 19.000 veteranos, las que se pueden reunir en el término de dos meses. El Ejército patriota, diezmado por las enfermedades, podrá, cuando más, poner en línea a los 8.500 hombres, y de éstos una gran parte reclutas: la división del General Santa Cruz (cuyas bajas, según me escribe este general, no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones), en su dilatada marcha por tierra, debe experimentar una pérdida considerable, y nada podría emprender en la presente campaña: la sola fuerza de 1.400 colombianos que usted envía, será necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima; por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la expedición que se prepara para Intermediarios, no podrá conseguir las grandes ventajas que debían esperarse, si no se llama la atención del enemigo por esta parte con fuerzas imponentes, y por consiguiente la lucha continuará por un tiempo indefinido; digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido de que, sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la Independencia de la América es irrevocable; pero también lo estoy, de que su prolongación causará la ruina de los pueblos, y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, General, mi partido está irrevocablemente tomado; para el 20 del mes entrante he convocado el primer Congreso del Perú, y al siguiente día de su instalación, me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el único obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando; para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la Independencia bajo las órdenes de un General a quien la América del Sur debe su libertad; el destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse.

 «No dudando que después de mi salida del Perú, el Gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia, y que usted no podrá negarse a tan justa petición, antes de partir remitiré a usted una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada pue-de serle a usted de utilidad conocer.

 » El general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas; su honradez, valor y conocimientos, estoy seguro lo harán acreedor a que usted le dispense toda consideración.

» Nada le diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia; permítame usted, General, le diga que creo no era a nosotros a quienes correspondía decidir sobre este importante asunto: concluida la guerra, los, gobiernos respectivos lo hubieran tratado, sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos Estados de Sud-América.

 «He hablado con franqueza, General; pero los sentimientos que expresa esta carta, quedarán sepultados en el más profundo silencio; si se traslucieran, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse de ellos para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia.

«Con el comandante Delgado, dador de ésta, remito a usted una escopeta, un par de pistolas, y el caballo de paso que ofrecí a usted en Guayaquil; admita usted, General, este recuerdo del primero de sus admiradores. Con estos sentimientos, y con los de desearle únicamente sea usted quien tenga la gloria de terminar la guerra de la Independencia de la América del Sur, se repite su afectísimo servidor. — José de San Martín».  (3)

 

 Fragmento del texto de Ricardo Rojas, El Profeta de la Pampa.

Sarmiento llevaba para San Martín una carta del general  Las Heras, presentándolo como un joven patriota que iba a estudiar problemas de educación, lo que prueba que desde Chile, preparó la visita a aquel «monumento» (XLIX, 17). Lo introdujo en Grand Bourg don Manuel  Guerrico. San Martín manteníase entonces en un absoluto retraimiento; pero la carta de Las Heras, su compañero de los Andes, el campeón de Cancharrayada, le desarrugó el entrecejo. Además, Sarmiento había escrito sobre Chacabuco y Maipú, contribuyendo con su pluma a restaurar en Chile la gloria del Libertador, incluido luego en el escalafón con sus sueldos. Pero debió tocarle el corazón, asimismo, el recuerdo de que don Clemente, padre del visitante, condujo a San Juan, desde Chacabuco, los prisioneros godos. Finalmente, lo envolvió el talento del hombre nuevo y le permitió que en el  Instituto Histórico de Francia diese una conferencia sobre la entrevista de Guayaquil, tema que el héroe desterrado prefirió siempre evitar,  por un cierto pudor de su virtud excelsa.

La disertación sobre Guayaquil, es un concienzudo trabajo sobre la misteriosa entrevista de 1822 (XXI, 11-44). Sarmiento acababa de ser nombrado miembro del Instituto, y con esa lectura se incorporó, el 19 de julio de 1847. La disertación se titula San Martín y Bolívar, y es una interpretación profunda sobre ambos héroes, sobre los movimientos emancipadores que encabezaran desde Buenos Aires y Caracas, sobre la convergencia de ambos hacia el Perú, sobre su encuentro y separación en Guayaquil, cuyo secreto se revela por la primera vez. Bolívar había muerto ya; pero San Martín, vivo aún, asistía a la escena, solemnizando el acto, como si un personaje homérico estuviera oyendo el canto de su rapsodia. No hubo en Guayaquil otra cosa que lo contenido en la carta de San Martín a Bolívar después de que se separaron. Esa carta acababa de ser publicada por Lafond de Lurcy, capitán de la marina de Francia, quien la obtuvo del secretario de Bolívar. Sarmiento leyó esa carta, y San Martín, allí presente, la otorgó por suya. Por eso en El Santo de la Espada, yo la doy como pieza máxima y definitiva de aquel problema histórico, aunque aún hay publicistas apasionados que la consideran apócrifa, con agravio para San Martín, sin duda olvidados de que San Martín mismo la consagró por auténtica al oírla en labios de Sarmiento, ante un calificado auditorio (XLIX, 19).

 Tal fue la cosa más trascendental que pudo ocurrirle a don Domingo en París; cosa bien urdida por su ingenio y digna de su genio. Diríase que el destino había planeado aquel encuentro del héroe viejo en vísperas de morir y del héroe nuevo en vísperas de su consagración. El uno fué en América el Libertador militar de su tierra y el otro va a ser el libertador intelectual de las conciencias; el uno y el otro contra la colonia. Pareciera hoy como si en un rito invisible el anciano, «el santo de la Espada», mostró al joven, «el profeta de la Pampa», el Estandarte de Pizarro que después de Guayaquil vino a sus manos y que en Grand Bourg se conservaba. Hubo entre uno y otro un vínculo espiritual, sin duda alguna. Sólo así se explica que San Martín asistiera al acto del Instituto para oír hablar en público de lo que nunca, ni en privado, quiso hablar. Asimismo es sugestivo que el primer artículo de Sarmiento en Chile, al empezar su carrera de predicador, fuera sobre Chacabuco, y que en el curso de su vida haya tantas veces escrito para loar a nuestro Capitán. En la vida de San Martín, sólo un acto le desagradó, y es que dejara al morir su sable al Gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas; pero ni aún esto se atrevió a condenar y antes bien buscó razones para explicarlo cuando en 1851 escribió estas palabras:

«A la hora de su muerte acordose que tenía una espada histórica. Creyendo y deseando legársela a la patria, se la dedicó al general  Rosas, como defensor de la independencia americana… No murmuremos de este error de rótulo de la misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta apreciación de los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de veintiséis años del teatro de los acontecimientos, y las debilidades del juicio en el período septuagenario. En todo caso los hombres pasan y sólo las naciones son eternas, y aquella espada quedará un día colgada en el altar de la patria, y envuelta en el estandarte de Pizarro, para mostrar a las edades futuras el principio y el fin de un período de la historia de Sud América, desde la conquista hasta la independencia. Pizarro y San Martín han quedado para siempre asociados, en la dominación española» (III, 322).

Una vez más Sarmiento acertó en sus presagios: el sable de Maipú custodiase en el Museo Histórico —altar de la patria—, si no envuelto en el Estandarte de Pizarro —legado por San Martín al Perú, y allá perdido en una revolución—, al menos junto a la copia del Estandarte, pintada por la hija del héroe-Sarmiento salió de París en 1847, dichoso de haber llegado a la más hermosa ciudad europea y a la morada del más glorioso de los americanos. (4)

 En el ámbito escolar nuestra disciplina, aún, parece cautivada por el discurso laudatorio dedicado a los  principales protagonistas  de nuestra historia. Cuando no, también, hacen inconexas sus existencias. Sin importar las diferentes orientaciones historiográficas y los distintos encuadres metodológicos, estos deben constituirse en aquellos puentes que nos permitan acercarnos y  construir  “un perfil humano” que desplace a la descripción distante de “una imagen pétrea”.

 

Citas:

(1) Sarmiento, Domingo F., Vida de San Martín, Editorial Claridad (Biblioteca Sanmartiniana), Buenos Aires, 1939, pag. 195.

(2) Rojas, Ricardo, El Profetra de la Pampa. Vida de Sarmiento, Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires, pag. 723.

(3) Sarmietno, Domingo Faustino, ob.cit., pp. 89:93.

(4) Rojas, Ricardo, ob.cit., pp. 306:307.

 

Edición: Maximiliano Van Hauvart, estudiante UNMdP.

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